Ya llegó el 20 de enero, pero antes el 10, funesto día de la instalación solemne en el cargo de presidente del señor Nicolás Maduro Moros, en la muy vecina y bolivariana república de Venezuela.
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Ya llegó el 20 de enero, pero antes el 10, funesto día de la instalación solemne en el cargo de presidente del señor Nicolás Maduro Moros, en la muy vecina y bolivariana república de Venezuela.
Será día de gran conmoción, esperamos que no trágico. Quien toma posesión será un jefe de Gobierno de facto; no fue elegido sino derrotado en los pasados comicios de julio. Sus propios funcionarios electorales (vale decir, Registraduría, Consejo Electoral, Cortes de justicia) no encontraron cómo justificar en actas un resultado creíble. Colombia, México y Chile han sido reticentes en sumarse a la aceptación de unos resultados claramente espurios para un resto generalizado del mundo.
El canciller colombiano ha estado entre el sí y el no, y aunque ha dicho que sin actas públicas y resultados reconocibles no hay reconocimiento alguno, también ha afirmado que el hecho de asistir al acto de posesión del “usurpador” (como llamó Laureano Gómez a Rojas Pinilla, que lo desalojó del poder) no significa reconocimiento alguno. Entienda quien pueda al por otra parte admirado ministro Luis Gilberto Murillo.
Tal vez Gustavo Petro asistirá. Es que ante un dictador vecino, quien ya encaneció en la diatriba y la amenaza desde las fronteras, no es fácil despreciar la invitación perentoria a los actos inaugurales, ni someter al furioso vecino a largas esperas, como aquí a sus sumisos “altos mandos” militares. Recuerdo que Juan Manuel Santos decidió a última hora asistir hasta llegar casi acezante una de esas posesiones cuasi diabólicas de Maduro.
A cuatro días, esta columna aún no sabe quiénes o cuántos asistirán por Colombia ni con qué significación diplomática ni si será el propio presidente legítimo de nuestro país quien le dé la mano al usurpador. El costo político para nuestro mandatario es de creerse que será grande al asociarse ya formalmente al grupo socialista, por llamarlo de alguna manera.
La posesión del 20, la de Donald Trump en el Capitolio de Washington, será otra cosa. Es una posesión por cuatro años (agotada ya la reelección), no así la anterior, de duración indefinida (seis o más, dada la arbitrariedad conocida). –temor que cubre a Colombia llegado el año 26, reelección no muy cercana pero posible mediante reformulación de la Carta Política o extensión indebida del plazo presidencial–. Los hechos del 10 de enero en Caracas darán pautas y referencias para Colombia. Nunca antes habíamos estado en tanta incertidumbre como la actual, mientras ingenuos aspirantes insisten en dividirse y multiplicarse como precandidatos presidenciales, a sabiendas de la experiencia inmediatamente anterior.
Edmundo González Urrutia habló también de estar presente en Caracas. Dios nos asista: no vemos preparativos revolucionarios y no quisiéramos que tan noble señor se prestara a ser el Guaidó de la hora presente.