Es una sensación extraña. Como si se tratara realmente de un “vacío de poder”. Petro anda por ahí, no se sabe si está en el país. De China salta a Colombia y de aquí a Washington; eso da cierta importancia, agregada a la del mismo cargo: es un poder volátil, nadie lo alcanza, quedan muchos con la mano tendida, el hombre, el gran hombre se ha ido, háblese con los delegados, ellos mismos no saben quién quedó a cargo de qué.
Memorizo lo que aconteció el día aquel maluco del 13 de junio de 1953. Una pelotera en Palacio (era San Carlos, para imaginar mejor); Urdaneta, el presidente, sordo y además en cama; Laureano, el titular del poder, había tomado posesión extrarrápida ante la proximidad de un golpe militar; Rojas, el comandante general, volaba desde su finca de Melgar. El físico país político ronroneaba en el segundo piso, expresidentes, grandes periodistas, parlamentarios, todos a la espera de saber en qué paraban las cosas. Laureano había tomado nuevamente el poder, pero no iba a sacar en camilla a Urdaneta, antes su gran amigo, y se había retirado del lugar sin que se diera razón de su paradero. No era adicto sino acaso un pasionario político. El humor bogotano y la gana de burlarse del gran viejo crearon la fábula de que estaba haciendo pandeyucas en casa de su consuegro Escobar. Bueno, el parecido estuvo en que no había certeza de quién mandaba en ese instante en la república. Fue la gran ocasión para que el ministro Lucio Pabón (un muy activo Roy de la época) dijera en voz alta: “El general Gustavo Rojas Pinilla ha asumido el poder”, y todos saltaron a felicitar a quien, supongo, ya había llegado a San Carlos.
De manera similar, anda por allá el presidente Gustavo Petro o no se sabe dónde, y la paz del Cauca la maneja directamente el insurgente Mordisco, cuando ya el importante hombre de Estado don Camilo González Posso lo habría calificado para presidir la apertura del día electoral. El amable y discursivo don Luis Fernando Velasco y el siempre sorprendido, hoy cuasi general, don Iván Velásquez pararon el desatino a punto de ocurrir.
La “paz total” originaria de Petro, en creación genial de una noche de estrellas, la conduce con cuatro pelos en la frente y desproporcionadas gafas el alto comisionado, don Danilo. Entre tanto la guerrilla, contraparte del diálogo de paz, sin saberse si fue ella porque no es compacta, secuestra a los padres del crack Luis Díaz, orgullo nuestro junto con James, en rompimiento flagrante del cese al fuego. Finamente se retira de la mesa total. A Petro le llevan los pormenores de sus inacabados proyectos, mientras va conociendo los sinsabores del poder. Por eso prefiere viajar a codearse con otros líderes del mundo. Cuánto mejor aquello que el tétrico frío —helaje— de la Casa de mi general Nariño, que quizás él nunca ocupó.
Es una sensación extraña. Como si se tratara realmente de un “vacío de poder”. Petro anda por ahí, no se sabe si está en el país. De China salta a Colombia y de aquí a Washington; eso da cierta importancia, agregada a la del mismo cargo: es un poder volátil, nadie lo alcanza, quedan muchos con la mano tendida, el hombre, el gran hombre se ha ido, háblese con los delegados, ellos mismos no saben quién quedó a cargo de qué.
Memorizo lo que aconteció el día aquel maluco del 13 de junio de 1953. Una pelotera en Palacio (era San Carlos, para imaginar mejor); Urdaneta, el presidente, sordo y además en cama; Laureano, el titular del poder, había tomado posesión extrarrápida ante la proximidad de un golpe militar; Rojas, el comandante general, volaba desde su finca de Melgar. El físico país político ronroneaba en el segundo piso, expresidentes, grandes periodistas, parlamentarios, todos a la espera de saber en qué paraban las cosas. Laureano había tomado nuevamente el poder, pero no iba a sacar en camilla a Urdaneta, antes su gran amigo, y se había retirado del lugar sin que se diera razón de su paradero. No era adicto sino acaso un pasionario político. El humor bogotano y la gana de burlarse del gran viejo crearon la fábula de que estaba haciendo pandeyucas en casa de su consuegro Escobar. Bueno, el parecido estuvo en que no había certeza de quién mandaba en ese instante en la república. Fue la gran ocasión para que el ministro Lucio Pabón (un muy activo Roy de la época) dijera en voz alta: “El general Gustavo Rojas Pinilla ha asumido el poder”, y todos saltaron a felicitar a quien, supongo, ya había llegado a San Carlos.
De manera similar, anda por allá el presidente Gustavo Petro o no se sabe dónde, y la paz del Cauca la maneja directamente el insurgente Mordisco, cuando ya el importante hombre de Estado don Camilo González Posso lo habría calificado para presidir la apertura del día electoral. El amable y discursivo don Luis Fernando Velasco y el siempre sorprendido, hoy cuasi general, don Iván Velásquez pararon el desatino a punto de ocurrir.
La “paz total” originaria de Petro, en creación genial de una noche de estrellas, la conduce con cuatro pelos en la frente y desproporcionadas gafas el alto comisionado, don Danilo. Entre tanto la guerrilla, contraparte del diálogo de paz, sin saberse si fue ella porque no es compacta, secuestra a los padres del crack Luis Díaz, orgullo nuestro junto con James, en rompimiento flagrante del cese al fuego. Finamente se retira de la mesa total. A Petro le llevan los pormenores de sus inacabados proyectos, mientras va conociendo los sinsabores del poder. Por eso prefiere viajar a codearse con otros líderes del mundo. Cuánto mejor aquello que el tétrico frío —helaje— de la Casa de mi general Nariño, que quizás él nunca ocupó.