En una columna anterior, propuse un análisis sobre posturas de mandatarios alrededor del mundo que, en el marco de la pandemia, han desconocido, desvirtuado o manipulado los hallazgos de las investigaciones científicas sobre la emergencia sanitaria, sobre el origen del virus SARS-CoV-2 y sobre las medidas necesarias para salvaguardar la vida e integridad de sus poblaciones, anteponiendo sus intereses políticos y económicos.
Además de contar con mandatarios conscientes y comprometidos con el tratamiento asertivo de la pandemia, los medios de comunicación y los procesos educativos en general juegan un papel determinante para lograr una comprensión amplia de los ciudadanos frente a la enfermedad y en particular sobre las vacunas que constituyen una herramienta esencial para salvar vidas.
Según las cifras reportadas por la OMS, a la fecha, la COVID-19 ha dejado más de 2,5 millones de víctimas mortales alrededor del mundo, ha puesto en jaque los sistemas de salud de los países y ha obligado a los gobiernos a realizar cierres de diferentes sectores económicos, así como confinamientos totales y parciales de sus poblaciones, a fin de reducir la velocidad de contagio del virus. En esa medida, desde el inicio de la emergencia sanitaria, los países más ricos, sus académicos y diferentes multinacionales farmacéuticas han invertido enormes esfuerzos en investigaciones que redunden en el desarrollo de vacunas que, al suministrarse, generen en el organismo la producción de anticuerpos necesarios para combatir el desarrollo del virus, generar inmunidad y, por tanto, evitar el progreso de la enfermedad.
Al día de hoy, se han construido distintos tipos de vacunas y otros tantos continúan en desarrollo. A finales de 2020 e inicio de 2021 se reportó la existencia de 14 vacunas que se encontraban en la fase 3 de las pruebas clínicas; unas ya han superado satisfactoriamente esta etapa y han sido autorizadas por la OMS para su distribución, otras continúan en el proceso. El 31 de diciembre de 2020 la OMS emitió una lista de uso de emergencia (EUL) para la vacuna Pfizer/BioNTech COVID-19 (BNT162b2) convirtiéndola en la primera en recibir esta validación desde que comenzó el brote hace un año. Posteriormente, el 15 de febrero de 2021, se emitió la EUL para dos versiones de la vacuna AstraZeneca/Oxford COVID-19, fabricada por el Serum Institute de India y SKBio. En consecuencia, varios países alrededor del mundo han comenzado su programa de vacunación masiva, la OMS ha realizado un llamado para que cada gobierno acelere sus propios procesos de aprobación regulatoria para importar y administrar la vacuna, así como para facilitar el acceso global equitativo a la misma. Estas autorizaciones también permiten que la UNICEF y la Organización Panamericana de la Salud puedan adquirir la vacuna para distribuirla a los países que la necesiten.
Los asuntos relacionados con ello son frecuentemente divulgados por los medios de comunicación y abordados en las redes sociales; en estas últimas, circula todo tipo de contenido que se difunde ampliamente. Así, se ha desplegado una avalancha de desinformación sobre riesgos relacionados con las vacunas, su falta de seguridad, teorías de conspiración y estrategias de dominación que presentan argumentos aparentemente calificados en contra de los procesos de vacunación. Estos movimientos antivacunas tienen varios años, pero han llegado a su auge a causa de la pandemia y centran su actividad en la difusión de información no contrastada y difícil de comprobar desde el punto de vista científico, sin embargo, dependiendo de su alcance, puede afectar las coberturas de vacunación de los países y, en el caso de la COVID-19, prolongar por mucho tiempo más el inminente riesgo de contagio.
Si bien es importante reconocer que los desarrollos científicos y tecnológicos tienen limitaciones y no constituyen en sí mismos la respuesta definitiva y milagrosa a los problemas de la humanidad y en esa medida hay aún incertidumbre sobre el curso de la emergencia sanitaria y la efectividad de las vacunas para su atención, también es necesario resaltar los esfuerzos de la comunidad científica en este tema y comprender los mecanismos de acción y características de cada vacuna para conocer sus riesgos y eficacia, para así, contar con elementos que permitan evaluar las afirmaciones difundidas por distintos medios y su veracidad.
