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LAURA GALINDO
Es posible inferir muchas cosas sobre una persona –más aún sobre un gobernante– a partir de su relación con la música. Stalin prohibió las obras de Tchaikovsky porque, según él, era un parásito de la aristocracia rusa; en la Alemania nazi, expulsaron a los músicos judíos de la Orquesta de Berlín y llamaron “música degenerada” a toda la que tuviera algo que ver con judaísmo –Mendelssohn, Mahler, Schönberg, Krenek, Hindemith–; en Chile, Pinochet persiguió, torturó y asesino a los artistas de canción social que se opusieron a su régimen, y en Argentina, Videla hizo lo propio con Piero, Horacio Guarany y Mercedes Sosa, por nombrar solo algunos.
¿Qué dice de Donald Trump que Beyoncé, Rihanna, Prince y Leonard Cohen Estate le negaran los derechos de reproducción de sus canciones en eventos de campaña electoral? ¿Qué dice de él que Taylor Swift, Maná, Los Ángeles azules, Los tigres del norte, Jeniffer López, Lady Gaga y Stevie Wonder le hayan dado públicamente su voto a Kamala Harris?
Vamos de lo particular a lo general, como dice la lógica inductiva:
Beyoncé tiene un álbum en el que, desde la metáfora del duelo del desamor, propone un duelo colectivo por las violencias ejercidas sobre la raza negra. Se llama Lemonade y está lleno referencias a las luchas por los derechos civiles afroestadounidenses, luchas que también han abanderado Rihanna y Prince. Por su parte, la Leonard Cohen Estate emitió un comunicado haciendo pública su molestia cuando Trump usó Hallelujah en una convención del Partido Republicano. “Solo permitiríamos You Want it Darker, que resulta más pertinente para la ocasión”, dijeron.
Sigamos:
Maná, Los Ángeles azules y Los tigres del norte son agrupaciones mexicanas que, desde luego, se oponen a las políticas antimigratorias que tiene Trump, políticas que promueven la xenofobia y el odio. Jennifer López es de Puerto Rico, un país que tiene uno de los papeles más difíciles de la ecuación: depende de Estados Unidos, vota, pero su voto no cuenta. Es, en esencia, una relación colonialista en la que incluso son víctimas de ataques directos, como el del comediante Tony Hinchcliffe –trumpista, entre otras cosas–, que en uno de sus line punches dijo que Puerto Rico era una enorme isla de basura. Y Taylor Swift, Lady Gaga y Stevie Wonder, si bien son estadounidenses, son altamente progresistas: apoyan la equidad, los derechos LGBTIQ+, el aborto y la protección de saberes ancestrales.
La música seduce votantes e impone agendas políticas. Entonces, pregunto de nuevo: ¿qué dice de Donald Trump su relación con la música?