Le llegó el momento al presidente Gustavo Petro de tomar partido, bien a favor o bien en contra del recién mal electo mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro Moros. Invitado, como ya lo ha sido al acto de posesión del 10 de enero, deberá contestar si acepta o decidir si va a negarse a hacer presencia en la instalación de quien francamente y a la luz del mundo ha usurpado el triunfo electoral y asumiría el poder indebidamente. Según el canciller colombiano, como varias veces lo ha expresado, a falta de actas no habrá el reconocimiento.
“Obras son amores y no buenas razones”, dicen por ahí, de modo que los hechos tozudos hablarán por sí mismos. Tendremos, muy probablemente, un gobierno amigo, vecino y socio, coaligándos en un grupo latino-leninista, por así llamarlo. Colombia, nuestro atemperado país, cayendo de bruces en la órbita pro-comunista latinoamericana y todo esto ocurriendo en las proximidades de la era Trump. Vaya.
Se oye decir que el genuino presidente, el que resultó de las elecciones venezolanas, el venerable Edmundo González Urrutia, estará presente en Caracas en esa misma fecha. Como también ha dicho el poderoso sátrapa Diosdado Cabello, lo pondrá irremediablemente preso y el genuino mandatario ha mostrado sus muñecas, dispuesto a tenerlas esposadas, los hechos previsibles en Caracas serán poco menos que escabrosos. Allí, sus excelencias Petro y Murillo, hechos presentes en la ciudad de Bolívar, dispuestos –eso digo yo– a confirmar a Maduro, refugiados y protegidos por la guardia en alguna casa de huéspedes ilustres, vivirán el desarrollo de la usurpación en vivo y en directo.
Cumplidos esos luctuosos hechos, y sigo imaginando, habrá para el mundo y no se diga para sus vecinos, dos mandatarios, el legítimo y el falso, en palacios distintos, el de Miraflores, con sus bellos cuadros (hago salvedad de las pinturas de Bolívares de Chávez) y el horrendo y tenebroso palacio de torturas de Ramo Verde, donde ya padeció humillación y tormentos el muy digno Leopoldo López. ¿Y de María Corina Machado qué podremos esperar? Según ella, está en Venezuela, en clandestinidad, regalándole una pista a sus verdugos y según estos, no lo está, y mejor que no lo esté, válgame el cielo.
Me referí a dos presidentes, recordando el caso del mismo Maduro y Juan Guaidó, el interino que tomó el cargo, según la Constitución, y a quien casualmente Donald Trump en su primer período saludó en el Capitolio de Washington, como : “Mister President”. Tuvo este joven político el reconocimiento de más de cincuenta países.
Cosas se ven en un mero ceremonial de posesión presidencial. Aquí, cuando tomó posesión Gustavo Petro, elección legítima –el Consejo Nacional Electoral aún no había puesto sus ojos en ella–, salió a relucir una historiada espada: la de Navarro Wolff y de Bolívar.
Le llegó el momento al presidente Gustavo Petro de tomar partido, bien a favor o bien en contra del recién mal electo mandatario de Venezuela, Nicolás Maduro Moros. Invitado, como ya lo ha sido al acto de posesión del 10 de enero, deberá contestar si acepta o decidir si va a negarse a hacer presencia en la instalación de quien francamente y a la luz del mundo ha usurpado el triunfo electoral y asumiría el poder indebidamente. Según el canciller colombiano, como varias veces lo ha expresado, a falta de actas no habrá el reconocimiento.
“Obras son amores y no buenas razones”, dicen por ahí, de modo que los hechos tozudos hablarán por sí mismos. Tendremos, muy probablemente, un gobierno amigo, vecino y socio, coaligándos en un grupo latino-leninista, por así llamarlo. Colombia, nuestro atemperado país, cayendo de bruces en la órbita pro-comunista latinoamericana y todo esto ocurriendo en las proximidades de la era Trump. Vaya.
Se oye decir que el genuino presidente, el que resultó de las elecciones venezolanas, el venerable Edmundo González Urrutia, estará presente en Caracas en esa misma fecha. Como también ha dicho el poderoso sátrapa Diosdado Cabello, lo pondrá irremediablemente preso y el genuino mandatario ha mostrado sus muñecas, dispuesto a tenerlas esposadas, los hechos previsibles en Caracas serán poco menos que escabrosos. Allí, sus excelencias Petro y Murillo, hechos presentes en la ciudad de Bolívar, dispuestos –eso digo yo– a confirmar a Maduro, refugiados y protegidos por la guardia en alguna casa de huéspedes ilustres, vivirán el desarrollo de la usurpación en vivo y en directo.
Cumplidos esos luctuosos hechos, y sigo imaginando, habrá para el mundo y no se diga para sus vecinos, dos mandatarios, el legítimo y el falso, en palacios distintos, el de Miraflores, con sus bellos cuadros (hago salvedad de las pinturas de Bolívares de Chávez) y el horrendo y tenebroso palacio de torturas de Ramo Verde, donde ya padeció humillación y tormentos el muy digno Leopoldo López. ¿Y de María Corina Machado qué podremos esperar? Según ella, está en Venezuela, en clandestinidad, regalándole una pista a sus verdugos y según estos, no lo está, y mejor que no lo esté, válgame el cielo.
Me referí a dos presidentes, recordando el caso del mismo Maduro y Juan Guaidó, el interino que tomó el cargo, según la Constitución, y a quien casualmente Donald Trump en su primer período saludó en el Capitolio de Washington, como : “Mister President”. Tuvo este joven político el reconocimiento de más de cincuenta países.
Cosas se ven en un mero ceremonial de posesión presidencial. Aquí, cuando tomó posesión Gustavo Petro, elección legítima –el Consejo Nacional Electoral aún no había puesto sus ojos en ella–, salió a relucir una historiada espada: la de Navarro Wolff y de Bolívar.