Homenaje de DLP a los líderes sociales.
El 9 de mayo de 2019, en Cali, a las 4 p.m., la mamá de Laura Lezama llamó al trabajo a su hija, de 19 años, y no le dijo el motivo por el que la necesitaba de urgencia en la casa. Laura cumplió el llamado con extrañeza, por lo apremiante, aunque nunca se imaginó con qué se iba a encontrar. Cuando la mamá, por fin, se decidió a desatarle la noticia de frente: “Mataron a tu papá, en Arauquita, hace una hora”, Laura se demoró unos segundos para contestarle: “Eso no es cierto, imposible; tú estás equivocada”, y mientras la mamá le insistía para que aceptara el hecho, Laura llamó como un autómata a unos amigos, y salió de su casa repitiendo: “Tú estás equivocada, eso no ha ocurrido”. Estuvo con ellos visitando alguna heladería, tocando temas banales, hasta el punto de que ellos no advirtieron ninguna perturbación en ella. La procesión iba por dentro. Ya como a las 10 p.m. llegó de nuevo a su casa y, según sus propias palabras: “Superé el estado de negación y lloré largo y fuerte, como nunca lo había hecho”.
Al día siguiente, muy temprano, estaba con su mamá en el aeropuerto Bonilla Aragón, averiguando cómo diablos se viajaba a Arauquita, lugar al que llevaba tiempo sin ir, desde chiquita, pero del que guardaba un recuerdo afectuoso, de caballos, horizontes ilimitados y terneras a la brasa. Ya en la velación, constatada corporalmente esa presencia de Mauricio, su padre, “en su cajita”, pidió estar a solas con el cadáver para conversar con él. Le recordó que llevaban diez días sin hablar, desde la última vez que la llamó y estuvieron dos horas pegados del teléfono hablando de lo habido y por haber, y de lo mucho que la hizo reír. Le contó de su trabajo como tecnóloga de gestión en Cali, y le dijo que también se había encaprichado de estudiar cine, en la Universidad Agustiniana. Un grillo verde se posó en un borde del cajón, la persiguió cuando salió de allí y le hizo compañía mientras visitó el mural inmenso que los artistas y talleristas que juntaba para hablarles de cine pintaban en la Casa de la Cultura, con la figura inmensa de su padre filmando el río con su cámara desde una canoa. Esa noche, el grillo se le enredó en el pelo para dormir con ella. Al día siguiente, al funeral concurrieron todos los muñecos gigantes que él hizo para animar eventos y para que actuaran en sus obras de teatro. También, los santos de tamaño heroico con los que había hecho el pesebre municipal. Hubo gente que cruzó desde Venezuela para recordar que se cumplía un año del festival de cine de la frontera organizado por él en el puente José Antonio Páez. Y los ciclistas, con los que organizaba carreras. Mauricio en vida no paraba y mantuvo en frenesí permanente, a punta de arte, de todas las artes y deportes, a un pueblo caluroso que se la pasaba haciendo siesta.
Recientemente, le habían adjudicado en Proimágenes, para que hiciera la producción, el corto Las luciérnagas vuelan en mayo, que dirigiría Tony Villamizar en homenaje a su madre, Mayo Villamizar, octogenaria sobreviviente de la UP de un atentado en el que pereció su marido Arsenio, farmaceuta del pueblo, en los años 90. Mauricio fue con un amigo a hacer casting al corregimiento La Esmeralda y, al llegar, lo acribillaron dos sicarios.
Justo al año del entierro, a Laura la despertó a la medianoche un grillo caleño posado en el espaldar de su cama. Entonces reanudó su charla con el papá.
Homenaje de DLP a los líderes sociales.
El 9 de mayo de 2019, en Cali, a las 4 p.m., la mamá de Laura Lezama llamó al trabajo a su hija, de 19 años, y no le dijo el motivo por el que la necesitaba de urgencia en la casa. Laura cumplió el llamado con extrañeza, por lo apremiante, aunque nunca se imaginó con qué se iba a encontrar. Cuando la mamá, por fin, se decidió a desatarle la noticia de frente: “Mataron a tu papá, en Arauquita, hace una hora”, Laura se demoró unos segundos para contestarle: “Eso no es cierto, imposible; tú estás equivocada”, y mientras la mamá le insistía para que aceptara el hecho, Laura llamó como un autómata a unos amigos, y salió de su casa repitiendo: “Tú estás equivocada, eso no ha ocurrido”. Estuvo con ellos visitando alguna heladería, tocando temas banales, hasta el punto de que ellos no advirtieron ninguna perturbación en ella. La procesión iba por dentro. Ya como a las 10 p.m. llegó de nuevo a su casa y, según sus propias palabras: “Superé el estado de negación y lloré largo y fuerte, como nunca lo había hecho”.
Al día siguiente, muy temprano, estaba con su mamá en el aeropuerto Bonilla Aragón, averiguando cómo diablos se viajaba a Arauquita, lugar al que llevaba tiempo sin ir, desde chiquita, pero del que guardaba un recuerdo afectuoso, de caballos, horizontes ilimitados y terneras a la brasa. Ya en la velación, constatada corporalmente esa presencia de Mauricio, su padre, “en su cajita”, pidió estar a solas con el cadáver para conversar con él. Le recordó que llevaban diez días sin hablar, desde la última vez que la llamó y estuvieron dos horas pegados del teléfono hablando de lo habido y por haber, y de lo mucho que la hizo reír. Le contó de su trabajo como tecnóloga de gestión en Cali, y le dijo que también se había encaprichado de estudiar cine, en la Universidad Agustiniana. Un grillo verde se posó en un borde del cajón, la persiguió cuando salió de allí y le hizo compañía mientras visitó el mural inmenso que los artistas y talleristas que juntaba para hablarles de cine pintaban en la Casa de la Cultura, con la figura inmensa de su padre filmando el río con su cámara desde una canoa. Esa noche, el grillo se le enredó en el pelo para dormir con ella. Al día siguiente, al funeral concurrieron todos los muñecos gigantes que él hizo para animar eventos y para que actuaran en sus obras de teatro. También, los santos de tamaño heroico con los que había hecho el pesebre municipal. Hubo gente que cruzó desde Venezuela para recordar que se cumplía un año del festival de cine de la frontera organizado por él en el puente José Antonio Páez. Y los ciclistas, con los que organizaba carreras. Mauricio en vida no paraba y mantuvo en frenesí permanente, a punta de arte, de todas las artes y deportes, a un pueblo caluroso que se la pasaba haciendo siesta.
Recientemente, le habían adjudicado en Proimágenes, para que hiciera la producción, el corto Las luciérnagas vuelan en mayo, que dirigiría Tony Villamizar en homenaje a su madre, Mayo Villamizar, octogenaria sobreviviente de la UP de un atentado en el que pereció su marido Arsenio, farmaceuta del pueblo, en los años 90. Mauricio fue con un amigo a hacer casting al corregimiento La Esmeralda y, al llegar, lo acribillaron dos sicarios.
Justo al año del entierro, a Laura la despertó a la medianoche un grillo caleño posado en el espaldar de su cama. Entonces reanudó su charla con el papá.