La reforma tributaria choca con una narrativa común en América Latina. En ella, el Ministerio de Hacienda responsable les da a los niños del Congreso y a la ciudadanía noticias duras pero reales: hay que recortar el gasto o subir los impuestos, porque hemos estado viviendo con lujos que no podemos darnos.
La reforma tributaria que acaba de ser aprobada es todo lo contrario. El Ministerio de Hacienda, empecinado en rebajar impuestos al capital, les recortó billones a las empresas y redujo también (con respecto a la ley de financiamiento inicial) los impuestos a los dividendos que reciben los dueños de las empresas. Como endulzante, otorgó un par de billones en subsidios al 20 % más pobre de los colombianos, y nos pidió que no nos preocupáramos por los recursos perdidos. Eso se soluciona, sostienen, con un impuesto a los ingresos de los altos ejecutivos por aquí, uno a las gaseosas por allá y con cruzar los dedos para que la macroeconomía nos ampare y una DIAN más eficiente recaude más. Mientras tanto, la defensa de la responsabilidad fiscal quedó en las improbables manos del Congreso de la República.
La pura verdad es que se está abriendo un hueco fiscal que tiene forma de IVA a la canasta familiar. El IVA a la canasta familiar estaba en la ley de financiamiento original y todavía brilla en los ojos de ciertos funcionarios de Hacienda durante conversaciones privadas. El IVA a la canasta familiar que se viene se comerá el magro subsidio que recibirá ese 20 % más pobre de los colombianos y será pagado por los bolsillos de la clase media. A menos que el electorado y sus representantes hagan algo, los recortes de impuestos a las empresas se pagarán con impuestos a la leche, el pan y la carne. En Hacienda no se contempla subirles impuestos a los colombianos cuyo ingreso proviene principalmente del capital y no del trabajo.
Twitter: @luiscrh
La reforma tributaria choca con una narrativa común en América Latina. En ella, el Ministerio de Hacienda responsable les da a los niños del Congreso y a la ciudadanía noticias duras pero reales: hay que recortar el gasto o subir los impuestos, porque hemos estado viviendo con lujos que no podemos darnos.
La reforma tributaria que acaba de ser aprobada es todo lo contrario. El Ministerio de Hacienda, empecinado en rebajar impuestos al capital, les recortó billones a las empresas y redujo también (con respecto a la ley de financiamiento inicial) los impuestos a los dividendos que reciben los dueños de las empresas. Como endulzante, otorgó un par de billones en subsidios al 20 % más pobre de los colombianos, y nos pidió que no nos preocupáramos por los recursos perdidos. Eso se soluciona, sostienen, con un impuesto a los ingresos de los altos ejecutivos por aquí, uno a las gaseosas por allá y con cruzar los dedos para que la macroeconomía nos ampare y una DIAN más eficiente recaude más. Mientras tanto, la defensa de la responsabilidad fiscal quedó en las improbables manos del Congreso de la República.
La pura verdad es que se está abriendo un hueco fiscal que tiene forma de IVA a la canasta familiar. El IVA a la canasta familiar estaba en la ley de financiamiento original y todavía brilla en los ojos de ciertos funcionarios de Hacienda durante conversaciones privadas. El IVA a la canasta familiar que se viene se comerá el magro subsidio que recibirá ese 20 % más pobre de los colombianos y será pagado por los bolsillos de la clase media. A menos que el electorado y sus representantes hagan algo, los recortes de impuestos a las empresas se pagarán con impuestos a la leche, el pan y la carne. En Hacienda no se contempla subirles impuestos a los colombianos cuyo ingreso proviene principalmente del capital y no del trabajo.
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