Mientras dura el entreacto de la crisis en Venezuela —un entreacto bastante activo, pues en su transcurso ha habido 1.200 detenidos, 17 desaparecidos y 19 muertos—, es antipático ocuparse de un tema más grato, divagaciones apenas, sobre lo que tiene ahora mismo al mundo de fiesta: los Juegos Olímpicos de París 2024, y dolerse de que los venezolanos no estén ahora para estos entretenimientos, o comiencen a estarlo solo después de tirarle la puerta en las narices al esbirro de ocasión que lo ha perseguido durante una cuadra.
Cada sede, cuando le llega el turno, tira la casa por la ventana, sobre todo en su ceremonia de apertura, que esta vez se salió de los estadios y navegó por el Sena, río novelístico, sentimental, trágico, romántico. París se lució y les entregó los trastos a los artistas, cineastas, coreógrafos, teatreros, músicos, que armaron un pieza memoriosa sobre todos los imaginarios y acontecimientos que han tenido por escenario a esa ciudad: Los miserables, la guillotina, María Antonieta, el hombre de la máscara de hierro, Cyrano de Bergerac, los hermanos Lumiére, la Nueva Ola, el can can, el Folies Bergère, Proust, los impresionistas, los surrealistas, la revolución, el Dickens de la novela Dos ciudades, el Balzac de La piel de zapa, la moda, la Victoria de Samotracia, la Mona Lisa, Édith Piaf, los ladrones galantes, La Plaza de los Inválidos, la de la Concordia, y todas las miserias y apoteosis que se agitaron en sus lugares patrimoniales: el Louvre, la torre Eiffel, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, le Sacre Coeur, Notre Dame...
Francia existe, sin duda, comenzando por la Francia provocadora, en estos tiempos de inminencia —o tal vez no tan inminente— de la señora Le Pen, y ha asumido su destino laico privilegiando una historia en contravía de las supersticiones religiosas. La alegoría al Festín de los dioses, a Baco, a los machos cabríos, por una similitud en la composición a La última cena de Leonardo, se prestó para conjeturas capciosas del clero francés y de los rezanderos de todo el planeta, que pidieron se restaurara el Tribunal del Santo Oficio. Para mí, esa confusión fue deliberada, para hacer que los obispos se alborotaran. Buena esa.
Y luego, ratificando el eclecticismo nacional, estuvieron Lady Gaga y esa voz caída como un rayo por entre los hierros de la torre Eiffel, Celine Dion. Y claro, voces a granel, de talentos nacionales, y etnias en cantidad, y trans, y no binarios, para afirmar la inclusión, para cerrar una alusión a la reflexión de Simone de Beauvoir: “En el mundo hay demasiadas personas para que apenas haya dos sexos”.
Y llegó Zinedine Zidane con la llama olímpica —con la que alcanzó a subirse a un vagón del metro, para desde allí entegársela a un niño—, y luego ponerla en manos de Serena Williams, y de Nadia Comaneci, y una larga lista de stars olímpicos de diversas nacionalidades, hasta ponerla en el pebetero que irradiaría sus llamas. Decía Somerset Maugham que los franceses nunca le perdonarían a Inglaterra que sí se hubiera defendido de la invasión nazi. De igual forma, los ingleses nunca le perdonarán a Francia haber hecho este documental fastuoso. Sobre todo, después de que en Londres 2012, las únicas personalidades que escoltaron la llama olímpica fueron la reina Isabel, Daniel Craig (007), David Beckham y Míster Bean. Muy brexit.
Mientras dura el entreacto de la crisis en Venezuela —un entreacto bastante activo, pues en su transcurso ha habido 1.200 detenidos, 17 desaparecidos y 19 muertos—, es antipático ocuparse de un tema más grato, divagaciones apenas, sobre lo que tiene ahora mismo al mundo de fiesta: los Juegos Olímpicos de París 2024, y dolerse de que los venezolanos no estén ahora para estos entretenimientos, o comiencen a estarlo solo después de tirarle la puerta en las narices al esbirro de ocasión que lo ha perseguido durante una cuadra.
Cada sede, cuando le llega el turno, tira la casa por la ventana, sobre todo en su ceremonia de apertura, que esta vez se salió de los estadios y navegó por el Sena, río novelístico, sentimental, trágico, romántico. París se lució y les entregó los trastos a los artistas, cineastas, coreógrafos, teatreros, músicos, que armaron un pieza memoriosa sobre todos los imaginarios y acontecimientos que han tenido por escenario a esa ciudad: Los miserables, la guillotina, María Antonieta, el hombre de la máscara de hierro, Cyrano de Bergerac, los hermanos Lumiére, la Nueva Ola, el can can, el Folies Bergère, Proust, los impresionistas, los surrealistas, la revolución, el Dickens de la novela Dos ciudades, el Balzac de La piel de zapa, la moda, la Victoria de Samotracia, la Mona Lisa, Édith Piaf, los ladrones galantes, La Plaza de los Inválidos, la de la Concordia, y todas las miserias y apoteosis que se agitaron en sus lugares patrimoniales: el Louvre, la torre Eiffel, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, le Sacre Coeur, Notre Dame...
Francia existe, sin duda, comenzando por la Francia provocadora, en estos tiempos de inminencia —o tal vez no tan inminente— de la señora Le Pen, y ha asumido su destino laico privilegiando una historia en contravía de las supersticiones religiosas. La alegoría al Festín de los dioses, a Baco, a los machos cabríos, por una similitud en la composición a La última cena de Leonardo, se prestó para conjeturas capciosas del clero francés y de los rezanderos de todo el planeta, que pidieron se restaurara el Tribunal del Santo Oficio. Para mí, esa confusión fue deliberada, para hacer que los obispos se alborotaran. Buena esa.
Y luego, ratificando el eclecticismo nacional, estuvieron Lady Gaga y esa voz caída como un rayo por entre los hierros de la torre Eiffel, Celine Dion. Y claro, voces a granel, de talentos nacionales, y etnias en cantidad, y trans, y no binarios, para afirmar la inclusión, para cerrar una alusión a la reflexión de Simone de Beauvoir: “En el mundo hay demasiadas personas para que apenas haya dos sexos”.
Y llegó Zinedine Zidane con la llama olímpica —con la que alcanzó a subirse a un vagón del metro, para desde allí entegársela a un niño—, y luego ponerla en manos de Serena Williams, y de Nadia Comaneci, y una larga lista de stars olímpicos de diversas nacionalidades, hasta ponerla en el pebetero que irradiaría sus llamas. Decía Somerset Maugham que los franceses nunca le perdonarían a Inglaterra que sí se hubiera defendido de la invasión nazi. De igual forma, los ingleses nunca le perdonarán a Francia haber hecho este documental fastuoso. Sobre todo, después de que en Londres 2012, las únicas personalidades que escoltaron la llama olímpica fueron la reina Isabel, Daniel Craig (007), David Beckham y Míster Bean. Muy brexit.