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Apenas obvio que a los ricos, los políticos y los periodistas de los medios VIP les irrite que el Estado muestre a través de RTVC a los colombianos anónimos, como lo hizo el pasado 27 de septiembre en la convocatoria a movilizarse en todas partes para reclamar su derecho a una reforma agraria, de la salud, de la educación y contra el cambio climático. Ahí sí se veía comunidad diversa, ciudadanía deliberante, plurietnicidad activa. Las hablas regionales, las indumentarias populares, las músicas locales colmaron parques y calles para pronunciarse con sus banderas, tatuajes y plumajes.
Celebro que por fin RTVC haya caído en la cuenta de sus deberes postergados para darnos a conocer a los televidentes que no todo en la vida es MasterChef, ni Yo me llamo, ni telenovelas de tipos musculados y mujeres dietéticas. En realidad la televisión empresarial es muy glamurosa, muy municipal, muy TikTok e Instagram, a diferencia de lo que disfruté en Señal Colombia el pasado miércoles, que fueron nombres de pueblos que ya había olvidado: Yotoco, Riofrío, Tadó, Silvia, Belén de Umbría, Mistrató, etc. Ya las ciudades mayores —Bucaramanga, Cartagena, Ibagué, Pereira, Quibdó, Cali, Medellín, Bogotá— tiraron la casa por la ventana y se hicieron a la calle, despabilándose, mostrándose vivas, hermosas, agitadas, ganosas de progreso.
Me dio pesar la senadora de siempre desesperada por el ruido y casi ordenando a los indígenas que se regresen a sus resguardos, que Bogotá no los acepta, que ojalá estén en sus lejuras calladitos y sentados. Pobrecita, ¡qué país el que le tocó!
Yo cambiaba de canal, para comparar apenas, y me encontraba, incluso en el propio RTVC —verbigracia, en señal institucional—, con unos programas yertos, tiesos, y me decía: ¿por qué no habrá entrado en cadena con Señal Colombia, si allí es donde está la movida?
Debieran, eso sí, los editores en vivo de la euforia en la plaza de Bolívar demorar más los planos medios en la concurrencia anónima de los esperanzados. Qué rostros interesantes se ven. Entonces empezó el concierto y me puse a alzar los brazos y a saltar frente al televisor. La televisión pública ha vuelto.
***
Vintage. Un misterio el motivo por el que la penúltima edición de Semana se le dedicó a una entrevista con el excoronel César de la Cruz. El mérito por el que este exoficial obtuvo de esa revista el derecho a ser portada y hasta a ser entrevistado con largueza fue porque él capturó a Gustavo Petro en Zipaquirá hace 38 años, más exactamente en el año 85.
También reveló que Petro fue capturado por él en un bar. La entrevistadora se entusiasmó, coligiendo morbosamente que desde sus tiempos de militante del M-19 el ahora presidente había contraído el alcoholismo que ella y otros le atribuyen. E insistió con el tema casi deseando que al capturado lo hubieran llevado preso en estado de ebriedad. Pero no, el entrevistado no aportó ningún certificado de alcoholemia a la aprendiz de paleontología. Más bien rectificó diciendo que Petro se había escondido en el sótano de una casa. Ante la pregunta de si lo habían torturado, el excoronel dijo que “se le trató fuerte [...] el trato fuerte es gritarlo, el trato fuerte es no dejarlo dormir, el trato fuerte es tenerlo en un lugar frío”.
También confesó que en Zipaquirá había soldados bachilleres de “colegios muy buenos de Bogotá y del Valle del Cauca como el San Carlos, el Nueva Granada, el Helvetia, el Andino”. Creo que esa confesión tardía podría traerle problemas.