La reunión del petrismo con varios de los criminales más peligrosos de Colombia demuestra que ya vendieron su alma al diablo y están dispuestos a entregar el país a los delincuentes con tal de llegar al poder.
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales del año 2018 tuvo una diferencia bastante marcada. Iván Duque obtuvo 10’398.689 votos y Gustavo Petro 8’040.449. El candidato del Centro Democrático obtuvo una ventaja de 2’350.000 votos, es decir, un número de personas mayor que los habitantes de la ciudad de Cali. Adicionalmente, esas elecciones tuvieron un ingrediente especial, pues Petro obtuvo muchos votos de personas que temían que Duque hiciera trizas el Acuerdo de Paz. Para las próximas elecciones, sin el factor de la paz, Petro tiene que conseguir por lo menos tres millones de votos para poder ganar la Presidencia y está dispuesto a hacer pactos hasta con el diablo para conseguirlo.
Lo primero que hizo fue sumar maquinaria a su equipo. Políticos muy controvertidos se unieron al petrismo, ante la atónita mirada de quienes todavía pensaban que Petro rechazaba la política tradicional. Su cálculo es sencillo: no condenar de forma contundente a estructuras criminales, ser benevolente y financiador de terroristas de la primera línea, aliado político de extraditables y copartidario de estructuras delictivas como el Eln.
El Pacto de La Picota se venía cocinando desde diciembre y lo firmó su hermano, quien se reunió con lo más selecto de la delincuencia en Colombia: Iván Moreno (condenado a 14 años de prisión por participar en el escándalo más grande de corrupción en la historia de Bogotá), el Gordo García (condenado como autor mediato de masacres) y Marquitos Figueroa (narcotraficante, contrabandista y jefe de bandas criminales). No estamos hablando de cualquier delincuente, sino de símbolos de las tres tragedias más grandes que ha tenido Colombia: la corrupción, el narcotráfico y el paramilitarismo.
El Pacto de La Picota con la P de Petro implica sumar al Pacto Histórico también a la delincuencia por un millón de votos y un plato de lentejas. Y Petro tiene mucho que ofrecerles. En primer lugar, una propuesta que ya admitió: el perdón social —rebajas de penas, indultos y tratamientos preferenciales para la criminalidad organizada—. En segundo lugar, una de sus propuestas bandera: la legalización de las drogas, para volver a Colombia una potencia en el narcotráfico a nivel mundial. Finalmente, por si fuera poco, participación en la torta burocrática para que la repartan con los politiqueros de los que ya se llenó la campaña del Pacto.
Inmediatamente salió a la luz pública la reunión, la respuesta del petrismo ha sido la de siempre: apedrear al periodista. La izquierda ha salido a atacar a un periodista de la talla de Ricardo Calderón, que ha destapado varios de los escándalos más grandes de este país. Luego montaron la fachada de siempre, que ya nadie les cree, utilizar una ONG para legalizar la reunión, pero ni siquiera pensaron en lo absurdo que es que la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, ONG creada para la reconciliación del conflicto armado, buscara una reunión con Iván Moreno, quien no tuvo ninguna relación con la guerra. Absurda coartada para esconder su pecado. Los colombianos podremos tener muchos defectos, pero no somos tontos.
Una persona que pacta ocultamente con delincuentes es un peligro para Colombia. El poder presidencial es enorme y nos puede convertir en una narcodemocracia emulando al chavismo. Un fiscal como jefe de la delincuencia organizada, un procurador para tapar la corrupción y miles de cargos para dar y convidar.
Colombia ya sabe lo que le espera con la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia: por lo menos 20 años de dictadura, miseria, hambre y además un narco-Estado. Petro se parece cada vez más a Chávez y eso que ni siquiera ha empezado a gobernar.
La reunión del petrismo con varios de los criminales más peligrosos de Colombia demuestra que ya vendieron su alma al diablo y están dispuestos a entregar el país a los delincuentes con tal de llegar al poder.
La segunda vuelta de las elecciones presidenciales del año 2018 tuvo una diferencia bastante marcada. Iván Duque obtuvo 10’398.689 votos y Gustavo Petro 8’040.449. El candidato del Centro Democrático obtuvo una ventaja de 2’350.000 votos, es decir, un número de personas mayor que los habitantes de la ciudad de Cali. Adicionalmente, esas elecciones tuvieron un ingrediente especial, pues Petro obtuvo muchos votos de personas que temían que Duque hiciera trizas el Acuerdo de Paz. Para las próximas elecciones, sin el factor de la paz, Petro tiene que conseguir por lo menos tres millones de votos para poder ganar la Presidencia y está dispuesto a hacer pactos hasta con el diablo para conseguirlo.
Lo primero que hizo fue sumar maquinaria a su equipo. Políticos muy controvertidos se unieron al petrismo, ante la atónita mirada de quienes todavía pensaban que Petro rechazaba la política tradicional. Su cálculo es sencillo: no condenar de forma contundente a estructuras criminales, ser benevolente y financiador de terroristas de la primera línea, aliado político de extraditables y copartidario de estructuras delictivas como el Eln.
El Pacto de La Picota se venía cocinando desde diciembre y lo firmó su hermano, quien se reunió con lo más selecto de la delincuencia en Colombia: Iván Moreno (condenado a 14 años de prisión por participar en el escándalo más grande de corrupción en la historia de Bogotá), el Gordo García (condenado como autor mediato de masacres) y Marquitos Figueroa (narcotraficante, contrabandista y jefe de bandas criminales). No estamos hablando de cualquier delincuente, sino de símbolos de las tres tragedias más grandes que ha tenido Colombia: la corrupción, el narcotráfico y el paramilitarismo.
El Pacto de La Picota con la P de Petro implica sumar al Pacto Histórico también a la delincuencia por un millón de votos y un plato de lentejas. Y Petro tiene mucho que ofrecerles. En primer lugar, una propuesta que ya admitió: el perdón social —rebajas de penas, indultos y tratamientos preferenciales para la criminalidad organizada—. En segundo lugar, una de sus propuestas bandera: la legalización de las drogas, para volver a Colombia una potencia en el narcotráfico a nivel mundial. Finalmente, por si fuera poco, participación en la torta burocrática para que la repartan con los politiqueros de los que ya se llenó la campaña del Pacto.
Inmediatamente salió a la luz pública la reunión, la respuesta del petrismo ha sido la de siempre: apedrear al periodista. La izquierda ha salido a atacar a un periodista de la talla de Ricardo Calderón, que ha destapado varios de los escándalos más grandes de este país. Luego montaron la fachada de siempre, que ya nadie les cree, utilizar una ONG para legalizar la reunión, pero ni siquiera pensaron en lo absurdo que es que la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, ONG creada para la reconciliación del conflicto armado, buscara una reunión con Iván Moreno, quien no tuvo ninguna relación con la guerra. Absurda coartada para esconder su pecado. Los colombianos podremos tener muchos defectos, pero no somos tontos.
Una persona que pacta ocultamente con delincuentes es un peligro para Colombia. El poder presidencial es enorme y nos puede convertir en una narcodemocracia emulando al chavismo. Un fiscal como jefe de la delincuencia organizada, un procurador para tapar la corrupción y miles de cargos para dar y convidar.
Colombia ya sabe lo que le espera con la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia: por lo menos 20 años de dictadura, miseria, hambre y además un narco-Estado. Petro se parece cada vez más a Chávez y eso que ni siquiera ha empezado a gobernar.