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Siete músicos se juntaron para hacer una canción que pretendía ser emblema del género urbano y unir a los colombianos en un mismo sentimiento. Y lo lograron. +57 puso a todos los críticos de acuerdo: hace apología a la sexualización de menores, a la drogadicción y al machismo. Tiene una producción deficiente, un ritmo predecible y exceso de autotune. La canción es indefendible, incluso para las seguidoras de Karol G que, como yo, hemos salido en varias ocasiones a teorizar sobre el contenido feminista y empoderador que está implícito en sus discos.
Dicho esto y recalcando lo insalvable de esa idea tan mal ejecutada, solo hay un argumento que considero desacertado: “¿acaso qué esperaban del reguetón?”. Asumir que el reguetón es un género mediocre y vulgar es desconocer el desarrollo orgánico de la historia de la música. Todos los géneros que ahora son considerados “cultos” o “buenos” pasaron por décadas de exploración y maduración antes de encontrar una identidad y una forma clara.
Por ejemplo: a finales del siglo XVIII, el vals era considerado un ritmo musicalmente menor y socialmente prohibido. Aparecía en los cuadernos de señoritas y se bailaba en pareja, tocándose con las manos y a menos de un brazo de distancia; tanto así, que la corte británica sugirió que solo lo bailaran mujeres casadas. Un siglo más tarde, era parte de los ballets de Tchaikovsky, Gounod y Ponchielli. Algo similar pasó con el Can Can, que era música de taberna y luego hizo parte del Orfeo en los infiernos de Offenbach.
En la música popular ocurrió lo mismo: el rock era básico; el blues, marginal; el punk, violento; la bachata, inmoral. Cada uno fue evolucionando en contenido y estructura, enriqueciéndose a través de la exploración musical, construyendo discursos propios y enarbolando banderas. Para lograrlo han sido necesarios más de 50 años y aún no son productos terminados. El reguetón nació a mediados de los 90, es decir, es un género nuevo. Una mezcla de reggae, hip hop, dembow, soka y cualquier otro sonido latino que se acomode al 3-3-2 de su matriz rítmica: negra con punto, negra con punto, negra.
Es, en pocas palabras, un preadolescente al que le falta madurar. Que debe pasar por debates, críticas y censuras. Por ejercicios experimentales como los de Rosalía; por fusiones con otros ritmos como las de Vico C y Gilberto Santarosa, y por letras románticas como las de Cali y el Dandy. No es un género mediocre o vulgar, es un género en desarrollo que, como todas las vanguardias, parte de la controversia de desafiar la tradición.