Un día cualquiera el diario El Espectador decide publicar una columna de opinión anónima, en la que su autor, que el periódico acepta mantener en sigilo, revela que dentro del Gobierno se ha formado una “resistencia secreta”, cuyo principal objetivo es defender al país de un presidente Duque incompetente, explosivo y amoral.
La escena, con otros protagonistas, es precisamente lo que ocurrió la semana pasada en EE. UU. con el New York Times y el presidente Donald Trump. El rotativo más importante del mundo publicó una columna anónima en la cual se revela la existencia de una quinta columna que intenta, desde las entrañas de la Casa Blanca, evitar una hecatombe provocada por el temperamento explosivo, poca preparación y escasas condiciones humanas del mandatario.
La pregunta es: ¿se debió publicar el escrito? Para empezar, lo anónimo siempre genera desconfianza. ¿Si es tan fácil, por qué no lo dicen ellos?, dirían algunos. El problema de esta clase de eventos es que el medio queda como mensajero de alguien que no es capaz de revelar su identidad, y termina asumiendo la responsabilidad que el autor no quiere enfrentar.
Segundo, ¿es cierto? Aunque es de conocimiento mundial el comportamiento errático del mandatario, la columna no revela nada nuevo frente a lo que ya se haya dicho y, lo que es peor, tampoco agrega pruebas que apuntalen sus afirmaciones.
Los defensores de publicar la pieza sostienen que el hecho de que el autor, siendo un miembro del alto gobierno, revele que hay un movimiento de resistencia al interior de la administración la hace inmediatamente noticiosa. Sin embargo, el hecho de que tampoco se muestre una prueba de ello la convierte inmediatamente en un chisme explosivo, un caballo de Troya, implantado por un periódico.
Es cierto que el gobierno del presidente Trump es uno de los más opacos y cuestionados de nuestra historia reciente. También es verdad que si el mandatario tuviera un poco de vergüenza y el público no estuviera tan anestesiado a los escándalos, gracias a su continua exposición a las redes sociales, hubiera buscado su salida. Pero de igual manera es correcto afirmar que la obsesión de algunos medios de comunicación por destruir a la administración Trump ha hecho que se cometan muchos errores como este que, a la larga, entierra los trabajos serios que sí han expuesto con método al jefe de Estado. Eso suele pasar cuando los odios personales se sobreponen al periodismo.
La película en EE. UU. es tal vez la peor que el país ha tenido en su historia reciente. La Unión Americana está frente a un líder que no solamente es rechazado por la mayoría de sus ciudadanos, sino que, dada su personalidad disfuncional y poca tolerancia, tiene la potencialidad de generar desgracias para su pueblo y el mundo entero.
Hasta a los mejores cocineros se les quema el arroz y en esta oportunidad al New York Times se le fueron las luces al publicar una columna de opinión anónima sin noticia ni sustento que sí entierra todo lo que conocemos como manejo de fuentes. Se le vieron las orejas al burro.
Entretanto, bueno sería que la Federación Colombiana de Fútbol contara las verdaderas razones por las que dejó ir al técnico Pékerman. Un poco de transparencia sobre sus determinaciones sería lo mínimo que podrían esperar sus clientes más preciados: la hinchada, que gasta millones de pesos en boletas, camisetas y patrocinios, y los medios de comunicación, que pagan millones de dólares en derechos de transmisión. Su silencio, políticamente correcto, para no asumir sus determinaciones, es infantil, mañoso y la deja muy mal parada frente a la opinión pública que, como siempre, busca y busca, hasta que la verdad que hoy se quiere ocultar aparece.
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La pregunta es: ¿se debió publicar el escrito? Para empezar, lo anónimo siempre genera desconfianza. ¿Si es tan fácil, por qué no lo dicen ellos?, dirían algunos. El problema de esta clase de eventos es que el medio queda como mensajero de alguien que no es capaz de revelar su identidad, y termina asumiendo la responsabilidad que el autor no quiere enfrentar.
Segundo, ¿es cierto? Aunque es de conocimiento mundial el comportamiento errático del mandatario, la columna no revela nada nuevo frente a lo que ya se haya dicho y, lo que es peor, tampoco agrega pruebas que apuntalen sus afirmaciones.
Los defensores de publicar la pieza sostienen que el hecho de que el autor, siendo un miembro del alto gobierno, revele que hay un movimiento de resistencia al interior de la administración la hace inmediatamente noticiosa. Sin embargo, el hecho de que tampoco se muestre una prueba de ello la convierte inmediatamente en un chisme explosivo, un caballo de Troya, implantado por un periódico.
Es cierto que el gobierno del presidente Trump es uno de los más opacos y cuestionados de nuestra historia reciente. También es verdad que si el mandatario tuviera un poco de vergüenza y el público no estuviera tan anestesiado a los escándalos, gracias a su continua exposición a las redes sociales, hubiera buscado su salida. Pero de igual manera es correcto afirmar que la obsesión de algunos medios de comunicación por destruir a la administración Trump ha hecho que se cometan muchos errores como este que, a la larga, entierra los trabajos serios que sí han expuesto con método al jefe de Estado. Eso suele pasar cuando los odios personales se sobreponen al periodismo.
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