Cuando se trata de la seguridad de las vacunas, lo primero que es necesario comprender es que las vacunas tienen como finalidad el desarrollo de respuesta inmune natural por el organismo en el que es administrada hacia el virus. Existen diferentes tipos, conforme a su mecanismo de acción y en esa medida puede variar su efectividad. Entre las vacunas de la COVID-19 ya aprobadas o todavía en desarrollo, podemos encontrar desde propuestas de vacunas clásicas que inoculan el virus entero inactivado o bien proteínas virales, hasta propuestas más innovadoras que introducen una secuencia génica para que sea nuestro propio organismo quien sintetice la proteína viral en cuestión, y genere anticuerpos. Esta secuencia se puede introducir directamente a la célula mediante las vacunas a base de ARN mensajero, como las de Pfizer-BioNTech y Moderna, o bien mediante un vector viral que infecta a la célula, pero no se replica como las de Oxford/ AstraZeneca, la Sputnik del Instituto Gamaleya, o la de Janssen (Johnson & Johnson).
Lo segundo que debe ser tenido en cuenta, es que para que una vacuna o medicamento pueda salir al mercado, debe cursar unas fases de ensayos clínicos que otorguen información sobre su fiabilidad y eficacia en la atención enfermedades en el cuerpo humano. Son tres fases las que comprende este proceso una vez se han descartado los riesgos que pueden ser determinados sin hacer pruebas en humanos; la primera etapa contempla la administración de dosis a sujetos sanos cuidadosamente seleccionados, en esta fase se pretende descartar consecuencias adversas de salud a causa de la vacuna para el general de la población; una vez comprobado que no tiene ninguna incidencia adversa en sujetos sanos, la segunda fase realiza ensayos en personas enfermas cuidadosamente seleccionadas; finalmente, la tercera y última fase administra dosis en pacientes seleccionados con criterios menos estrictos, para evaluar sus efectos. Una vez superadas estas 3 fases y si los resultados son satisfactorios, se comienza a administrar en todo tipo de pacientes.
Uno de los conflictos relacionados con las vacunas contra la COVID-19 es su corto tiempo de prueba y su rápida expedición, ya que, en el desarrollo de la mayoría de los medicamentos y vacunas, el intervalo de tiempo que dura solo la fase 3, por poner un ejemplo, se encuentra entre 1 y 5 años. Una de las principales dificultades de estos procesos es la disposición de pacientes para realizar las pruebas, pues no todas las enfermedades o vacunas son de interés común a nivel mundial porque afectan a sectores geográficos y/o a poblaciones muy específicas. Para el caso de las vacunas contra el SARS-CoV-2, se emplearon los avances en otros coronavirus y en las pruebas clínicas, al ser una situación que involucra a todas las naciones del planeta, fue posible encontrar los pacientes voluntarios para realizar los ensayos exigidos en cada fase, incluso hubo participación de sujetos en cuyas poblaciones difícilmente se realizan este tipo de pruebas. A la fecha, todas las vacunas contra la COVID-19 aprobadas para distribución han sido testadas en miles de personas para probar su seguridad y eficacia a lo largo de las tres fases de los ensayos clínicos.
Otros mitos asociados a las vacunas, particularmente contra la COVID-19, están relacionados con la posibilidad de cambiar la información genética de la persona a quien se administra, la inserción de un dispositivo tecnológico que permita rastreo y seguimiento, la intención de diezmar la población mundial, entre otros tantos. Como ya vimos, cada una de estas afirmaciones podría ser fácilmente debatida y refutada con base en los datos existentes. Por otro lado, los mitos expuestos resultan paradójicos en un escenario como el colombiano, en el que no se tiene certeza sobre la disponibilidad y acceso a las vacunas para toda la población, lo que contradice los argumentos que la ponderan como estrategia de dominación.
Es innegable el factor económico asociado al desarrollo de las vacunas, las incursiones de las industrias farmacéuticas para acaparar el mercado y las limitaciones en el suministro que las aquejan. Por otro lado, como se mencionó con anterioridad, las vacunas constituyen una alternativa para la atención y superación de la emergencia sanitaria, sin embargo, su efectividad en el manejo de la emergencia aún constituye un gran interrogante, no solo por su efectividad para las mutaciones que puedan presentarse, sino por las dificultades de acceso inmediato para los países no industrializados. En esa medida, los países deben continuar incentivando el autocuidado de sus poblaciones para controlar las tasas de contagio del virus.
Es por eso que la educación asume un gran desafío y un papel relevante, no solo para dilucidar aquellos argumentos que cuentan con la evidencia para ser difundidos de aquellos que no, sino para contribuir en la formación de una cultura del cuidado en toda la ciudadanía.
* Rector, Universidad Pedagógica Nacional.
