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Durante más de 40 años el mundo vivió una de sus etapas más extrañas. Luego de terminada la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y los Estados Unidos se consolidaron militar y políticamente como las potencias globales. Mientras la primera generó un sistema de dominación directa a través de dictadorzuelos en docenas de países en Europa Oriental, África y Asia, los Estados Unidos expandieron su idea de sistema político y económico en el resto del mundo. Al mismo tiempo cada uno de ellos inició una carrera armamentística acumulando un arsenal que pudo haber acabado con el mundo. Por ello, en vez de enfrascarse en una confrontación que aniquilaría la humanidad, generaron la Guerra Fría, que marcaría el rumbo del siglo XX.
Los historiadores le atribuyen a la Guerra Fría una serie de características que hicieron que se prolongara durante tanto tiempo. La primera era que no podía tener confrontaciones directas, pero sí numerosas intrigas, informes de inteligencia, complots y rumores que no encendían el fogón, pero sí mantenían la llama en bajo para que no se extinguiera. La segunda es que debía demostrarse el potencial ante el adversario a través de diversas formas de publicidad y propaganda como desfiles militares, anuncio de la creación de nuevas armas y compra de tecnología. La tercera es que, si bien no podía haber hostilidades directas, se podrían utilizar conflictos de otros países para demostrar el poderío.
Este año Colombia y Venezuela están entrando en una dinámica muy similar a la Guerra Fría que puede tener profundas consecuencias en la región. Todo parte de un fundamento sencillo: si bien el arsenal de ambos países no podría poner en peligro la seguridad mundial como sucedía con la Guerra Fría, si se usara arrasaría dos países con ya demasiados problemas como para querer destrozarse entre sí.
Venezuela es una dictadura y el manual del dictador exige utilizar la propaganda sobre la población para reforzar su dominación sobre las masas. Por ello, ante el descalabro absoluto de la economía, solo un discurso belicista podría convencer a la población de apoyar un gobierno totalmente absurdo. En la otra orilla, si bien en Colombia el discurso guerrerista no es utilizado por el presidente, sí es empleado por la derecha radical para poder ganar réditos políticos en las elecciones. A un mes de las votaciones regionales, el argumento belicista exacerba el nacionalismo entre los colombianos y gusta a los migrantes que huyeron del régimen moviendo a las masas a favor de las ideas más radicales.
Sin embargo, ni Colombia es Estados Unidos ni Venezuela es la Unión Soviética y por ello los riesgos del “juego” son muy altos. En primer lugar, lejos de los expertos en inteligencia y geopolítica que tenían los soviéticos y los estadounidenses, el régimen venezolano está lleno de populistas iracundos incapaces de tomar decisiones calculadas, lo cual puede hacer que un suceso como la crisis de los misiles desencadene una confrontación.
En segundo lugar, mientras la frontera de las dos potencias del siglo XX se extendía entre las despobladas superficies del Ártico, Cúcuta y San Cristóbal quedan a pocos kilómetros y un avión de combate podría llegar en cuestión de minutos a Bogotá o Caracas. Adicionalmente, nuestros países tienen problemas de violencia, bandas criminales, inseguridad, paramilitares y guerrillas, tan grandes, que desviar la atención en una confrontación internacional haría descuidar el frente interno y permitiría consolidar a los grupos al margen de la ley.
Finalmente, y lo más importante, Colombia y Venezuela somos países pobres, con enormes necesidades sociales de nuestros ciudadanos y hacer el gasto militar que implica una guerra fría (ya se habla hasta de la compra de aviones suecos) sería una absoluta irresponsabilidad. Aplicar la lógica de una guerra fría en la coyuntura del trópico puede desencadenar efectos lamentables para Colombia.