No es la ignorancia, es el desprecio de Vélez
Laura Ardila Arrieta
El director de la emisora La FM, Luis Carlos Vélez, volvió a ser tendencia esta semana por otro comentario controversial. Días atrás, había insultado al aire a un tuitero cercano al Gobierno llamándolo “ballena impresentable”. Ahora, aclarando que hablaba desde su ignorancia —como quien excusa una ofensa antecediendo el clásico “con todo respeto”—, dedicó varios minutos de su programa a hacer preguntas capciosas, en tono desdeñoso y burlón, para armar una crítica a la COP16 que arranca el otro mes en Cali.
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El director de la emisora La FM, Luis Carlos Vélez, volvió a ser tendencia esta semana por otro comentario controversial. Días atrás, había insultado al aire a un tuitero cercano al Gobierno llamándolo “ballena impresentable”. Ahora, aclarando que hablaba desde su ignorancia —como quien excusa una ofensa antecediendo el clásico “con todo respeto”—, dedicó varios minutos de su programa a hacer preguntas capciosas, en tono desdeñoso y burlón, para armar una crítica a la COP16 que arranca el otro mes en Cali.
Insistió en que lo que quería era “entender”, pero basta oír el audio completo para darse cuenta de que en realidad no hizo ningún esfuerzo para hacerlo e ir en contra de su prejuicio, como es el deber de un reportero. Más bien, mezcló sus supuestas dudas con afirmaciones imprecisas sobre el evento, como por ejemplo que este es apenas un “encuentro de burócratas”.
Uno de los sesgos de confirmación hacia los que más apuntó la retahíla de Vélez, a pesar de los intentos de varios de sus compañeros de mesa por explicarle con datos lo contrario, fue que la COP16 no es importante porque no vendrá gente importante y porque su cubrimiento no estará abriendo noticieros internacionales importantes. Cuando alguien le respondió que la COP con seguridad será del interés de Telepacífico (el canal regional del Pacífico), el periodista largó una carcajada.
Aun cuando sorprende en el caso de un director de medio que está en vivo, es normal que seamos muchos los que sabemos poco acerca de la Conferencia de las Partes que rige el tratado casi universal de Naciones Unidas sobre diversidad biológica. Aunque, algo debería decirnos poder deducir al menos que está relacionada con ese imperativo moral de la humanidad que es avanzar todo lo que se pueda en el abordaje de la crisis climática. Como sea, frente a nuestra ignorancia, nuestras preguntas. Para algo preguntar y dudar son verbos rectores del periodismo.
El problema, pues, no es que Luis Carlos Vélez hable desde su ignorancia, como él mismo admite. El problema es que lo haga desde un evidente desprecio por lo que no conoce y le es equivocadamente lejano y regional. Y es un problema no porque se trate de él, sino lo contrario: Vélez es apenas una figura más en ese sector del periodismo tradicional centralizado que mira con desdén lo que ocurre en las regiones y lo que es capaz de hacer el periodismo regional. Frente a sus micrófonos importantes, les parece que lo que pasa y se cuenta desde la periferia no solo no es tan importante, sino que es menor: folclor, charlatanería, temas a tratar con condescendencia.
No es retórica regionalista. O, si se quiere, tal vez sí (una vez le oí a Adolfo Meisel decir que dejaría de ser regionalista el día que las regiones fueran tratadas igual, y suscribo). Pero, más allá, esa forma de mirar el país ha tenido consecuencias, esas sí importantes, así no sean novedosas: nos hemos contado mal, con gran parte de las tribunas con mayor capacidad de difusión concentradas en Bogotá, mientras en zonas más apartadas se cocinan fenómenos a los que solemos llegar cuando ya nos han explotado en la cara. La parapolítica, la corrupción electoral, las bandas criminales y un largo etc. sirven como botones para la muestra.
Hace poco, alguien a quien aprecio me dijo que en periodismo todos cometemos errores, por lo que nadie tiene credenciales para cuestionar a un colega en público. Por supuesto, estoy de acuerdo con lo primero, pero no creo que tenga que extenderme en explicar por qué es importante señalar que ese bien público que es el periodismo no puede estar exento de crítica y de autocrítica, de manera pública y transparente y con lealtad de argumentos. Solo así podremos recorrer el largo camino para entender el descrédito del oficio y propender por su calidad. La defensa de la libertad de expresión no puede darse sin eso.