Jalisco nunca pierde

Lorenzo Madrigal
04 de diciembre de 2017 - 03:00 a. m.

Como en el proverbio ranchero, propio es de dictaduras, como estas del socialismo del siglo XXI, no entregar a los azares de la democracia ninguna de sus gabelas, cuando pierde algunas en elecciones. Si la asamblea llega a ser dominada por la oposición, se le restan prerrogativas a la asamblea. Se la destituye, se la enjuicia, en fin, todo lo que vemos en el régimen que se instaló en el país vecino.

Y vamos camino de imitar tales tropelías, pese a hacer alardes de fervor democrático. Colombia, sin que ya eso escandalice a nadie, se dio el lujo de desconocer nada menos que un plebiscito y ahora, en continuidad de estilo, el ministro del Interior, don Guillermo Rivera, ha querido pasar por encima de la votación del Senado de la República, que dejó por fuera las circunscripciones de paz.

Se les da interpretación novedosa a los resultados de las votaciones y se llega a decir, como en octubre del 2016, que lo mismo puede un constituyente delegado que uno primario o constituyente original, esto es, que el pueblo mismo, en voto directo.

Así es como el ministro Rivera, al verse derrotado y reconocerlo tras el recuento de votos en el Senado, tiene una repentina iluminación y resuelve salvar la faz del Gobierno por medio de una tortuosa interpretación del resultado. La que dará para consulta al Consejo de Estado, en recurso más político que jurídico, acerca de una votación ya inscrita como válida en la Secretaría de la corporación.

Me pregunto muchas veces si un movimiento revolucionario, como es el que está detrás de estas actitudes desesperadas del Gobierno, puede adaptarse al sistema democrático de elecciones libres que encausan la dirección política de un país. Si ellos, que llegan con consignas irrefutables, pueden sujetarse con paciencia ciudadana a la evolución lenta de las costumbres y las tendencias políticas. Todo lo han hecho aprisa, todo lo han ganado con las armas, no les importa si sacrificaron vidas y recursos naturales para llegar a donde están por medio de un triunfo, en este caso, en la mesa de negociaciones.

Aun cuando se diga por eternos optimistas que mucho se ha logrado con lo aprobado por el Congreso, lo convenido en los acuerdos de Cuba, un tanto secretos, es latente amenaza. La relativa paz, así convenida y prematuramente galardonada, es en fin de cuentas un chantaje entre una parte que aún mira a rebelarse por las armas y otra a la defensiva.

Ahora vemos que la guerrilla, llamada guerra de no sé cuántos años, ha derrotado al Estado colombiano, bajo un Gobierno claudicante. Era imperioso rescatar la vida de los jóvenes del combate absurdo, pero sin entregar todo aquello por lo que sacrificaron la suya, también en plena juventud, los adalides de la libertad que el Estado, hoy negociador, los obligó a defender. Resta una corona, cuando mucho, para el soldado desconocido.

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