Son cómicos los términos en los cuales “el WhatsApp” y otros medios hablan de “capitalismo” y “socialismo”, un cuarto de siglo después del fin de la Guerra Fría. Qué conversación tan reencauchada y transmitida tan en diferido desde otras latitudes y otras décadas. Así que dejemos en claro un par de cosas.
Primero, en Colombia no hay capitalismo de ese que defienden en las redes sociales. Ojalá lo hubiera. El capitalismo es un sistema económico basado en la libertad de mercado y el respeto a la propiedad privada, y no se parece mucho a lo que el Estado colombiano ha defendido a sangre, plomo y leguleyada.
¿Libertad de mercado? Trate de abrir un banco, de traer al país el modelo de financiación colectiva de proyectos (crowdfunding) o de invertir sus ahorros y pensiones en el extranjero, como puede hacerse en las economías verdaderamente capitalistas. Se va a encontrar con tantos obstáculos —todos muy serios y ponderosos, claro— que le va a parecer que la regulación está diseñada más para proteger la rentabilidad de un par de grupos financieros que para proteger la estabilidad financiera del país. Trate de vender acciones de su empresa en la Bolsa de Valores de Colombia, y se va a encontrar con obstáculos mayores a los que hay para entrar en el Nasdaq, como le pasó a la compañía colombiana Tecnoglass. O intente incursionar en el sector transporte —desde taxis hasta tractomulas— sin pagar por costosos cupos que benefician a los particulares que ya están en el negocio: el Estado “capitalista” colombiano le va a poner el tatequieto. O quizá haga el ejercicio de ir a un Wal-Mart en Miami y luego a un Éxito en Bogotá para comparar precios, y se dará cuenta de que por más tratados de libre comercio que tengamos, todavía vivimos en un país proteccionista: los intereses de ciertos empresarios, que en un sistema verdaderamente capitalista habrían quebrado, están por encima del bienestar de los asalariados del país.
¿Respeto a la propiedad privada? Sí, siempre y cuando usted no sea un campesino cuyas tierras fueron vendidas por paramilitares a compradores “de buena fe”. En ese caso —qué pena— el “capitalismo” colombiano los protege a ellos y no a usted.
Ay, quién nos diera un candidato presidencial verdaderamente capitalista. Pero el statu quo no es capitalista: su única garantía es que el progreso social sólo ocurra sin perjudicar a los intereses rentistas que dominan y estrangulan a la economía colombiana.
Lo que debería ser más obvio, pero que también parece ignorar el WhatsApp, es que el socialismo viene en muchos colores y sabores. Uno de ellos, la socialdemocracia —si alguien dice que la socialdemocracia no es socialismo peléese con la RAE y no conmigo—, se acerca bastante a lo que quieren los colombianos: un estado de bienestar donde la salud y la educación de calidad sean para todos, y donde el desempleo y la discapacidad no sean tragedias que acaben con la subsistencia de la gente. Esto requiere impuestos altos e ingresos altos, como en los países nórdicos. Y para que el nivel de ingresos de Cundinamarca se empiece a parecer al de Dinamarca, necesitamos un mercado libre, un compromiso con el libre comercio que exista más allá del papel, y un verdadero respeto del Estado a la propiedad privada y a la competencia. Lo podemos lograr, pero no serán los candidatos del statu quo quienes lo hagan realidad.
* Ph.D., profesor del Departamento de Economía, Universidad Javeriana.
Twitter: @luiscrh
Son cómicos los términos en los cuales “el WhatsApp” y otros medios hablan de “capitalismo” y “socialismo”, un cuarto de siglo después del fin de la Guerra Fría. Qué conversación tan reencauchada y transmitida tan en diferido desde otras latitudes y otras décadas. Así que dejemos en claro un par de cosas.
Primero, en Colombia no hay capitalismo de ese que defienden en las redes sociales. Ojalá lo hubiera. El capitalismo es un sistema económico basado en la libertad de mercado y el respeto a la propiedad privada, y no se parece mucho a lo que el Estado colombiano ha defendido a sangre, plomo y leguleyada.
¿Libertad de mercado? Trate de abrir un banco, de traer al país el modelo de financiación colectiva de proyectos (crowdfunding) o de invertir sus ahorros y pensiones en el extranjero, como puede hacerse en las economías verdaderamente capitalistas. Se va a encontrar con tantos obstáculos —todos muy serios y ponderosos, claro— que le va a parecer que la regulación está diseñada más para proteger la rentabilidad de un par de grupos financieros que para proteger la estabilidad financiera del país. Trate de vender acciones de su empresa en la Bolsa de Valores de Colombia, y se va a encontrar con obstáculos mayores a los que hay para entrar en el Nasdaq, como le pasó a la compañía colombiana Tecnoglass. O intente incursionar en el sector transporte —desde taxis hasta tractomulas— sin pagar por costosos cupos que benefician a los particulares que ya están en el negocio: el Estado “capitalista” colombiano le va a poner el tatequieto. O quizá haga el ejercicio de ir a un Wal-Mart en Miami y luego a un Éxito en Bogotá para comparar precios, y se dará cuenta de que por más tratados de libre comercio que tengamos, todavía vivimos en un país proteccionista: los intereses de ciertos empresarios, que en un sistema verdaderamente capitalista habrían quebrado, están por encima del bienestar de los asalariados del país.
¿Respeto a la propiedad privada? Sí, siempre y cuando usted no sea un campesino cuyas tierras fueron vendidas por paramilitares a compradores “de buena fe”. En ese caso —qué pena— el “capitalismo” colombiano los protege a ellos y no a usted.
Ay, quién nos diera un candidato presidencial verdaderamente capitalista. Pero el statu quo no es capitalista: su única garantía es que el progreso social sólo ocurra sin perjudicar a los intereses rentistas que dominan y estrangulan a la economía colombiana.
Lo que debería ser más obvio, pero que también parece ignorar el WhatsApp, es que el socialismo viene en muchos colores y sabores. Uno de ellos, la socialdemocracia —si alguien dice que la socialdemocracia no es socialismo peléese con la RAE y no conmigo—, se acerca bastante a lo que quieren los colombianos: un estado de bienestar donde la salud y la educación de calidad sean para todos, y donde el desempleo y la discapacidad no sean tragedias que acaben con la subsistencia de la gente. Esto requiere impuestos altos e ingresos altos, como en los países nórdicos. Y para que el nivel de ingresos de Cundinamarca se empiece a parecer al de Dinamarca, necesitamos un mercado libre, un compromiso con el libre comercio que exista más allá del papel, y un verdadero respeto del Estado a la propiedad privada y a la competencia. Lo podemos lograr, pero no serán los candidatos del statu quo quienes lo hagan realidad.
* Ph.D., profesor del Departamento de Economía, Universidad Javeriana.
Twitter: @luiscrh