UNA DE LAS PREOCUPACIONES ENtre las personas de mi generación —gente de salida ya— no es tanto el desánimo que pudiera causarnos un fracaso del cese al conflicto armado que se negocia en La Habana.
Ese desenlace infeliz sería apenas otra raya más en la piel de un tigre. Asumir, pues, otro desengaño, la certeza terminal de que la ley de la fuerza es un hecho endémico en este país, no sería más que un simple episodio de inercia para quienes la acumulación de fiascos políticos en la parte del siglo XX en que albergamos ilusiones, sólo nos dejó, como en el poema de Machado, “ojos velados por melancolías”.
Incluso, casi que lo sorprendente para muchos de los de mi edad sería que en el tramo penúltimo de nuestras vidas nos tocara un pedazo del comienzo, aunque fuera, de una promesa seria de decencia política. De simple respeto a lo distinto, a lo inevitable que provee cada época.
En cambio hay una promoción de jóvenes, que apenas debuta con sus esperanzas, para la que el primer descalabro de sus expectativas altruistas tendría unas consecuencias quizás peores que las que han sobrellevado las generaciones que la preceden. Nosotros, los desencantados habituales por no haber logrado que el país se insertara en la contemporaneidad, si mucho caímos en el escepticismo, algo inofensivo, pero esa juventud de ahora, hija de la tecnología digital y del cosmopolitismo informativo, puesta contra la corriente, burlada en sus sueños más generosos, será imprevisible. No sé en qué sentido, ni me atrevo a vaticinarlo. De momento dejo ahí el interrogante abierto.
Francisco Toloza, Pacho, como le decimos sus amigos, es un líder de esa camada inédita de protagonistas que han remozado las movilizaciones populares, los foros de discusión política, las cátedras universitarias. También se mueve con fluidez y reconocimiento en los ámbitos internacionales, a los que concurre no sólo como alumno de maestrías, sino como representante de relaciones internacionales de la Marcha Patriótica. Tiene 35 años.
El discurso de Pacho es prolijo en cifras y muy lleno de esa picaresca verbal que es impronta de su tierra cucuteña. Se pasea con destreza por los temas largamente postergados en este país: despojo de tierras, reparación de víctimas, política de hidrocarburos, zonas de reserva campesina, solución negociada al conflicto armado, y por aquellos que enriquecieron el lenguaje político sólo después del ingreso al milenio: soberanía alimentaria, minería y medio ambiente, los nuevos derechos (de género, aborto, despenalización de la droga, etc.).
Su versatilidad intelectual, al igual que su cachucha de ferroviario y una nostálgica barba leninista, le han ganado audiencia entre ese mundo de jóvenes que les metieron piercings, tatuajes, cabellos verdes, ombligos, pantalones descaderados, morrales, cámaras digitales y mucha euforia a las movilizaciones que tuvieron lugar el año pasado y que en este que apenas comienza volverán a invadir las calles y las carreteras.
Obvio que por eso lo agarraron en Cúcuta, donde se encontraba visitando a su familia, el 4 de enero pasado. Le montaron un operativo de vergüenza digno de un facineroso. Entre los cargos “graves” que se le imputan está el de haber conversado en Buenos Aires con el doctor en ciencia política de Harvard Atilio Borón y con el premio Nobel de Paz Ramón Pérez Esquivel. Conociendo a Pacho, estoy seguro de que él fue el que les habló todo el tiempo, y hasta terminó convenciéndolos con su carreta. Que los pidan entonces en extradición a ellos.
Estamos pues ante un nuevo falso positivo judicial, muy típico de nuestros cuerpos de seguridad, que operan como si siguiéramos en la Guerra Fría. Qué vamos a hacer con este viejo país parroquial que nunca ha soportado el presente. Suelten a Pacho, hombre, vuélvanse serios.
UNA DE LAS PREOCUPACIONES ENtre las personas de mi generación —gente de salida ya— no es tanto el desánimo que pudiera causarnos un fracaso del cese al conflicto armado que se negocia en La Habana.
Ese desenlace infeliz sería apenas otra raya más en la piel de un tigre. Asumir, pues, otro desengaño, la certeza terminal de que la ley de la fuerza es un hecho endémico en este país, no sería más que un simple episodio de inercia para quienes la acumulación de fiascos políticos en la parte del siglo XX en que albergamos ilusiones, sólo nos dejó, como en el poema de Machado, “ojos velados por melancolías”.
Incluso, casi que lo sorprendente para muchos de los de mi edad sería que en el tramo penúltimo de nuestras vidas nos tocara un pedazo del comienzo, aunque fuera, de una promesa seria de decencia política. De simple respeto a lo distinto, a lo inevitable que provee cada época.
En cambio hay una promoción de jóvenes, que apenas debuta con sus esperanzas, para la que el primer descalabro de sus expectativas altruistas tendría unas consecuencias quizás peores que las que han sobrellevado las generaciones que la preceden. Nosotros, los desencantados habituales por no haber logrado que el país se insertara en la contemporaneidad, si mucho caímos en el escepticismo, algo inofensivo, pero esa juventud de ahora, hija de la tecnología digital y del cosmopolitismo informativo, puesta contra la corriente, burlada en sus sueños más generosos, será imprevisible. No sé en qué sentido, ni me atrevo a vaticinarlo. De momento dejo ahí el interrogante abierto.
Francisco Toloza, Pacho, como le decimos sus amigos, es un líder de esa camada inédita de protagonistas que han remozado las movilizaciones populares, los foros de discusión política, las cátedras universitarias. También se mueve con fluidez y reconocimiento en los ámbitos internacionales, a los que concurre no sólo como alumno de maestrías, sino como representante de relaciones internacionales de la Marcha Patriótica. Tiene 35 años.
El discurso de Pacho es prolijo en cifras y muy lleno de esa picaresca verbal que es impronta de su tierra cucuteña. Se pasea con destreza por los temas largamente postergados en este país: despojo de tierras, reparación de víctimas, política de hidrocarburos, zonas de reserva campesina, solución negociada al conflicto armado, y por aquellos que enriquecieron el lenguaje político sólo después del ingreso al milenio: soberanía alimentaria, minería y medio ambiente, los nuevos derechos (de género, aborto, despenalización de la droga, etc.).
Su versatilidad intelectual, al igual que su cachucha de ferroviario y una nostálgica barba leninista, le han ganado audiencia entre ese mundo de jóvenes que les metieron piercings, tatuajes, cabellos verdes, ombligos, pantalones descaderados, morrales, cámaras digitales y mucha euforia a las movilizaciones que tuvieron lugar el año pasado y que en este que apenas comienza volverán a invadir las calles y las carreteras.
Obvio que por eso lo agarraron en Cúcuta, donde se encontraba visitando a su familia, el 4 de enero pasado. Le montaron un operativo de vergüenza digno de un facineroso. Entre los cargos “graves” que se le imputan está el de haber conversado en Buenos Aires con el doctor en ciencia política de Harvard Atilio Borón y con el premio Nobel de Paz Ramón Pérez Esquivel. Conociendo a Pacho, estoy seguro de que él fue el que les habló todo el tiempo, y hasta terminó convenciéndolos con su carreta. Que los pidan entonces en extradición a ellos.
Estamos pues ante un nuevo falso positivo judicial, muy típico de nuestros cuerpos de seguridad, que operan como si siguiéramos en la Guerra Fría. Qué vamos a hacer con este viejo país parroquial que nunca ha soportado el presente. Suelten a Pacho, hombre, vuélvanse serios.