Poco va y muy poco viene con lo que se piense sobre la elección de Donald Trump en Norteamérica. Muchos por estos lados están aterrados. Todos opinan, y me refiero a los países, pero también a las opiniones particulares, que algo deben decir, desde las más grandes hasta las insignificantes. Que buena suerte en su larga estadía, que la amistad de nuestros pueblos no se altera, que está todo muy bien.
Esto en cuanto a una formalidad exterior. La procesión va por dentro. Allá Norteamérica, con su estilo propio, con su paso por alto sobre pormenores legales y éticos. El hombre arremetió como una tromba, barrió sobre una débil mujer con una votación masiva y electora de cámaras legislativas, sobre una opinión esperanzada en un sosiego democrático. Esperan las repercusiones y consecuencias del resultado electoral del Norte. Analistas al habla.
Un hecho para mí muy claro es que no estaba madura la sustitución de Biden por una mujer sin mayor arraigo público, situada a última hora en reemplazo de la todavía muy impresionante demostración de incapacidad, como le sobrevino al presidente en ejercicio. De la mente de los norteamericanos no se había ido que en un dirigente en ese estado de volatilidad mental, como la que exhibió Biden en el debate con Trump, pueda dirigir el mundo como le corresponde hacerlo al presidente de los Estados Unidos. Frente a eso cobró fuerza la desbordada o aparente irrupción del candidato opositor, que ofrecía seguridad, como él mismo dice, a un país en peligro.
Se me ocurre pensar qué ocurrirá con los países en trance de izquierda radical (como llama al de Colombia el reiterado jefe liberal, César Gaviria) frente al nuevo norte. Siempre está para recordar el respice polum del inefable don Marco. ¿Cómo les irá con Trump? O tal vez el posesionado del próximo 20 de enero como presidente número 47 –lo había sido el número 45– cumpla con lo de no entremeterse en asuntos internos de otros países.
Habrá que pensar, junto con otras cosas, lo que pueda ocurrir con la droga, su producción y ahora su compra por el Estado (¿con dinero norteamericano?) y cómo será ello visto por los Estados Unidos y el reciclado y repotenciado Trump.
Es de agregar que las encuestas, que emparejaron tanto a los candidatos hasta el empate técnico, cayeron en tremendo engaño y enseñan a no pensar con el deseo. Sin embargo, cómo dejar de acusar a Joe Biden por no ser consciente de su inhabilidad para ser reelegido o quizás se deba a sus asesores, siempre dados a la adulación, no haberle advertido a su jefe que la hora había pasado.
Puede ocurrir en Colombia que, llegado el 2026, la emulación de egos o el despiste de las encuestas conduzca a una reelección imposible o al reemplazo del actual presidente en cuerpo ajeno.
Poco va y muy poco viene con lo que se piense sobre la elección de Donald Trump en Norteamérica. Muchos por estos lados están aterrados. Todos opinan, y me refiero a los países, pero también a las opiniones particulares, que algo deben decir, desde las más grandes hasta las insignificantes. Que buena suerte en su larga estadía, que la amistad de nuestros pueblos no se altera, que está todo muy bien.
Esto en cuanto a una formalidad exterior. La procesión va por dentro. Allá Norteamérica, con su estilo propio, con su paso por alto sobre pormenores legales y éticos. El hombre arremetió como una tromba, barrió sobre una débil mujer con una votación masiva y electora de cámaras legislativas, sobre una opinión esperanzada en un sosiego democrático. Esperan las repercusiones y consecuencias del resultado electoral del Norte. Analistas al habla.
Un hecho para mí muy claro es que no estaba madura la sustitución de Biden por una mujer sin mayor arraigo público, situada a última hora en reemplazo de la todavía muy impresionante demostración de incapacidad, como le sobrevino al presidente en ejercicio. De la mente de los norteamericanos no se había ido que en un dirigente en ese estado de volatilidad mental, como la que exhibió Biden en el debate con Trump, pueda dirigir el mundo como le corresponde hacerlo al presidente de los Estados Unidos. Frente a eso cobró fuerza la desbordada o aparente irrupción del candidato opositor, que ofrecía seguridad, como él mismo dice, a un país en peligro.
Se me ocurre pensar qué ocurrirá con los países en trance de izquierda radical (como llama al de Colombia el reiterado jefe liberal, César Gaviria) frente al nuevo norte. Siempre está para recordar el respice polum del inefable don Marco. ¿Cómo les irá con Trump? O tal vez el posesionado del próximo 20 de enero como presidente número 47 –lo había sido el número 45– cumpla con lo de no entremeterse en asuntos internos de otros países.
Habrá que pensar, junto con otras cosas, lo que pueda ocurrir con la droga, su producción y ahora su compra por el Estado (¿con dinero norteamericano?) y cómo será ello visto por los Estados Unidos y el reciclado y repotenciado Trump.
Es de agregar que las encuestas, que emparejaron tanto a los candidatos hasta el empate técnico, cayeron en tremendo engaño y enseñan a no pensar con el deseo. Sin embargo, cómo dejar de acusar a Joe Biden por no ser consciente de su inhabilidad para ser reelegido o quizás se deba a sus asesores, siempre dados a la adulación, no haberle advertido a su jefe que la hora había pasado.
Puede ocurrir en Colombia que, llegado el 2026, la emulación de egos o el despiste de las encuestas conduzca a una reelección imposible o al reemplazo del actual presidente en cuerpo ajeno.