Hace poco, con motivo de la rebotada -accidente tecnológico que, en efecto, ocurrió- que sufrió el informe de ejecución presupuestal enviado por Francia Márquez, se recrudecieron las bromas racistas contra ella en algunos medios radiales. Cada muchacha recién egresada de universidad ensaya su vena humorística con la que entretiene a sus compañeros y familiares remedando el lapsus del helicóptero y presenta esa destreza en la entrevista con sus próximos patrones. Contratada. Y si no la contratan, porque ya lo han hecho con la que se presentó primero, se va por entre las tiendas de las redes sociales, o de Instagram o de TikTok repitiendo su habilidad hasta que alguna chanfa le dan. Da pesar que a estas jóvenes no se les ocurra sino eso. Y ahora la han cogido con lo del “rebote”, que lo sufriremos hasta que nuestra vicepresidenta concluya su mandato, y aunque “rebote” sea una palabra correcta de la jerga digital.
Francia Márquez ha mostrado temperamento para manejar esos chistes fáciles que, en el fondo, tienden a caricaturizar las hablas regionales y, en el caso de ella, lo étnico, como en Sábados Felices. La vicepresidenta se limita a contestar “de malas”, pero lo manda a decir desde lejos, pues tengo la sospecha de que, con toda razón, Márquez terminó espantándose de Bogotá. Ojalá más bien sea porque el Ministerio de la Igualdad lo está surtiendo con personal regional que lo tiene más a la mano en Cauca o en el Valle.
Ya Bogotá estaba más acostumbrada a la inmigración cuando yo vine a parar acá, en los sesenta. Y no recuerdo que se me haya interrogado tanto por mi forma de hablar, aunque todavía uno que otro me pregunta si soy paisa, lo que por supuesto no soy, aunque me toque explicar, en defensa propia, que vengo de Sevilla, un pueblo de la cordillera central vallecaucana, y echar todo el rollo de la colonización, lo que cuento en tono airado. Pero Francia Márquez es caso aparte, por ser afro y porque tiene su tumbado en el habla. Además es la primera mujer negra que es vicepresidenta. Ese componente diferencial, cuando se lo enrostran, debe fastidiarla, porque supuestamente debiera hablar distinto.
Los medios radiales hacen mofa racista de que una alta funcionaria afro ejerza el derecho, por razones de seguridad, de ir en helicóptero a almorzar, cuando eso es para “blancos”. Puro Ku Klux Klan, como en la Alabama de los cincuenta. Qué vamos a hacer con esos “arios, caucásicos”, de esas emisoras, estrenándose como locutores luego de egresar de la Sergio y de la Universidad de la Sabana. No mereciendo ser defendido, a Angelino Garzón, un mestizo que fue vicepresidente en otra época, la radio lo volvió rey de burlas por comer rellena y chunchullos en piqueteaderos, como si eso deshonrara su cargo y, cuando la sociedad mundial, por motivos culturales, ancestrales, sicológicos y hasta escatológicos lleva siglos dejándose seducir gastronómicamente por esas piezas, no a pesar, sino precisamente por su proximidad intestinal. Otra vez, por viajar en primera clase, dijeron que la champaña le quedaba grande. De buena gana la oligarquía lo hubiera aforado en la sección de carga. Es una pena que a Angelino lo único que se le hubiera ocurrido decir para defenderse de esas ofensas haya sido: “lo que quieren es que yo viaje como un zarrapastroso”, ninguneándonos a los de clase turista. Educado como soy, nunca le pregunto a un venezolano de dónde es, porque lo asusto.
Hace poco, con motivo de la rebotada -accidente tecnológico que, en efecto, ocurrió- que sufrió el informe de ejecución presupuestal enviado por Francia Márquez, se recrudecieron las bromas racistas contra ella en algunos medios radiales. Cada muchacha recién egresada de universidad ensaya su vena humorística con la que entretiene a sus compañeros y familiares remedando el lapsus del helicóptero y presenta esa destreza en la entrevista con sus próximos patrones. Contratada. Y si no la contratan, porque ya lo han hecho con la que se presentó primero, se va por entre las tiendas de las redes sociales, o de Instagram o de TikTok repitiendo su habilidad hasta que alguna chanfa le dan. Da pesar que a estas jóvenes no se les ocurra sino eso. Y ahora la han cogido con lo del “rebote”, que lo sufriremos hasta que nuestra vicepresidenta concluya su mandato, y aunque “rebote” sea una palabra correcta de la jerga digital.
Francia Márquez ha mostrado temperamento para manejar esos chistes fáciles que, en el fondo, tienden a caricaturizar las hablas regionales y, en el caso de ella, lo étnico, como en Sábados Felices. La vicepresidenta se limita a contestar “de malas”, pero lo manda a decir desde lejos, pues tengo la sospecha de que, con toda razón, Márquez terminó espantándose de Bogotá. Ojalá más bien sea porque el Ministerio de la Igualdad lo está surtiendo con personal regional que lo tiene más a la mano en Cauca o en el Valle.
Ya Bogotá estaba más acostumbrada a la inmigración cuando yo vine a parar acá, en los sesenta. Y no recuerdo que se me haya interrogado tanto por mi forma de hablar, aunque todavía uno que otro me pregunta si soy paisa, lo que por supuesto no soy, aunque me toque explicar, en defensa propia, que vengo de Sevilla, un pueblo de la cordillera central vallecaucana, y echar todo el rollo de la colonización, lo que cuento en tono airado. Pero Francia Márquez es caso aparte, por ser afro y porque tiene su tumbado en el habla. Además es la primera mujer negra que es vicepresidenta. Ese componente diferencial, cuando se lo enrostran, debe fastidiarla, porque supuestamente debiera hablar distinto.
Los medios radiales hacen mofa racista de que una alta funcionaria afro ejerza el derecho, por razones de seguridad, de ir en helicóptero a almorzar, cuando eso es para “blancos”. Puro Ku Klux Klan, como en la Alabama de los cincuenta. Qué vamos a hacer con esos “arios, caucásicos”, de esas emisoras, estrenándose como locutores luego de egresar de la Sergio y de la Universidad de la Sabana. No mereciendo ser defendido, a Angelino Garzón, un mestizo que fue vicepresidente en otra época, la radio lo volvió rey de burlas por comer rellena y chunchullos en piqueteaderos, como si eso deshonrara su cargo y, cuando la sociedad mundial, por motivos culturales, ancestrales, sicológicos y hasta escatológicos lleva siglos dejándose seducir gastronómicamente por esas piezas, no a pesar, sino precisamente por su proximidad intestinal. Otra vez, por viajar en primera clase, dijeron que la champaña le quedaba grande. De buena gana la oligarquía lo hubiera aforado en la sección de carga. Es una pena que a Angelino lo único que se le hubiera ocurrido decir para defenderse de esas ofensas haya sido: “lo que quieren es que yo viaje como un zarrapastroso”, ninguneándonos a los de clase turista. Educado como soy, nunca le pregunto a un venezolano de dónde es, porque lo asusto.