Fecha de fiestas y animación. Cómo no. ¿Animado? el comercio, haciéndole buena cara al mal tiempo. Para los demás, trabajo duro, si lo hay, y escasez.
Unas de las cosas aburridas de diciembre son los balances. Qué pereza. Este año es fácil decir que todo salió mal. Porque todo está mal: producción y comercio, pregúntenle a Bruce o a Cabal (Jaime Alberto), el ánimo general por el suelo. No sigamos, dejemos las cosas así. No se ve al Gobierno demasiado preocupado. Voy a decirlo: es como si estuviera preparado para que las cosas salieran de esta manera: en Davos se pidió, ante economías de peso, que no se invirtiera en el país y nada se le dijo a la ministra que afirmó semejante cosa y a poco se la vio andar en tenis durante una cena de Estado, en el Palacio Real de Madrid. Tal vez en demostración de pobreza y de que íbamos decreciendo; total, ella misma lo había sugerido como fórmula mágica de progreso a la inversa.
Hay alegría, sin embargo, al interior de los hogares. Comienzan a colgarse duendecitos de colores por puertas y ventanas, en la tradición invencible por el nacimiento de Cristo, la más pura tradición cristiana. Y se prepara el inefable pesebre; yo retomé la costumbre que tuve de niño, y también es un recuerdo del campo.
Qué bueno que se anime el país por estos días. Algunos se han ido, entre otros, el presidente, y es curioso: no es que los ciudadanos se vayan por rechazo al presidente, como podría pensarse, sino que éste se marcha en cuanto tiene oportunidad y haya de por medio alguna posesión presidencial. ¿Asistirá a la instalación de Milei?
Así comienza a verse este mes dorado. Tibio, dirán los decepcionados de un Gobierno que cayó en las urnas regionales tan estrepitosamente. Ojalá no se incremente la violencia, y de la gran pobreza no se espera solución, pues del discurso veintejuliero a la práctica hay un trecho largo.
Presidente discursivo y viajero, en dos palabras como esas compendiaría la gestión de Gustavo Petro el famoso binomio Henao y Arrubla, historiadores de no poco mérito, ecos de nuestra infancia, cuando se estudiaba todavía la historia patria. Querrían decir que lo que se sacó en limpio del primer gobierno de izquierda, como lo llaman, fueron unos cuantos ventanazos o balcones de los palacios oficiales donde se peroró, se agitó el odio de clases, se desestabilizó el esfuerzo industrial o se intentó hacerlo. Del fracaso nacional el mandatario pasó a la satisfacción de los viajes internacionales, con misiones claras o de mera figuración.
Gobiernan hoy los presidentes que pesan en el concierto mundial de manera muy peculiar. Mandan en su país, claro está, pero no ocupan el despacho local; andan de viaje.
Esperamos a nuestro gobernante para unas navidades en Colombia, su patria chica, porque su destino es el universo mundo (como decía el de Loyola).
Fecha de fiestas y animación. Cómo no. ¿Animado? el comercio, haciéndole buena cara al mal tiempo. Para los demás, trabajo duro, si lo hay, y escasez.
Unas de las cosas aburridas de diciembre son los balances. Qué pereza. Este año es fácil decir que todo salió mal. Porque todo está mal: producción y comercio, pregúntenle a Bruce o a Cabal (Jaime Alberto), el ánimo general por el suelo. No sigamos, dejemos las cosas así. No se ve al Gobierno demasiado preocupado. Voy a decirlo: es como si estuviera preparado para que las cosas salieran de esta manera: en Davos se pidió, ante economías de peso, que no se invirtiera en el país y nada se le dijo a la ministra que afirmó semejante cosa y a poco se la vio andar en tenis durante una cena de Estado, en el Palacio Real de Madrid. Tal vez en demostración de pobreza y de que íbamos decreciendo; total, ella misma lo había sugerido como fórmula mágica de progreso a la inversa.
Hay alegría, sin embargo, al interior de los hogares. Comienzan a colgarse duendecitos de colores por puertas y ventanas, en la tradición invencible por el nacimiento de Cristo, la más pura tradición cristiana. Y se prepara el inefable pesebre; yo retomé la costumbre que tuve de niño, y también es un recuerdo del campo.
Qué bueno que se anime el país por estos días. Algunos se han ido, entre otros, el presidente, y es curioso: no es que los ciudadanos se vayan por rechazo al presidente, como podría pensarse, sino que éste se marcha en cuanto tiene oportunidad y haya de por medio alguna posesión presidencial. ¿Asistirá a la instalación de Milei?
Así comienza a verse este mes dorado. Tibio, dirán los decepcionados de un Gobierno que cayó en las urnas regionales tan estrepitosamente. Ojalá no se incremente la violencia, y de la gran pobreza no se espera solución, pues del discurso veintejuliero a la práctica hay un trecho largo.
Presidente discursivo y viajero, en dos palabras como esas compendiaría la gestión de Gustavo Petro el famoso binomio Henao y Arrubla, historiadores de no poco mérito, ecos de nuestra infancia, cuando se estudiaba todavía la historia patria. Querrían decir que lo que se sacó en limpio del primer gobierno de izquierda, como lo llaman, fueron unos cuantos ventanazos o balcones de los palacios oficiales donde se peroró, se agitó el odio de clases, se desestabilizó el esfuerzo industrial o se intentó hacerlo. Del fracaso nacional el mandatario pasó a la satisfacción de los viajes internacionales, con misiones claras o de mera figuración.
Gobiernan hoy los presidentes que pesan en el concierto mundial de manera muy peculiar. Mandan en su país, claro está, pero no ocupan el despacho local; andan de viaje.
Esperamos a nuestro gobernante para unas navidades en Colombia, su patria chica, porque su destino es el universo mundo (como decía el de Loyola).