‘América para los americanos’
Leopoldo Villar Borda
Entre las muchas consecuencias que tendrá el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca está la convalidación de una ambigüedad que ha dominado el pensamiento estadounidense desde el nacimiento de la gran nación constituida por las trece colonias que el Reino Unido poseía en el territorio americano. Esa ambigüedad quedó expresada en la célebre frase “América para los americanos”, acuñada por John Quincy Adams cuando era secretario de estado de Estados Unidos durante la presidencia de James Monroe y utilizada después para sintetizar la doctrina que Monroe adoptó para frenar la colonización de nuestro continente por las potencias europeas.
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Entre las muchas consecuencias que tendrá el retorno de Donald Trump a la Casa Blanca está la convalidación de una ambigüedad que ha dominado el pensamiento estadounidense desde el nacimiento de la gran nación constituida por las trece colonias que el Reino Unido poseía en el territorio americano. Esa ambigüedad quedó expresada en la célebre frase “América para los americanos”, acuñada por John Quincy Adams cuando era secretario de estado de Estados Unidos durante la presidencia de James Monroe y utilizada después para sintetizar la doctrina que Monroe adoptó para frenar la colonización de nuestro continente por las potencias europeas.
Hay una gran diferencia de contexto entre la época actual y la década de 1820, cuando Monroe formuló su famosa doctrina. También difieren en su significado aquella doctrina y el eslogan de Trump que habla de “volver a hacer grande a América de nuevo”. Lo que identifica esos dos enunciados es el equívoco de utilizar el nombre de América para referirse a lo que solo es una parte del continente al que pertenecemos también nosotros.
Es iluso pensar que los estadounidenses vayan a abandonar algún día la costumbre de referirse a sí mismos como “americanos” y hablar de su país como si fuera el único que ocupa el hemisferio occidental. Pero lo deseable es que lo hagan para evitar equívocos aún mayores como los que llevaron muchas veces a Washington a pasear sus marines por nuestras repúblicas bananeras como Pedro por su casa.
Dadas las ambiciones expansionistas que los llevaron a conquistar el Oeste, adueñarse de posesiones españolas y francesas en el continente y más tarde de la mitad de México y el canal de Panamá, es evidente que Adams, Monroe y muchos de sus sucesores alimentaron con fines políticos el uso indebido del nombre de América.
A los habitantes de los numerosos países que son parte del continente americano nos molesta la apropiación por los estadounidenses del gentilicio que compartimos con más de treinta repúblicas acreditadas en pie de igualdad con Estados Unidos en la Organización de Estados Americanos.
El nombre nació hace cinco siglos, cuando el cartógrafo alemán, Martin Waldsenmüller, publicó su mapa y puso nombre a las tierras del “nuevo mundo” en honor al explorador italiano Américo Vespucio. Desde entonces fue claro que la denominación abarcaba los tres grandes sectores de nuestro hemisferio (el norte compartido por Canadá, Estados Unidos y México; el centro que ocupan varias repúblicas; y el sur, que va desde Colombia hasta el estrecho de Magallanes).
En un principio el gentilicio fue empleado para designar a los nativos de estos territorios en su conjunto. La palabra América se utilizaba para referirse al continente, en la misma forma que se hacía con Europa, África o Asia. Para referirse a las colonias se empleaban sus propios nombres, como Nueva España y Nueva Granada. El término “americanos” se aplicaba a los nacidos en ellas (también llamados criollos) o a los colonos que se establecían allí de manera permanente. La palabra no designaba una nacionalidad sino una procedencia geográfica.
En el caso de Estados Unidos, las colonias británicas norteamericanas no adoptaron un nombre cuando se rebelaron contra la corona. En la declaración de independencia de 1776 se habló de “los Estados Unidos de América” porque sus firmantes se consideraban a sí mismos como miembros de sus respectivos estados, a los cuales denominaron en conjunto con la expresión “Estados Unidos”, aludiendo a la organización política adoptada al independizarse. Utilizaban el término “americanos” en un sentido geográfico, no político. Con el tiempo el uso del término se generalizó y se convirtió en un sinónimo del gentilicio de los estadounidenses, lo cual no solo entraña una gran equivocación sino un abuso, como tantos otros que la superpotencia comete contra el resto del planeta, comenzando por sus vecinos.