En una columna anterior, propuse un análisis sobre posturas de mandatarios alrededor del mundo que, en el marco de la pandemia, han desconocido, desvirtuado o manipulado los hallazgos de las investigaciones científicas sobre la emergencia sanitaria, sobre el origen del virus SARS-CoV-2 y sobre las medidas necesarias para salvaguardar la vida e integridad de sus poblaciones, anteponiendo sus intereses políticos y económicos.
Además de contar con mandatarios conscientes y comprometidos con el tratamiento asertivo de la pandemia, los medios de comunicación y los procesos educativos en general juegan un papel determinante para lograr una comprensión amplia de los ciudadanos frente a la enfermedad y en particular sobre las vacunas que constituyen una herramienta esencial para salvar vidas.
Según las cifras reportadas por la OMS, a la fecha, la COVID-19 ha dejado más de 2,5 millones de víctimas mortales alrededor del mundo, ha puesto en jaque los sistemas de salud de los países y ha obligado a los gobiernos a realizar cierres de diferentes sectores económicos, así como confinamientos totales y parciales de sus poblaciones, a fin de reducir la velocidad de contagio del virus. En esa medida, desde el inicio de la emergencia sanitaria, los países más ricos, sus académicos y diferentes multinacionales farmacéuticas han invertido enormes esfuerzos en investigaciones que redunden en el desarrollo de vacunas que, al suministrarse, generen en el organismo la producción de anticuerpos necesarios para combatir el desarrollo del virus, generar inmunidad y, por tanto, evitar el progreso de la enfermedad.
Al día de hoy, se han construido distintos tipos de vacunas y otros tantos continúan en desarrollo. A finales de 2020 e inicio de 2021 se reportó la existencia de 14 vacunas que se encontraban en la fase 3 de las pruebas clínicas; unas ya han superado satisfactoriamente esta etapa y han sido autorizadas por la OMS para su distribución, otras continúan en el proceso. El 31 de diciembre de 2020 la OMS emitió una lista de uso de emergencia (EUL) para la vacuna Pfizer/BioNTech COVID-19 (BNT162b2) convirtiéndola en la primera en recibir esta validación desde que comenzó el brote hace un año. Posteriormente, el 15 de febrero de 2021, se emitió la EUL para dos versiones de la vacuna AstraZeneca/Oxford COVID-19, fabricada por el Serum Institute de India y SKBio. En consecuencia, varios países alrededor del mundo han comenzado su programa de vacunación masiva, la OMS ha realizado un llamado para que cada gobierno acelere sus propios procesos de aprobación regulatoria para importar y administrar la vacuna, así como para facilitar el acceso global equitativo a la misma. Estas autorizaciones también permiten que la UNICEF y la Organización Panamericana de la Salud puedan adquirir la vacuna para distribuirla a los países que la necesiten.
Los asuntos relacionados con ello son frecuentemente divulgados por los medios de comunicación y abordados en las redes sociales; en estas últimas, circula todo tipo de contenido que se difunde ampliamente. Así, se ha desplegado una avalancha de desinformación sobre riesgos relacionados con las vacunas, su falta de seguridad, teorías de conspiración y estrategias de dominación que presentan argumentos aparentemente calificados en contra de los procesos de vacunación. Estos movimientos antivacunas tienen varios años, pero han llegado a su auge a causa de la pandemia y centran su actividad en la difusión de información no contrastada y difícil de comprobar desde el punto de vista científico, sin embargo, dependiendo de su alcance, puede afectar las coberturas de vacunación de los países y, en el caso de la COVID-19, prolongar por mucho tiempo más el inminente riesgo de contagio.
Si bien es importante reconocer que los desarrollos científicos y tecnológicos tienen limitaciones y no constituyen en sí mismos la respuesta definitiva y milagrosa a los problemas de la humanidad y en esa medida hay aún incertidumbre sobre el curso de la emergencia sanitaria y la efectividad de las vacunas para su atención, también es necesario resaltar los esfuerzos de la comunidad científica en este tema y comprender los mecanismos de acción y características de cada vacuna para conocer sus riesgos y eficacia, para así, contar con elementos que permitan evaluar las afirmaciones difundidas por distintos medios y su veracidad.
