Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Esta columna no se refiere a quien debió ganar las elecciones en Estados Unidos. Tampoco a las calidades de su gobierno o a sus consecuencias para Colombia. Se ocupa de analizar los factores que decidieron la elección de Trump. Las promesas de recuperar empleos; de lograr mejoras en la economía y menos inflación, fueron suficientes para obtener la victoria. Las de defender las instituciones ante el autoritarismo y proteger el medio ambiente que le dieron el triunfo a Biden en 2020, no fueron suficientes para Harris en esta ocasión. Sus argumentos institucionalistas y la versión light de su discurso ambiental no funcionaron. Por aumentar los salarios y bajar el costo de la energía votó el electorado siguiendo a Trump.
Las decisiones electorales se refieren más a la percepción de los votantes; a sus creencias, emociones, sentimientos y filtros utilizados para procesar la realidad, que a los hechos objetivos o el “deber ser”. Cada vez explicamos mejor las decisiones de los electores explorando aspectos de su proceso perceptivo que expresando una opinión sobre el grado de moralidad o la conveniencia de una promesa. Trump, como Obama y ahora Harris, lo saben. El debate no se refería a lo bien que le iba a Biden –con una economía creciendo y creando empleos o controlando la inflación después de la pandemia-, sino a lo que los electores pensaban de ello. En la lectura de esa realidad, en la mente de cada elector, Trump sacó ventaja. Para un 39 % de votantes el problema más importante el 5 de noviembre era la inflación. Para un 20 % la inmigración. Para un 11 % el aborto y para un 7 % el cambio climático. Las dos primeras variables fueron mejor explotadas por Trump y las dos últimas por Harris.
En un país mayoritariamente de origen blanco, la deliberada orientación racial del discurso de Trump influyó. Quienes se consideran blancos representaron un 84 % de los electores de Trump y solo un 66 % de los electores de Harris.
En cuanto a la ubicación del voto, mientras los votantes de Harris fueron mayoritariamente urbanos, casi duplicando a Trump (27 % vs 14 %), la elección fue reñida a nivel suburbano (48 % vs. 42 %) y muy favorable a Trump en el sector rural (44 % vs. 26 %).
Para explicar lo sucedido conviene observar, ante todo, unos niveles de participación que se situaron por debajo de lo esperado. Desde un 60,4 % en 2004 fueron ascendentes hasta 2020, con un 66 %, 159 millones de votos. Mantener ese nivel de participación hacía esperar, al menos, 166 millones de votos en 2024 a cambio de los 145, 60 %, que se han contado. Pese a la polarización la elección fue menos reñida o interesante que en 2020. Las elecciones fueron menos competidas.
Siguiendo esa idea Biden modelo 2020 resultó mejor candidato que Harris 2024. Con 81,3 millones de votos en 2020 la superó ampliamente. Harris se encuentra arañando en 2024 -con un censo electoral más grande- apenas 70 millones de votos. Trump modelo 2024 está logrando 73 millones y apenas alcanzará los 74,2 millones de votos obtenidos en las elecciones que perdió. ¿Por qué la gente participó menos? Una hipótesis por explorar puede referirse a que la pugnacidad y muy baja calidad del debate entre candidatos que proponen poco y se ofenden mucho ha disminuido el interés en el sistema político. Las bodegas hacen su trabajo. La democracia sobrevive, pero se deteriora.
Trump fue percibido como un candidato que solucionará los problemas que la gente identifica como importantes, destacando en ello la promesa de recuperación del empleo y el freno inmediato a la inmigración y la inflación mientras que Harris fue percibida como la candidata del “deber ser”; de una élite mejor educada que el promedio y presumiendo de ello se alejó del elector.