Tendríamos que ser muy ingenuos para pensar que lo que está ocurriendo en Colombia es algo de generación espontánea. Que de un momento para otro nos hicimos pobres; que de repente nos convertimos en un país asesino de líderes sociales; que en esas llegó Duque, a quien sus detractores lo tienen por inepto y burócrata del BID, a cortar cabezas, que de repente nos resultó un Duterte.
Cuando menos pensamos apareció la corrupción; de la noche a la mañana el país se dividió entre ricos y pobres y fue que ese mismo país que desaprobó el proyecto de Santos, en ruidoso plebiscito, de un momento para otro despertó del sueño y se pasó a la causa contraria, esto es a la paz de Santos, y hoy la reclama multitudinariamente tal y como fue concebida y violentada desde un país comunista.
Nada de esto ocurre porque sí. No es fruto de un Big Bang sociopolítico, sin causa ni motivo. Razones sí que han existido y muchas, de tiempos remotos; injusticias, no pocas y la principal de todas las causas (“causa causarum” dijera Cicerón), cual es la enorme desigualdad social.
Pero pienso que no es ello, tan remoto, lo que estalla ahora, si no fuera porque la izquierda organizada políticamente y con enclaves sólidos en algunos países caribeños desencadena una revuelta para destronar gobiernos de derecha.
Causa próxima podría ser que el candidato derrotado en las presidenciales últimas quiera hacernos creer que ocho millones son más que diez y que su prometida permanencia en las calles, con desasosiego y desestabilización, puede reemplazar el fallo comicial y volver ilegítimo el gobierno escrutado en junio del año pasado.
Estorbar las vías, desactivar el comercio, dañar el transporte, dejar a los ciudadanos en la física calle andando kilómetros para llegar a su hogar, ahora sin la seguridad del ingreso, eso sí es hacer invivible la república. Frase tomada de un contexto coloquial, referida a lo que estaba haciendo, no él, sino la campaña reeleccionista del año 42 y que se atribuye con saña a Laureano Gómez, el nombre más socorrido por la izquierda política, como un eco del pasado.
Lo que para todos es pérdida y retraso, para la izquierda es utilidad y ventaja. El muerto que no iba a faltar ya lo tienen y de qué manera, con cargo a una fuerza policial desmedida, tal y como lo necesitaban. Ha caído para dolor de sus deudos, de su colegio, de sus amigos y de cuantos lloran a la juventud perdida (con el poeta pindárico, cuando decía: “Locos son los que lloran a los muertos y no lo hacen por la flor de la juventud que se marchita”).
***
Corran, muchachos, háganse matar, nosotros llegaremos al poder por medio del descalabro urbano; el mismo que apaciguaremos luego, con escuadrones antidisturbios.
Tendríamos que ser muy ingenuos para pensar que lo que está ocurriendo en Colombia es algo de generación espontánea. Que de un momento para otro nos hicimos pobres; que de repente nos convertimos en un país asesino de líderes sociales; que en esas llegó Duque, a quien sus detractores lo tienen por inepto y burócrata del BID, a cortar cabezas, que de repente nos resultó un Duterte.
Cuando menos pensamos apareció la corrupción; de la noche a la mañana el país se dividió entre ricos y pobres y fue que ese mismo país que desaprobó el proyecto de Santos, en ruidoso plebiscito, de un momento para otro despertó del sueño y se pasó a la causa contraria, esto es a la paz de Santos, y hoy la reclama multitudinariamente tal y como fue concebida y violentada desde un país comunista.
Nada de esto ocurre porque sí. No es fruto de un Big Bang sociopolítico, sin causa ni motivo. Razones sí que han existido y muchas, de tiempos remotos; injusticias, no pocas y la principal de todas las causas (“causa causarum” dijera Cicerón), cual es la enorme desigualdad social.
Pero pienso que no es ello, tan remoto, lo que estalla ahora, si no fuera porque la izquierda organizada políticamente y con enclaves sólidos en algunos países caribeños desencadena una revuelta para destronar gobiernos de derecha.
Causa próxima podría ser que el candidato derrotado en las presidenciales últimas quiera hacernos creer que ocho millones son más que diez y que su prometida permanencia en las calles, con desasosiego y desestabilización, puede reemplazar el fallo comicial y volver ilegítimo el gobierno escrutado en junio del año pasado.
Estorbar las vías, desactivar el comercio, dañar el transporte, dejar a los ciudadanos en la física calle andando kilómetros para llegar a su hogar, ahora sin la seguridad del ingreso, eso sí es hacer invivible la república. Frase tomada de un contexto coloquial, referida a lo que estaba haciendo, no él, sino la campaña reeleccionista del año 42 y que se atribuye con saña a Laureano Gómez, el nombre más socorrido por la izquierda política, como un eco del pasado.
Lo que para todos es pérdida y retraso, para la izquierda es utilidad y ventaja. El muerto que no iba a faltar ya lo tienen y de qué manera, con cargo a una fuerza policial desmedida, tal y como lo necesitaban. Ha caído para dolor de sus deudos, de su colegio, de sus amigos y de cuantos lloran a la juventud perdida (con el poeta pindárico, cuando decía: “Locos son los que lloran a los muertos y no lo hacen por la flor de la juventud que se marchita”).
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Corran, muchachos, háganse matar, nosotros llegaremos al poder por medio del descalabro urbano; el mismo que apaciguaremos luego, con escuadrones antidisturbios.