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                                                                                                                                Había muerto monseñor

                                                                                                                                Les hablo desde el Medellín “de mi tiempo”. Está aún con ustedes un hombre de bastante más de ochenta años. Habla de lo que él llama sus recuerdos de insomnio. Buen título que desde ya adopta para cuando comience a escribir sus memorias.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Foto: Lorenzo Madrigal
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La ciudad era una municipalidad levítica, todo era religioso y yo no me arrepiento de ello, amo esos recuerdos engavetados, pero aún presentes y actuales en mi vida, próxima al final, final.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Tal vez alguien, recostado el taburete contra la pared, recuerde quién era monseñor. Monseñor Uribe para mí era importante, no obispo ni arzobispo, quizás canónigo, tal vez auxiliar o prelado doméstico (no que fuera amaestrado, sino que esta era una voz de mi amada iglesia, propia de clérigos de traje morado), era de figura pesada y moraba en una casa lujosa. Pero quién lo va a recordar, “la muerte llega, la sin culpa ronda”, del poeta Reyes Peñaranda, mi amigo. Para los pelados que corrimos a la calle Bomboná con no sé cuál, aquel deceso era un acontecimiento fatal. Si alguien supiera cómo se llamaba, ya estaría muerto también. Allí encontramos a monseñor con los piecitos, no para adelante, sino hacia arriba, mostrando las suelas nuevas que su sobrina, la tridentina (compañera asexual que autorizaba el Concilio de Trento), había dispuesto amorosamente para la velación. En realidad, había muerto monseñor.

                                                                                                                                Les hablo desde el Medellín “de mi tiempo”. Está aún con ustedes un hombre de bastante más de ochenta años. Habla de lo que él llama sus recuerdos de insomnio. Buen título que desde ya adopta para cuando comience a escribir sus memorias.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Foto: Lorenzo Madrigal
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La ciudad era una municipalidad levítica, todo era religioso y yo no me arrepiento de ello, amo esos recuerdos engavetados, pero aún presentes y actuales en mi vida, próxima al final, final.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Tal vez alguien, recostado el taburete contra la pared, recuerde quién era monseñor. Monseñor Uribe para mí era importante, no obispo ni arzobispo, quizás canónigo, tal vez auxiliar o prelado doméstico (no que fuera amaestrado, sino que esta era una voz de mi amada iglesia, propia de clérigos de traje morado), era de figura pesada y moraba en una casa lujosa. Pero quién lo va a recordar, “la muerte llega, la sin culpa ronda”, del poeta Reyes Peñaranda, mi amigo. Para los pelados que corrimos a la calle Bomboná con no sé cuál, aquel deceso era un acontecimiento fatal. Si alguien supiera cómo se llamaba, ya estaría muerto también. Allí encontramos a monseñor con los piecitos, no para adelante, sino hacia arriba, mostrando las suelas nuevas que su sobrina, la tridentina (compañera asexual que autorizaba el Concilio de Trento), había dispuesto amorosamente para la velación. En realidad, había muerto monseñor.

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