Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Soñar es un género literario; el más antiguo de todos. O eso escribió Jorge Luis Borges en su antología Libro de sueños: “Son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas”.
Las imágenes oníricas son sugerentes y funcionan como transcripciones de los sentimientos y deseos: tan cambiantes, distorsionados y vívidos en su fantasía. Los sueños, al igual que las novelas y los cuentos, son mundos paralelos, con la diferencia de que no los controlamos como espectadores ni como protagonistas: “¿Quién serás esta noche en el oscuro Sueño, del otro lado de su muro?”, escribió Borges en su poema “El sueño”.
Hay obras en las que se transcriben los sueños, sin adornos, resaltando su belleza surrealista. A estos Borges les llamaba “sueños de la noche”, en contraposición a los “sueños del día”. En el caso de El tejido de los sueños, de la pintora española Remedios Varo (compendio de escritos rescatado gracias a la edición de Isabel Castells), podemos volver a mirar su obra pictórica con el complemento de sus letras y encontrar los elementos en común: hilos, seres fantásticos, máquinas, múltiples versiones de sí e imágenes oníricas: “Le expliqué que yo amaba a alguien y que necesitaba tejer sus ‘destinos’ con los míos, pues, una vez hecho este tejimiento, quedaríamos unidos para la eternidad”.
Tenemos Los sueños de Helena, de Eduardo Galeano con la brillante interpretación ilustrada de Isidro Ferrer en la edición de Libros del Zorro Rojo. Dice Galeano: “Helena me humilla cada mañana, a la hora del desayuno, contándome sus sueños prodigiosos. Ella entra en la noche como en un cine, y cada noche un nuevo sueño la espera”.
En Sueños, Walter Benjamin reúne anotaciones de la noche y sus reflexiones teóricas sobre la percepción onírica: “Sabía, o me di cuenta, de que me encontraba en el laberinto del oído. Pero el mapa era, al tiempo, el del infierno”.
Los sueños son recursos literarios tan ricos que muchas veces se usan como inspiración para crear historias más coherentes, como Frankenstein de Mary Shelley, quien soñó con cadáveres que volvían a la vida; El extraño caso del dr. Jekyll y mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, decantado tras un sueño acerca del trastorno de doble personalidad de un doctor, o Diccionario jázaro, de Milorad Pavic, en el que se crea un pueblo completo que depende de los sueños para desarrollarse. Uno de sus personajes dice: “Sueño en un idioma que no entiendo cuando estoy despierto”. Y sí, el sueño tiene su propio lenguaje, y este tiene tanto de poético como de literario.