Al momento de escribir esta columna, solamente es un rumor lo de la muerte de Iván Márquez, y ojalá sea apenas eso. Yo no niego a los amigos, y de Márquez lo fui, así que espero él siga viviendo, por la vida en sí misma, y para que pueda retomar el camino de paz que su organización Segunda Marquetalia conversa con el Gobierno. Es necesario recapitular aspectos negativos del Acuerdo de Paz que aún gravitan –aunque de forma diferente– sobre las ex-FARC, ahora fuerza legal llamada Comunes. Aunque Márquez y las ex-Farc tienen entre sí discordias, es evidente que la evasión de aquel –tanto como la de Jesús Santrich– no fueron “traiciones” al Acuerdo de Paz, sino resultado de los entrampamientos –a través de un sobrino en el caso de Márquez– que les hicieron los enemigos del Acuerdo de La Habana (Néstor Humberto Martínez, la DEA, narcos mexicanos y otras yerbas por el estilo). Si Márquez no se hubiera ido, ahora vestiría un traje anaranjado vitaliciamente en una cárcel estadounidense, e igual Jesús Santrich, a quien “enguaralaron” con una supuesta “negociación” de cocaína.
Al exsecretariado, los Comunes ahora, aunque por fortuna vivos –lo que no puede decirse de centenares de firmantes de paz–, los siguen carameleando en lo judicial, postergándoles los trámites, dándoles sorpresas con cargos súbitos, según Luis Moreno Ocampo, el juez estrella que en cuatro meses adelantó el juicio a los militares argentinos de la dictadura. LMO dijo a Cambio que “los jueces de la JEP tienen que hacerles un único requerimiento a los miembros del exsecretariado con todos los hechos que se les pueden imputar, que ya se conocen, y no deben seguir investigando”. Las ex-FARC renunciaron a la presunción de inocencia, luego el proceso hace rato está listo para obtener el punto de cierre. Pero este se ha convertido en una operación tortuga, “habidas cuentas”, dice LMO, “de que los jueces han entrado en una revisión caso por caso, han hecho un requerimiento parcial, pero analizan miles de otras de imputaciones…”. Con ese ritmo, “no van a llegar nunca a una decisión final” dice LMO. Ese atasco contra las ex-FARC mantiene a este grupo en un laberinto kafkiano, lo que es un incumplimiento flagrante a un acuerdo que todavía se puede salvar para que sea realmente ejemplar en el mundo.
Apenas obvio entonces que el grupo Comunes se encuentre gestionando la intervención de la Corte Constitucional para que se pronuncie sobre el punto de cierre. Y ya, sin más dilaciones.
Sobre la Guerra de los Mil Días (cien mil muertos, la población total de la Bogotá de comienzo del siglo) nunca hubo exigencias de culpas y se siguió derecho como si esa mortandad hubiera sido una bagatela. Sobre la violencia bipartidista de los trescientos mil muertos, tampoco. Por el contrario, las sanciones morales se convirtieron en una celebración de puestos. Y qué decir de la amnesia judicial que cundió sobre procesos de paz con otras organizaciones insurreccionales. Pasaron invictas, sin tocar aro. Se les hubiera exigido, al menos, la verdad. Para no hablar de la contraparte, el Estado y sus fuerzas de seguridad. Y algunos empresarios, untados hasta el cuello por la sangría, pero ahí andan frescos como lechugas. Por simple asepsia, por decoro, ex-FARC y Comunes no pueden seguir siendo los prescindibles y los tóxicos en esta historia.
Al momento de escribir esta columna, solamente es un rumor lo de la muerte de Iván Márquez, y ojalá sea apenas eso. Yo no niego a los amigos, y de Márquez lo fui, así que espero él siga viviendo, por la vida en sí misma, y para que pueda retomar el camino de paz que su organización Segunda Marquetalia conversa con el Gobierno. Es necesario recapitular aspectos negativos del Acuerdo de Paz que aún gravitan –aunque de forma diferente– sobre las ex-FARC, ahora fuerza legal llamada Comunes. Aunque Márquez y las ex-Farc tienen entre sí discordias, es evidente que la evasión de aquel –tanto como la de Jesús Santrich– no fueron “traiciones” al Acuerdo de Paz, sino resultado de los entrampamientos –a través de un sobrino en el caso de Márquez– que les hicieron los enemigos del Acuerdo de La Habana (Néstor Humberto Martínez, la DEA, narcos mexicanos y otras yerbas por el estilo). Si Márquez no se hubiera ido, ahora vestiría un traje anaranjado vitaliciamente en una cárcel estadounidense, e igual Jesús Santrich, a quien “enguaralaron” con una supuesta “negociación” de cocaína.
Al exsecretariado, los Comunes ahora, aunque por fortuna vivos –lo que no puede decirse de centenares de firmantes de paz–, los siguen carameleando en lo judicial, postergándoles los trámites, dándoles sorpresas con cargos súbitos, según Luis Moreno Ocampo, el juez estrella que en cuatro meses adelantó el juicio a los militares argentinos de la dictadura. LMO dijo a Cambio que “los jueces de la JEP tienen que hacerles un único requerimiento a los miembros del exsecretariado con todos los hechos que se les pueden imputar, que ya se conocen, y no deben seguir investigando”. Las ex-FARC renunciaron a la presunción de inocencia, luego el proceso hace rato está listo para obtener el punto de cierre. Pero este se ha convertido en una operación tortuga, “habidas cuentas”, dice LMO, “de que los jueces han entrado en una revisión caso por caso, han hecho un requerimiento parcial, pero analizan miles de otras de imputaciones…”. Con ese ritmo, “no van a llegar nunca a una decisión final” dice LMO. Ese atasco contra las ex-FARC mantiene a este grupo en un laberinto kafkiano, lo que es un incumplimiento flagrante a un acuerdo que todavía se puede salvar para que sea realmente ejemplar en el mundo.
Apenas obvio entonces que el grupo Comunes se encuentre gestionando la intervención de la Corte Constitucional para que se pronuncie sobre el punto de cierre. Y ya, sin más dilaciones.
Sobre la Guerra de los Mil Días (cien mil muertos, la población total de la Bogotá de comienzo del siglo) nunca hubo exigencias de culpas y se siguió derecho como si esa mortandad hubiera sido una bagatela. Sobre la violencia bipartidista de los trescientos mil muertos, tampoco. Por el contrario, las sanciones morales se convirtieron en una celebración de puestos. Y qué decir de la amnesia judicial que cundió sobre procesos de paz con otras organizaciones insurreccionales. Pasaron invictas, sin tocar aro. Se les hubiera exigido, al menos, la verdad. Para no hablar de la contraparte, el Estado y sus fuerzas de seguridad. Y algunos empresarios, untados hasta el cuello por la sangría, pero ahí andan frescos como lechugas. Por simple asepsia, por decoro, ex-FARC y Comunes no pueden seguir siendo los prescindibles y los tóxicos en esta historia.