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Colombia cumplió su compromiso con los ambientalistas de todo el mundo y Cali se lució durante los doce días en que le correspondió ser la sede de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad. La importante cita internacional fue una valiosa oportunidad para reconocer la enorme riqueza natural del país y reafirmar el compromiso de preservarla y defenderla. Todo muy positivo y encomiable. Pero ¿qué tanto se avanzó en la COP16 respecto a la indispensable –y hasta ahora fracasada– guerra contra la biopiratería que nos está despojando de una gran parte de esa riqueza? Esta es la gran pregunta que surge después de la celebración de la importante cumbre, la primera de esta clase que se realiza después de la firma del Marco Mundial para la Diversidad Biológica en Montreal en diciembre de 2022.
La biopiratería es uno de los principales enemigos del bienestar y el progreso de los colombianos porque nos roba una fuente extraordinaria de ingresos y nos priva de los gigantescos beneficios económicos que se derivan del uso de nuestros recursos genéticos. Sabemos que las industrias multinacionales farmacéuticas, las biotecnológicas y las de cosméticos, entre otras, aprovechan diversas de nuestras plantas y semillas para la fabricación de sus productos y obtienen con ellas enormes beneficios económicos de los cuales no participa el país y mucho menos aún las comunidades locales de los territorios que generan esa enorme riqueza genética. También sabemos que esas multinacionales han patentado productos fabricados con nuestras plantas sin que Colombia se haya beneficiado del uso de esos recursos naturales como en justicia le corresponde. Por esto uno de los temas que se ventilaron en la COP16 fue el reclamo de los países, ricos en biodiversidad, pero pobres en dinero como el nuestro, para que se obligue a los poderosos conglomerados industriales que explotan desde hace muchos años esa gallina de los huevos de oro a compensar a sus dueños, como se hace con otras riquezas extraídas del suelo.
La falta de información detallada sobre este problema no permite establecer con precisión la magnitud de esa piratería, pero basta observar la extensa red mundial de los conglomerados industriales mencionados y sus ganancias multimillonarias para apreciar, así sea en forma aproximada, las enormes utilidades que obtienen indebidamente del uso de materias primas que no les pertenecen y el consiguiente daño que causan a los países de origen, incluido el nuestro.
Durante una cantidad de años que tampoco podemos precisar, los países ricos en tecnología y dinero, pero pobres en biodiversidad, han acumulado utilidades incalculables de esta manera, con el agravante de que nos venden a precios casi impagables los productos que obtuvieron gracias a nuestra riqueza genética y patentaron como si tuvieran derecho a ello.
En todas las conferencias sobre biodiversidad, incluyendo la celebrada en Cali, este ha sido un tema recurrente. También se ha mencionado siempre como un desafío ineludible el de regular el acceso a los recursos genéticos y la distribución equitativa de los beneficios obtenidos de ese uso. Es un tema que seguirá vigente porque la escasa capacidad de negociación de los países biodiversos frente a las potencias donde se explota su riqueza genética impide adoptar una solución concreta y efectiva. Con mayor razón cuando las riquezas naturales están desapareciendo a un ritmo tan alarmante que en los últimos cincuenta años, como lo señalan los estudios del Fondo Mundial para la Naturaleza, las poblaciones de vida silvestre del planeta se redujeron en casi tres cuartas partes.
