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Presidente anticiencia también desconoce a las comunidades indígenas

Leonardo Fabio Martínez Pérez
09 de octubre de 2021 - 05:00 a. m.
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En una columna anterior, hablamos sobre la postura anticientífica de algunos mandatarios alrededor del mundo en el marco de la pandemia, desconociendo la gravedad de la misma y exponiendo a un riesgo inminente a los ciudadanos de sus países. Dentro de estos personajes, indicamos cómo el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, incluso minimizó a una simple gripa la enfermedad causada por el SARS-CoV-2, desconociendo los estudios epidemiológicos, los planteamientos de la Organización Mundial de la Salud y, en últimas, las investigaciones y evidencias científicas que pusieron de presente los riesgos que ocasiona este virus para la humanidad. También mencionamos, cómo de manera irresponsable este presidente en un momento determinado promovió de manera imprudente la producción y uso de cloroquina para el tratamiento de la COVID-19, sin que este medicamento contara con la validación científica respectiva.

En este contexto, Brasil es uno de los países que se ha visto gravemente afectado por la crisis sanitaria, social y económica derivada de la pandemia. Desafortunadamente, este no es el único motivo de preocupación que aqueja al gigante suramericano. Desde el inicio de su período de gobierno, Bolsonaro ha sido fuertemente criticado por la comunidad internacional, entre otras cosas, por su postura hacia los pueblos indígenas y el medio ambiente. Con la llegada al poder de la fuerza política ultraconservadora que Jair Bolsonaro representa, la cuestión de los derechos territoriales de los pueblos indígenas en Brasil ha vuelto a ser cuestionada. A pesar de las garantías dadas por la Constitución Federal de 1988, este gobierno ha actuado en detrimento de cualquier nueva demarcación de tierras indígenas y ha tratado de menguar las que ya han sido ratificadas con dicha nominación, es decir, un territorio reservado por el Estado Federal Brasileño para el uso exclusivo de las poblaciones indígenas, que aparece en la Constitución brasileña de 1934 y desde entonces siempre ha sido confirmada por los textos fundamentales de Brasil. La Constitución de 1988 fue la que realmente sentó las bases para una transformación en la situación de los indígenas brasileños. Al definir a Brasil como un país multicultural, rompe con la perspectiva de asimilación que prevalecía hasta entonces y garantiza la preservación física, pero también cultural de las minorías étnicas. Estos principios sustentan una serie de derechos, como la enseñanza en el propio idioma y sobre todo garantizan el derecho a la tierra. Como en estos se incluyeron factores económicos, sociales y culturales, el terreno adjudicado a partir de este momento fue mucho más amplio que en anteriores períodos.

A pesar de las críticas de los sectores dominantes y las polémicas suscitadas, se homologaron enormes tierras indígenas como el Yanomami TI (96.500 km²), el complejo Kayapo-Xingu o el complejo Alto Río Negro (150.000 km² cada uno). Aunque estos casos son importantes, se debe señalar que el tamaño de los territorios indígenas es bajo: 2.720 km² en la región amazónica y sólo 101 km² en el resto de Brasil.

El gobierno de Bolsonaro ha promovido proyectos de ley en el Congreso que buscan reconocer solo aquellas tierras ancestrales que estaban ocupadas por ellos cuando se promulgó la Constitución de 1988, estas iniciativas se encuentran bajo la denominación de “marco temporal”, además impulsa proyectos para autorizar la minería y otras actividades extractivistas en las reservas indígenas, sumado a esto, se pretende regularizar tierras públicas ocupadas ilegalmente en Brasil, esto podría incentivar la invasión que ya se presenta en muchas zonas de la Amazonía para negocios madereros, explotación agropecuaria y en un sinfín de actividades antrópicas de gran impacto ambiental. Todo esto ha desencadenado protestas indígenas desde el 2019 y recientemente el pasado 23 de agosto se presentó un gran campamento indígena en Brasilia en contra de todas estas medidas, el cual recibió poco despliegue mediático, pero sin duda representa el clamor de nuestros pueblos ancestrales que resisten defendiendo la vida y sus territorios. Lucha que es justa y requiere el apoyo de todos los ciudadanos comprometidos con los derechos de la madre tierra. La respuesta del presidente Bolsonaro sobre las protestas fue estigmatizarlas y desconocerlas.

