Al expulsar funcionarios de la embajada argentina, para responder a su deslenguado presidente, y apenas reconvenir amablemente a la dictadura venezolana por sus más recientes atropellos a los derechos humanos y la democracia, burlándose de paso del acuerdo de Barbados, el Gobierno colombiano mide con varas diferentes las distancias de su política exterior. Al responder a dos ofensas podrían considerar que Milei fue elegido democráticamente mientras Maduro es, simple y llanamente, un cada vez más cínico dictador.
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Al expulsar funcionarios de la embajada argentina, para responder a su deslenguado presidente, y apenas reconvenir amablemente a la dictadura venezolana por sus más recientes atropellos a los derechos humanos y la democracia, burlándose de paso del acuerdo de Barbados, el Gobierno colombiano mide con varas diferentes las distancias de su política exterior. Al responder a dos ofensas podrían considerar que Milei fue elegido democráticamente mientras Maduro es, simple y llanamente, un cada vez más cínico dictador.
Milei como Petro, seguramente por las mismas razones, como fortalecer su imagen ante sus seguidores e identificarse y alinearse con una postura ideológica en particular, frecuentemente opinan sobre lo divino y lo humano sin considerar los efectos en la diplomacia o el comercio exterior. No se construye la unidad latinoamericana que ambos han invocado con una competencia de ofensas entre presidentes.
En dos largos siglos la política exterior de Colombia no estuvo influenciada por sesgos ideológicos, hasta ahora. En el siglo XIX estuvo basada en la defensa de la integridad territorial y la soberanía nacional, así como el impulso de la unidad latinoamericana y la cooperación regional. En el siglo XX en el respeto a la soberanía nacional, la no intervención en asuntos internos de otros países y la promoción de la paz y la seguridad regional, y en el XXI en la consolidación de la paz interna; la promoción del desarrollo económico sostenible, la lucha contra el narcotráfico y el crimen organizado, y la gestión de la migración. No recordamos litigios con Argentina, aunque Bolívar y San Martín, compartiendo ideales independentistas, tampoco fueran amigos. Un pleito con un país históricamente cercano, que ha acogido y acoge a decenas de miles de estudiantes colombianos, no deja de parecer exótico.
Gobernar otorgando preeminencia a los caprichos de alguien o su ideología sobre las reglas y costumbres existentes resulta costoso para los países que deben fundamentar su política exterior no en el ego o intereses personales sino en la protección de los intereses de la nación. El respeto a la soberanía de los demás países es un pilar de las relaciones exteriores, pero en las relaciones entre humanos tienen preeminencia los derechos humanos. Convengamos que Milei es un patán, pero Maduro pertenece a la categoría de quienes se han acostumbrado a violarlos, descaradamente, al anunciar elecciones “democráticas” solo con quien autorice el régimen y no basadas en reglas universales sino en su propia conveniencia. A Maduro no hay que retirarle sus diplomáticos; en un acto de equilibrio habría que comenzar por retirarle el saludo, como debió hacerlo en su momento el expresidente Duque.
El doble rasero presidencial en la política exterior también se puede observar, como lo analizó el editorial de El Espectador el pasado jueves, en el trato otorgado a la invasión rusa a Ucrania o su renuencia a condenar los horrores de Hamás, origen del desastre que hoy ocurre allí.
Si a nivel internacional supuestas coincidencias ideológicas orientan las posturas del gobierno, a nivel interno han sido notorias las diferencias de trato. El presidente, al desconocer expresiones políticas diferentes a la suya, sigue olvidando que no gobierna para sus seguidores sino para todos. Su iniciativa de segregar a gobiernos locales entre amigos y enemigos y la intención de aplicar un filtro, a conveniencia, a los compromisos presupuestales no tiene antecedentes y más bien ha servido para incentivar unas “vacas” regionales pronto convertidas en otra derrota política, sirviendo de argumento a voces oportunistas que llaman a la federalización. Un presidente que proclama la unidad latinoamericana, hacia afuera, podría comenzar con un acuerdo nacional que haga más amable la política y la vida de los colombianos, en lugar de promover la división.