La primera vez que me atreví a escribirle a la periodista dominicana Sorayda Peguero Isaac fue para comentarle sobre una de sus columnas en este mismo diario. Le dije que admiraba los detalles que usaba y que hacían más vívidos sus relatos, como esa uña que desquebraja la pintura de la reja; sus frases tan ciertas (“dejar libros en los trenes es como ir repartiendo invitaciones para una cita a ciegas”); y aquellas tan líricas (“Imaginaba que el amor debía ser algo así: el saludo cotidiano que llega acompañado de un beso al caer la tarde”).
Así comenzó una correspondencia de años y de la que surgieron proyectos conjuntos y fugaces, como la serie de charlas “Malos consejos de malas mujeres” que sucedían en paralelo en Barcelona, donde vive ella, y en Bogotá, donde vivo yo. Esto no se lo he dicho, pero la empecé a creer una hermana, de esas que nos regala el amor por los libros, y con la que encontré más de una coincidencia. Cuando llegó mi gata, ella me habló de su felino negro, Filippo, cuando empecé a bordar, resulta que ella también lo hacía. También nos cruzábamos en las fotos que tomábamos en la calle de personas en las que veíamos alguna historia, en la fe hacia nuestros minúsculos jardines de ventana, o en el vicio de tomar apuntes directamente sobre las hojas de los libros.
Hace unos años ella me comentó la posibilidad que le habían planteado dos editores de escribir un libro. Confesó: “No sé. Me cuesta mucho dar ese paso. Me parece un atrevimiento muy grande. Estoy esperando un impulso que no llega. Quizás es una estrategia del miedo, ¿no? Me lo estoy pensando, pero casi siempre ando distraída con el periodismo, mirando esa posibilidad de lejitos, y sintiendo una cosa aquí, en la boca del estómago”. Me tomo la libertad de citar este mensaje personal porque siento que habla de un miedo del que sufrimos todos, especialmente los periodistas, a soltar nuestras historias ya no en un diario, sino en un espacio más subversivo y a la vez vulnerable: el libro.
Me da mucho gusto que se haya dejado aconsejar por la boca de su estómago y que lanzara, con la editorial Tusquets, Por aquí pasó una luciérnaga, una preciosa suma de esa distracción que se llama periodismo y que muchos consideramos piezas de arte, pues no dependen de la coyuntura, sino de lo extraordinario en lo cotidiano que han vivido artistas, escritores y desconocidos. Alabo su capacidad para juntar esas historias con sus propios recuerdos, para referenciar extractos de conversaciones que nadie hubiera podido escuchar, y que no dudo por un instante de que sean verdaderas.
*Este viernes 29 de julio estaré en conversación con Sorayda Peguero en la Librería Casa Tomada (Tv. 19Bis #45 D-23, Bogotá) a las 5:30pm. Entrada libre.
La primera vez que me atreví a escribirle a la periodista dominicana Sorayda Peguero Isaac fue para comentarle sobre una de sus columnas en este mismo diario. Le dije que admiraba los detalles que usaba y que hacían más vívidos sus relatos, como esa uña que desquebraja la pintura de la reja; sus frases tan ciertas (“dejar libros en los trenes es como ir repartiendo invitaciones para una cita a ciegas”); y aquellas tan líricas (“Imaginaba que el amor debía ser algo así: el saludo cotidiano que llega acompañado de un beso al caer la tarde”).
Así comenzó una correspondencia de años y de la que surgieron proyectos conjuntos y fugaces, como la serie de charlas “Malos consejos de malas mujeres” que sucedían en paralelo en Barcelona, donde vive ella, y en Bogotá, donde vivo yo. Esto no se lo he dicho, pero la empecé a creer una hermana, de esas que nos regala el amor por los libros, y con la que encontré más de una coincidencia. Cuando llegó mi gata, ella me habló de su felino negro, Filippo, cuando empecé a bordar, resulta que ella también lo hacía. También nos cruzábamos en las fotos que tomábamos en la calle de personas en las que veíamos alguna historia, en la fe hacia nuestros minúsculos jardines de ventana, o en el vicio de tomar apuntes directamente sobre las hojas de los libros.
Hace unos años ella me comentó la posibilidad que le habían planteado dos editores de escribir un libro. Confesó: “No sé. Me cuesta mucho dar ese paso. Me parece un atrevimiento muy grande. Estoy esperando un impulso que no llega. Quizás es una estrategia del miedo, ¿no? Me lo estoy pensando, pero casi siempre ando distraída con el periodismo, mirando esa posibilidad de lejitos, y sintiendo una cosa aquí, en la boca del estómago”. Me tomo la libertad de citar este mensaje personal porque siento que habla de un miedo del que sufrimos todos, especialmente los periodistas, a soltar nuestras historias ya no en un diario, sino en un espacio más subversivo y a la vez vulnerable: el libro.
Me da mucho gusto que se haya dejado aconsejar por la boca de su estómago y que lanzara, con la editorial Tusquets, Por aquí pasó una luciérnaga, una preciosa suma de esa distracción que se llama periodismo y que muchos consideramos piezas de arte, pues no dependen de la coyuntura, sino de lo extraordinario en lo cotidiano que han vivido artistas, escritores y desconocidos. Alabo su capacidad para juntar esas historias con sus propios recuerdos, para referenciar extractos de conversaciones que nadie hubiera podido escuchar, y que no dudo por un instante de que sean verdaderas.
*Este viernes 29 de julio estaré en conversación con Sorayda Peguero en la Librería Casa Tomada (Tv. 19Bis #45 D-23, Bogotá) a las 5:30pm. Entrada libre.