Viendo el caos de violencia que azota a varias regiones del país —Cauca, Nariño, Chocó, Catatumbo, Antioquia (lo de Arauca responde a otras circunstancias geopolíticas, aunque el Gobierno es coautor de todas)—, me pregunto si los distintos grupos armados —que Sinaloa, que diversas disidencias Farc que compiten entre sí, que Eln, que Caparros, que Epl, que Golfos, que paracos (aunque estos están diseminados en muchos de los mencionados)— no están generando, en un período mucho menor, más víctimas mortales y desplazamientos que los que hubo, en mucho más tiempo, cuando las Farc y el Eln clásico marcaban una hegemonía territorial en su guerra contra el enemigo común de ambos: el Estado colombiano.
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Viendo el caos de violencia que azota a varias regiones del país —Cauca, Nariño, Chocó, Catatumbo, Antioquia (lo de Arauca responde a otras circunstancias geopolíticas, aunque el Gobierno es coautor de todas)—, me pregunto si los distintos grupos armados —que Sinaloa, que diversas disidencias Farc que compiten entre sí, que Eln, que Caparros, que Epl, que Golfos, que paracos (aunque estos están diseminados en muchos de los mencionados)— no están generando, en un período mucho menor, más víctimas mortales y desplazamientos que los que hubo, en mucho más tiempo, cuando las Farc y el Eln clásico marcaban una hegemonía territorial en su guerra contra el enemigo común de ambos: el Estado colombiano.
Evidentemente, al acudir con avidez a llenar el vacío dejado por la desmovilización de las Farc, la profusión de organizaciones, pequeñas y desideologizadas —una verdadera operación avispa— hace pensar que la guerra tenía menos consecuencias letales cuando había un enemigo principal del Estado, jerarquizado, que controlaba la insaciabilidad del lumpen que medra en todo ese archipiélago de buscones y aventureros. Es de suponer que una porción de esa guerrillerada (jamás en la cantidad que dice el señor AUV), burlada por los incumplimientos de Presidencia, se sumó a esas huestes caóticas. Pero ellos, los desmovilizados, no son la única carne de cañón incorporada a estas bandas súbitas, incluso son los de menos, que para eso estaban también los raspachines acosados, los cultivadores a los que se defraudó en la promesa de sustituir cultivos, y bueno, esa mano de obra disponible en donde quiera que hay movida: el mercenario. Y ahora todos ellos van por el negocio completo: procesar, entregar en puerto la merca, coronar, mejor dicho. Qué cuento de seguir cobrando gramaje, esas son chichiguas. Y han convertido el sur del país en una nervadura de rutas y ríos que ha ensangrentado el mapa. Para allá se fue todo el mundo, pues ya no estaban las Farc para contenerlo.
El agua venía sucia desde la toma, en efecto, pues el gobierno de Juan Manuel Santos, con bastante imprevisión, creyó que bastaba con firmar el Acuerdo y sacar a los desmovilizados de sus zonas de influencia. Y listo. Como si las Farc estuvieran alzadas porque sí y no quedara en esas regiones una población necesitada a la que era preciso proveerle, como se dice ahora, sostenibilidad económica y presencia de servicios escolares, de salud, de calidad de vida. Todo eso fue muy chambón, y quizás una póliza de paz real debió consistir más bien en garantizar la permanencia de esos desmovilizados in situ, en lugar de desterrarlos a lugares desconocidos a cruzarse de brazos, aguantar filo y sentir la urgencia de regresar. O si acaso eso resultaba inviable —que no veo por qué—, por lo menos que las barcazas o buses en los que la exguerrillerada se dirigía a destinos inciertos se hubieran encontrado en el camino, y yendo en dirección contraria, con caravanas de médicos, jueces, tituladores de tierras, maestros, artistas, constructores, etc.; en síntesis, todo ese personal que hemos aceptado en reconocer como el nervio de la institucionalidad. ¡Ah!, y las 16 circunscripciones electorales, que siguen embolatadas. Pero no: los guerrilleros se fueron dejando atrás una Colombia olvidada, y los únicos que se encontraban en el camino eran soldados a los que les ha quedado grande todo eso.