Cuando se trata de la seguridad de las vacunas, lo primero que es necesario comprender es que las vacunas tienen como finalidad el desarrollo de respuesta inmune natural por el organismo en el que es administrada hacia el virus. Existen diferentes tipos, conforme a su mecanismo de acción y en esa medida puede variar su efectividad. Entre las vacunas de la COVID-19 ya aprobadas o todavía en desarrollo, podemos encontrar desde propuestas de vacunas clásicas que inoculan el virus entero inactivado o bien proteínas virales, hasta propuestas más innovadoras que introducen una secuencia génica para que sea nuestro propio organismo quien sintetice la proteína viral en cuestión, y genere anticuerpos. Esta secuencia se puede introducir directamente a la célula mediante las vacunas a base de ARN mensajero, como las de Pfizer-BioNTech y Moderna, o bien mediante un vector viral que infecta a la célula, pero no se replica como las de Oxford/ AstraZeneca, la Sputnik del Instituto Gamaleya, o la de Janssen (Johnson & Johnson).
Lo segundo que debe ser tenido en cuenta, es que para que una vacuna o medicamento pueda salir al mercado, debe cursar unas fases de ensayos clínicos que otorguen información sobre su fiabilidad y eficacia en la atención enfermedades en el cuerpo humano. Son tres fases las que comprende este proceso una vez se han descartado los riesgos que pueden ser determinados sin hacer pruebas en humanos; la primera etapa contempla la administración de dosis a sujetos sanos cuidadosamente seleccionados, en esta fase se pretende descartar consecuencias adversas de salud a causa de la vacuna para el general de la población; una vez comprobado que no tiene ninguna incidencia adversa en sujetos sanos, la segunda fase realiza ensayos en personas enfermas cuidadosamente seleccionadas; finalmente, la tercera y última fase administra dosis en pacientes seleccionados con criterios menos estrictos, para evaluar sus efectos. Una vez superadas estas 3 fases y si los resultados son satisfactorios, se comienza a administrar en todo tipo de pacientes.
Uno de los conflictos relacionados con las vacunas contra la COVID-19 es su corto tiempo de prueba y su rápida expedición, ya que, en el desarrollo de la mayoría de los medicamentos y vacunas, el intervalo de tiempo que dura solo la fase 3, por poner un ejemplo, se encuentra entre 1 y 5 años. Una de las principales dificultades de estos procesos es la disposición de pacientes para realizar las pruebas, pues no todas las enfermedades o vacunas son de interés común a nivel mundial porque afectan a sectores geográficos y/o a poblaciones muy específicas. Para el caso de las vacunas contra el SARS-CoV-2, se emplearon los avances en otros coronavirus y en las pruebas clínicas, al ser una situación que involucra a todas las naciones del planeta, fue posible encontrar los pacientes voluntarios para realizar los ensayos exigidos en cada fase, incluso hubo participación de sujetos en cuyas poblaciones difícilmente se realizan este tipo de pruebas. A la fecha, todas las vacunas contra la COVID-19 aprobadas para distribución han sido testadas en miles de personas para probar su seguridad y eficacia a lo largo de las tres fases de los ensayos clínicos.
Otros mitos asociados a las vacunas, particularmente contra la COVID-19, están relacionados con la posibilidad de cambiar la información genética de la persona a quien se administra, la inserción de un dispositivo tecnológico que permita rastreo y seguimiento, la intención de diezmar la población mundial, entre otros tantos. Como ya vimos, cada una de estas afirmaciones podría ser fácilmente debatida y refutada con base en los datos existentes. Por otro lado, los mitos expuestos resultan paradójicos en un escenario como el colombiano, en el que no se tiene certeza sobre la disponibilidad y acceso a las vacunas para toda la población, lo que contradice los argumentos que la ponderan como estrategia de dominación.
Es innegable el factor económico asociado al desarrollo de las vacunas, las incursiones de las industrias farmacéuticas para acaparar el mercado y las limitaciones en el suministro que las aquejan. Por otro lado, como se mencionó con anterioridad, las vacunas constituyen una alternativa para la atención y superación de la emergencia sanitaria, sin embargo, su efectividad en el manejo de la emergencia aún constituye un gran interrogante, no solo por su efectividad para las mutaciones que puedan presentarse, sino por las dificultades de acceso inmediato para los países no industrializados. En esa medida, los países deben continuar incentivando el autocuidado de sus poblaciones para controlar las tasas de contagio del virus.
Es por eso que la educación asume un gran desafío y un papel relevante, no solo para dilucidar aquellos argumentos que cuentan con la evidencia para ser difundidos de aquellos que no, sino para contribuir en la formación de una cultura del cuidado en toda la ciudadanía.
* Rector, Universidad Pedagógica Nacional.