Salió el sol, es una. “El tibio sol sabanero, tan arisco y huraño” (el de mi llorado vate de juventud, Rodolfo Eduardo de Roux). Las diez de la mañana de una luz calurosa y nítida, de precisión exquisita que no la tienen las tierras cálidas.
Otro factor bueno es que amanecí sin maltratos después de una tercera caída, a mis 88. Mayor que el santo padre seis meses y menor, otros seis, que el anciano pensionado que presentó el presidente Petro por la televisión (quien recibirá $225.000 mensuales y caso saldado). Me comparo con él y, aunque de vida cómoda, igualmente me topó la vejez sin pensión alguna ni beneficios laborales, tras 65 años de trabajo, que hicieron públicos algunos colegas (debo, por cierto, un personal agradecimiento al colega Mehoc (sic), a quien prefiero llamar de este modo y a quien felicito por sus últimas y magníficas hojas en este mismo diario).
En cosas agradables vale pensar dentro de tanta turbiedad, de tantas noticias tenebrosas que creemos sacudir con un suspiro. Asombraría si fuera una, pero son miles y nos ahogaría el dolor que exhalamos ante la desgracia, generalmente ajena. Uno se acostumbra, qué tristeza: soldados y policías, en pleno vigor de juventud, esperanza y orgullo de sus familias, muertos por balas y bombas arrojadas sobre cañaduzales, sin contemplación alguna.
Quizás en la tele se encuentre uno con cosas agradables. No lo es, por supuesto, toparse con el jefe de gobierno, enfurecido sin que nada le hubiéramos hecho, acalorado, el cuello hinchado y los ojazos de relieve, perdidos en el alero de su gorra. Estos oradores profesionales, desabridos en el diálogo casual, necesitan el vuelo oratorio y el calor de multitudes reales o imaginarias. No gobiernan, predican. Ni tan buenos oradores, sí son muy fáciles de palabra, que no es lo mismo que el lucimiento retórico. Gaitán, a quien posiblemente recuerda, era otra cosa, civilista ante todo, sencillo y popular y, como tal, de la entraña del pueblo. “No soy un hombre, soy un pueblo”.
Pensemos que esta hora, ya casi trágica, de Colombia va a pasar. Que el nuevo ministro del Interior será también removido, pues no creemos que Juan Fernando Cristo sea el hombre para desafiar el repudio general y recuerda demasiado la trampa del fast track, vía legislativa rápida, para el cual ya “pidió permiso” Gustavo Petro a las Naciones Unidas. Salto sobre nuestro derecho interno que tendrá que imponerse a la fuerza y requerirá para ello no tanto de acuerdos cuanto de pelea pública; bajo la sombra del adalid tribunicio, el Mario románico.
“Alegría, alegría” gritaba Barba Jacob en medio de sus desgracias (“tan hondas y profundas”). Pensemos en cosas amables, al menos quien pueda, el que no tenga duelos recientes. Y es que la polarización está imantada. El que no está de un lado, es absorbido por el otro.
Salió el sol, es una. “El tibio sol sabanero, tan arisco y huraño” (el de mi llorado vate de juventud, Rodolfo Eduardo de Roux). Las diez de la mañana de una luz calurosa y nítida, de precisión exquisita que no la tienen las tierras cálidas.
Otro factor bueno es que amanecí sin maltratos después de una tercera caída, a mis 88. Mayor que el santo padre seis meses y menor, otros seis, que el anciano pensionado que presentó el presidente Petro por la televisión (quien recibirá $225.000 mensuales y caso saldado). Me comparo con él y, aunque de vida cómoda, igualmente me topó la vejez sin pensión alguna ni beneficios laborales, tras 65 años de trabajo, que hicieron públicos algunos colegas (debo, por cierto, un personal agradecimiento al colega Mehoc (sic), a quien prefiero llamar de este modo y a quien felicito por sus últimas y magníficas hojas en este mismo diario).
En cosas agradables vale pensar dentro de tanta turbiedad, de tantas noticias tenebrosas que creemos sacudir con un suspiro. Asombraría si fuera una, pero son miles y nos ahogaría el dolor que exhalamos ante la desgracia, generalmente ajena. Uno se acostumbra, qué tristeza: soldados y policías, en pleno vigor de juventud, esperanza y orgullo de sus familias, muertos por balas y bombas arrojadas sobre cañaduzales, sin contemplación alguna.
Quizás en la tele se encuentre uno con cosas agradables. No lo es, por supuesto, toparse con el jefe de gobierno, enfurecido sin que nada le hubiéramos hecho, acalorado, el cuello hinchado y los ojazos de relieve, perdidos en el alero de su gorra. Estos oradores profesionales, desabridos en el diálogo casual, necesitan el vuelo oratorio y el calor de multitudes reales o imaginarias. No gobiernan, predican. Ni tan buenos oradores, sí son muy fáciles de palabra, que no es lo mismo que el lucimiento retórico. Gaitán, a quien posiblemente recuerda, era otra cosa, civilista ante todo, sencillo y popular y, como tal, de la entraña del pueblo. “No soy un hombre, soy un pueblo”.
Pensemos que esta hora, ya casi trágica, de Colombia va a pasar. Que el nuevo ministro del Interior será también removido, pues no creemos que Juan Fernando Cristo sea el hombre para desafiar el repudio general y recuerda demasiado la trampa del fast track, vía legislativa rápida, para el cual ya “pidió permiso” Gustavo Petro a las Naciones Unidas. Salto sobre nuestro derecho interno que tendrá que imponerse a la fuerza y requerirá para ello no tanto de acuerdos cuanto de pelea pública; bajo la sombra del adalid tribunicio, el Mario románico.
“Alegría, alegría” gritaba Barba Jacob en medio de sus desgracias (“tan hondas y profundas”). Pensemos en cosas amables, al menos quien pueda, el que no tenga duelos recientes. Y es que la polarización está imantada. El que no está de un lado, es absorbido por el otro.