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Hoy las maquinarias (esas organizaciones no formales sobre las cuales los políticos acceden al poder, a través del uso irregular de lo público y la compra de votos) ratificarán su poderío regional. Dilian ganará en el Valle; los Char, en Barranquilla; los Aguilar, en Bucaramanga. En Cúcuta, el grupo de un condenado por homicidio celebrará triunfo a la alcaldía; y en Sincelejo, a menos de que algo ocurra, tendremos como mandatario al tristemente célebre Yahir Acuña, investigado en la Corte Suprema por parapolítica, por solo poner unos ejemplos. Los análisis de mañana señalarán como perdedor al presidente Gustavo Petro, cuyas fuerzas progresistas aliadas no lograrán victorias casi en ningún ente territorial grande.
Estas estructuras habrán garantizado así su cuota para negociar burocracia, no solo en lo que queda de gobierno petrista, sino con miras a las presidenciales de 2026, en una dinámica en bucle que es fundamental para entender el ejercicio de la política tradicional.
Eso sí, ganarán en un ambiente que cada vez les es más desfavorable. Asuntos como la captura por presunta corrupción electoral del exsenador Arturo Char corroboran lo expuestas que están ahora las maquinarias, tanto judicialmente como quizás, sobre todo, en términos mediáticos y de imagen. Ni las más poderosas se salvan del rechazo al clientelismo y a la politiquería, que en esta campaña se oyó fuerte incluso en plazas bajo hegemonías políticas como Atlántico y Magdalena.
Por primera vez, además, el país vota con un presidente pidiendo públicamente denunciar a los compradores de votos, una cuestión para la cual el gobierno dispuso de líneas telefónicas y recompensas activadas durante esta jornada de elecciones locales. Mejor dicho, el entorno político sí se está transformando, así las cosas no vayan necesariamente a cambiar de aquí a esta noche. Y también hay que decir que, en el caso puntual de quienes compran votos, una eventual transición podría tardar mucho más.
No me refiero a los jefes políticos ni a los candidatos. Hablo de las personas de los barrios que en época electoral se dedican a convocar vecinos y amigos y a garantizarles a estos favores y plata de parte de las campañas, como un oficio para lograr sustento, relaciones y posibilidad de acceder a oportunidades. Los llamados líderes o mochileros no son un ente homogéneo, pero suelen tener en común orígenes populares en circunstancias de necesidades insatisfechas.
Para esta columna, hablé con Luz*, una líder que ha trabajado para el grupo de Laureano ‘el Gato volador’ Acuña en Malambo (Atlántico), quien me contó, por ejemplo, que arrancó en esas lides cuando se juntó con los residentes de su vereda para pedir la construcción de una escuela y en la alcaldía les preguntaron quién era su padrino político. Eso ocurrió hace 20 años. Para gestionar aquella petición, les tocó tabular nombres y comprometer votos. Hoy, Luz coordina a 27 mochileros que ponen unos 900 votos al mejor postor en el municipio. Me asegura que este año los están vendiendo a 80 mil pesos, de los cuales 60 son para el votante y 20 para el respectivo líder. Pero ella dice que no se considera una compradora de votos, sino una líder comunitaria.
Para pensar los cambios, primero hay que entender la realidad en toda su complejidad.
*Nombre cambiado a petición.