España es donde más acontecimientos indeseables han tenido lugar recientemente, tanto como para que ese país se haya visto viralizado y convertido en centro de atención mundial. El asesinato y desmembramiento del cuerpo del médico colombiano Edwin Arrieta, en Tailandia, por parte de un español de 29 años, Daniel Sancho, a quien le conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua, ha desatado en medios, revistas y programas del corazón una compulsión por defender al criminal tratándolo casi como “un niño inocente”, y vejar a la víctima, calificándola de narcotraficante, pedófilo, etc., y, en últimas, “colombiano”, a secas. Tailandia ha sido considerada “ese tercer mundo propenso al crimen”, al que llegando un “adolescente” treintañero, si es español, inevitablemente se le daña el corazón.
Sin embargo, la DANA de Valencia sacó el episodio del asesino Sancho de los noticieros. Y reapareció la temible analogía de tercermundista, a lo que más le temen los españoles, como si ellos fueran inmunes a la furia de la naturaleza y allí no hubiera indolencia: en Valencia, esta es la hora en que no llegan las autoridades, cuando ya van 214 muertos “oficiales” y los cálculos hablan de centenares de desaparecidos. Y eso que las alertas venían dándose desde una semana antes. El comandante de la Policía local, y los bomberos, dijeron no haber estado a tiempo en la zona cero “porque están a la espera de la orden escrita del presidente de la Generalitat”. Este, de apellido Mazón (del PP), por encontrarse en un almuerzo, dio el parte de alarma cuando ya el río les daba al cuello a las personas en los garajes tratando de salvar sus carros, ahogándose. Y en cuanto al presidente de toda la nación, Pedro Sánchez (PSOE), dijo que le respetaba la jurisdicción a Mazón, aún a sabiendas de que éste se volvió un ocho y no hizo nada. O sí hizo algo: cuando llegó un piquete de bomberos franceses a ponerse a la orden, y miles de voluntarios de los pueblos vecinos se reportaron a ayudar, con alimentos y palas para limpiar los escombros, el fango, y buscar cadáveres, los mandó a limpiar los locales de Zara, Mercadona, Ikea y Bonaire, a lo que se negaron, pues ellos iban era a ser solidarios con los damnificados del común. Y para allá se fueron, a darles agua y de comer a habitantes que deambulaban hambrientos y con frío. Al día siguiente, Mazón prohibió la entrada de voluntarios. Éstos, con más voluntad que pericia, por falta de dirección técnica, obstruyeron con basura y pantano los alcantarillados.
El PP, y el PSOE no hicieron nunca nada para prevenir catástrofes producidas por el calentamiento global. Tal vez porque “eso es cháchara de zurdos”. La zona cero en Valencia es también una hora cero para el mundo. Aquello es un espacio de podredumbre, con olor a excremento humano y cuerpos descompuestos. Centenares de carros se arruman, algunos con cadáveres al timón.
En Armero hubo igual desidia frente a las alertas de los vulcanólogos por parte de las autoridades, lo que costó 25.000 víctimas. Se salvaron algunos parientes de ministros sabedores a tiempo del deshielo. En Bogotá, esta semana, se inundó la autopista norte en el tramo que se construyó hace años encima de un humedal. Estuvieron en vilo centenares de escolares que venían de sus colegios.
¿Una muestra gratis del apocalipsis del siglo XXI?
España es donde más acontecimientos indeseables han tenido lugar recientemente, tanto como para que ese país se haya visto viralizado y convertido en centro de atención mundial. El asesinato y desmembramiento del cuerpo del médico colombiano Edwin Arrieta, en Tailandia, por parte de un español de 29 años, Daniel Sancho, a quien le conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua, ha desatado en medios, revistas y programas del corazón una compulsión por defender al criminal tratándolo casi como “un niño inocente”, y vejar a la víctima, calificándola de narcotraficante, pedófilo, etc., y, en últimas, “colombiano”, a secas. Tailandia ha sido considerada “ese tercer mundo propenso al crimen”, al que llegando un “adolescente” treintañero, si es español, inevitablemente se le daña el corazón.
Sin embargo, la DANA de Valencia sacó el episodio del asesino Sancho de los noticieros. Y reapareció la temible analogía de tercermundista, a lo que más le temen los españoles, como si ellos fueran inmunes a la furia de la naturaleza y allí no hubiera indolencia: en Valencia, esta es la hora en que no llegan las autoridades, cuando ya van 214 muertos “oficiales” y los cálculos hablan de centenares de desaparecidos. Y eso que las alertas venían dándose desde una semana antes. El comandante de la Policía local, y los bomberos, dijeron no haber estado a tiempo en la zona cero “porque están a la espera de la orden escrita del presidente de la Generalitat”. Este, de apellido Mazón (del PP), por encontrarse en un almuerzo, dio el parte de alarma cuando ya el río les daba al cuello a las personas en los garajes tratando de salvar sus carros, ahogándose. Y en cuanto al presidente de toda la nación, Pedro Sánchez (PSOE), dijo que le respetaba la jurisdicción a Mazón, aún a sabiendas de que éste se volvió un ocho y no hizo nada. O sí hizo algo: cuando llegó un piquete de bomberos franceses a ponerse a la orden, y miles de voluntarios de los pueblos vecinos se reportaron a ayudar, con alimentos y palas para limpiar los escombros, el fango, y buscar cadáveres, los mandó a limpiar los locales de Zara, Mercadona, Ikea y Bonaire, a lo que se negaron, pues ellos iban era a ser solidarios con los damnificados del común. Y para allá se fueron, a darles agua y de comer a habitantes que deambulaban hambrientos y con frío. Al día siguiente, Mazón prohibió la entrada de voluntarios. Éstos, con más voluntad que pericia, por falta de dirección técnica, obstruyeron con basura y pantano los alcantarillados.
El PP, y el PSOE no hicieron nunca nada para prevenir catástrofes producidas por el calentamiento global. Tal vez porque “eso es cháchara de zurdos”. La zona cero en Valencia es también una hora cero para el mundo. Aquello es un espacio de podredumbre, con olor a excremento humano y cuerpos descompuestos. Centenares de carros se arruman, algunos con cadáveres al timón.
En Armero hubo igual desidia frente a las alertas de los vulcanólogos por parte de las autoridades, lo que costó 25.000 víctimas. Se salvaron algunos parientes de ministros sabedores a tiempo del deshielo. En Bogotá, esta semana, se inundó la autopista norte en el tramo que se construyó hace años encima de un humedal. Estuvieron en vilo centenares de escolares que venían de sus colegios.
¿Una muestra gratis del apocalipsis del siglo XXI?