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Los pueblos se equivocan a menudo (al fin y al cabo, solo son la suma de falibles y vanos seres humanos), pero a veces corrigen sus errores. Esto es lo que parece estar ocurriendo en el Brasil.
Después de tres años de soportar el caótico y retardatario gobierno de Jair Bolsonaro, los brasileños están dando marcha atrás y rebobinando la historia reciente de su país. Cuando falta un poco menos de un año para las elecciones generales que tendrán lugar en octubre de 2022, todo indica que el reinado del ultraderechista Bolsonaro terminará en esa fecha.
En el partidor de la carrera presidencial brasileña ya aparecen varios aspirantes entre los que se destacan Sergio Moro, el exjuez que cobró fama por la investigación del caso Lava Jato, y el poderoso gobernador de São Paulo, João Doria. Pero en la mente de todos está el nombre de otro candidato aún no declarado que, sin embargo, podría ser el más probable sucesor de Bolsonaro: el hombre que no lo pudo enfrentar en 2018 por estar inhabilitado legalmente, Luiz Inácio Lula da Silva, el legendario Lula.
El antiguo obrero metalúrgico y sindicalista que puso en jaque a la dictadura militar que gobernó al Brasil entre las décadas de 1960 y 1980, y después protagonizó un vertiginoso ascenso político hasta llegar a la Presidencia no ha perdido su popularidad a pesar de los líos legales en que se ha visto envuelto. Recién liberado de la prisión, está efectuando un espectacular retorno al primer plano de la política y su nombre encabeza la lista en los sondeos sobre el favoritismo de los aspirantes presidenciales. A nadie sorprende esta resurrección, justificada por el legado que él dejó en su paso por el gobierno.
La historia de Lula es la realización del sueño casi imposible que abrigan muchos brasileños del común. No llegó a la política con el patrocinio de ningún gamonal ni avanzó en su carrera al amparo de caciques tradicionales, como muchas otras figuras que han sobresalido en la vida pública de su país. Todo lo hizo a pulso y por sus propios méritos.
Elegido en 2002 y reelegido en 2006, como presidente hizo historia al sacar a millones de sus compatriotas de la pobreza con programas como Hambre Cero y Bolsa Familia, que fueron tomados como modelos por otros países donde el hambre no ha desaparecido. Bolsonaro abandonó esas iniciativas, recortó las ayudas a la población más vulnerable y llevó de nuevo al Brasil a un lugar vergonzoso en el mapa latinoamericano por sus índices de pobreza, además de ignorar el impacto de la pandemia que ha dejado más de 600.000 muertos en el Brasil.
El paso de Bolsonaro por la Presidencia del país más grande y poblado de América Latina ofrece un contraste dramático con el de Lula. El desempeño del actual gobernante ha sido un fracaso sin atenuantes en todos los frentes. Prometió mejorar la economía y la seguridad, y en ambos casos falló. En lugar de defender el medio ambiente, ignoró la desastrosa deforestación de la Amazonia. Desconoció los derechos de los indígenas y de las mujeres, y difundió información falsa sobre las vacunas contra el COVID-19. Con estos antecedentes, es obvio que en la campaña que ya se inició ofrece un blanco fácil a la oposición y, sobre todo, a la aspiración de Lula a sucederlo, que se da por segura.
Lo único que falta para que se defina oficialmente la carrera entre Bolsonaro y Lula es que este último se postule formalmente. Ya ha dicho que todavía no lo hará, pero desde cuando el Tribunal Supremo del Brasil anuló las sentencias que se le habían dictado y puso fin a sus 19 meses de prisión, Lula ha reasumido sus actividades públicas con el vigor de siempre y con el talante decidido de un vencedor.