Las tierras indígenas en Brasil se concentran en la Amazonía y constituyen una parte importante de la protección de esta región amenazada por el avance de la frontera agrícola, lo que, a su vez, constituye una reserva de biosfera para la humanidad. Investigaciones realizadas por Christoph Noltea, Britaldo Soares-Filho, entre otros de la Universidad de Michigan y la Universidad de Minas Gerais, demostraron la capacidad de las tierras indígenas para inhibir actividades depredadoras o incendios, además de considerarse como sumideros de CO2. Sin embargo, algunas tierras indígenas son ahora verdaderas “islas verdes” en medio de un océano de deforestación. En los últimos años se ha evidenciado cómo el avance de la pérdida de cobertura vegetal en la Amazonía brasileña, por ejemplo, ha contribuido con el desarrollo de devastadores incendios, frente a los cuales se denota un Estado inmóvil y negligente.

No resulta sorprendente que las tierras reconocidas como territorios indígenas correspondan a las áreas que se han mantenido mejor preservadas. Si se observa en toda la región, esa resulta ser una constante que se manifiesta en los diferentes países latinoamericanos que cuentan con la demarcación de estos territorios. Sin embargo, las comprensiones sobre el territorio no son uniformes en cada una de las comunidades que allí habitan, por el contrario, resultan sumamente diversas. En contraste, los territorios colonizados por la cultura occidental evidencian cada vez más su deterioro. Estudiosos epistemólogos como Boaventura de Sousa argumentan la necesidad de un cambio civilizatorio que replantee la manera como nos relacionamos con la naturaleza, con el territorio y con nosotros mismos, a partir del reconocimiento de diferentes saberes y visiones que permitan a su vez la construcción de significados diversos que posibiliten replantear la noción de vida y realidad que comprendemos hoy, a ver si de esa manera la humanidad aún tiene alguna oportunidad de existir en el planeta.

* Rector de la Universidad Pedagógica Nacional.

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Eduardo(66587)10 de octubre de 2021 - 06:32 p. m.
Cierto profesora Martínez, debemos abandonar los temores e incursionar en la epistemología ancestral que cuida, cultiva, venera la madre naturaleza, no los dólares y los desmanes racionalistas. Pluriversidad no universalidad.
Adrianus(87145)09 de octubre de 2021 - 07:40 p. m.
Desafortunadamente, señor Fabio, todo lo volvimos dólares. Un mundo que se afinca cada día más en la riqueza, que se vanagloria de ella, que la ensalza, que la pone como fin último, minimiza, a su vez, el valor ambiental de esos bosques y sus originarios habitantes los cuales terminan viéndose como un palo en la rueda para la adquisición de riqueza. Lo más doloroso es que eso no cambiará.
Atenas(06773)09 de octubre de 2021 - 12:01 p. m.
Toda una cátedra de pura y barata corriente q’ nos bota el señor rector. La cloroquina es un medicamento esencial q’ se encuentra en el vademécum de la OMS. No andaba tan perdido Bolsonaro.
  • Eduviges(dgv1l)09 de octubre de 2021 - 10:12 p. m.
    Bobo este Atenas. Imbécil de clase mundial.
  • Adrianus(87145)09 de octubre de 2021 - 07:41 p. m.
    Lo hacía a usted con un "dedo de frente", al menos.
  • Duncan Darn(84992)09 de octubre de 2021 - 01:29 p. m.
    Al parecer los que perdieron-y mucho, incluso la vida- fueron los que cayeron por la "inocua gripiña" de Bolsonaro. Siempre defendiendo a los eternos hdputas, Apenitas!
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