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Los bombardeos desatados por el ataque de Hamás a Israel hace casi tres meses no han caído solo sobre Gaza. También golpearon a las universidades estadounidenses y en especial a tres de las principales (Harvard, MIT y Pensilvania), convertidas en campos de batalla entre los partidarios de los dos bandos.
El combate que se libra en las universidades estadounidenses trasciende la actual coyuntura bélica en el Medio Oriente. Las primeras víctimas de este combate, intensificado por la dinamita de las redes sociales, fueron la verdad y la libertad de expresión. La conflagración creció a tal punto que involucró al Congreso de Estados Unidos.
En medio de este cuadro conflictivo, que se ha extendido a las universidades de toda la Unión Americana, está la discusión sobre el antisemitismo, un tabú utilizado por el Estado de Israel para descalificar cualquier crítica que se haga de sus acciones, incluida la desproporcionada ofensiva militar con la que respondió al ataque de Hamás el 7 de octubre pasado.
Da la impresión de que con esta ofensiva el primer ministro Benjamin Netanyahu y sus compañeros de gobierno no solo quieren vengar ese ataque sino todos los agravios sufridos por el pueblo judío desde los tiempos del Imperio romano, pasando por las persecuciones en la Europa cristiana durante la Edad Media y la expulsión de España en 1492 hasta llegar al plan de exterminio puesto en marcha por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. También parece una reacción tardía contra el baldón que su pueblo cargó durante siglos por obra de la leyenda del judío errante, condenado a vagar por el mundo hasta el regreso de Jesucristo a la Tierra por haberlo ofendido cuando iba en camino a su crucifixión.
La ofensiva contra la población de la Franja de Gaza —que ha destruido comunidades palestinas enteras, causando más de 20.000 muertos civiles, muchos de ellos niños, y reduciendo a escombros a una nación que ya estaba arruinada bajo el peso de la ocupación israelí— ha sido justamente condenada por personalidades mundiales, comenzando por el secretario general de la ONU, líderes occidentales y del mundo árabe. También ha suscitado protestas en Europa y Estados Unidos como las de las comunidades universitarias que están en el ojo del huracán por cuenta de lo que los partidarios de Israel califican de antisemitismo.
Las rectoras de Harvard (Claudine Gay), del MIT (Sally Kornbluth) y de la Universidad de Pensilvania (Liz Magill) fueron citadas al Congreso en Washington para que respondieran por qué no castigaron a los estudiantes que protestaron contra los excesos de la ofensiva israelí en Gaza. Ninguna de ellas aceptó que se calificara de antisemitas a los estudiantes por utilizar su derecho a la libertad de expresión y la de Pensilvania prefirió renunciar antes que ceder a la presión de los congresistas, encabezados por varios seguidores de Donald Trump (la de Harvard renunció después).
El veto que Estados Unidos interpuso en el Consejo de Seguridad de la ONU para frenar una resolución que exigía el cese al fuego en Gaza elevó la temperatura del debate, en el que no han faltado las amenazas de retirar la ayuda financiera que las universidades reciben de distintas entidades y fundaciones, algunas de ellas sostenidas por judíos. Las autoridades universitarias operan bajo el temor de disgustar a los estudiantes, los profesores, los antiguos alumnos y los donantes.
La polémica también revivió la discusión sobre el holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial y dio lugar a afirmaciones inverosímiles como la que hizo un congresista republicano estadounidense al decir que las protestas de los estudiantes equivalían a la amenaza de otro genocidio de judíos. Una afirmación tan desproporcionada como la ofensiva militar israelí, responsable, esa sí, del genocidio de palestinos que el mundo entero ha visto en vivo y en directo por la televisión.