A pesar del postre amargo de los disturbios al final de las marchas del 21N, el país asiste hoy a un hecho asombroso: se está dando un despertar de la gente del común, estamos ante una jubilosa insurgencia de los subalternos, ante un rugido del constituyente primario. Subalternos son, en las categorías de los politólogos, las clases medias y bajas con las cuales se mezclan algunos desprendimientos de las élites dominantes sensibles a la injusticia y el mal gobierno.
Esto no se había visto en varias décadas, quizá nunca, y se expresó de manera espléndida el 21N y días siguientes. Yo marché el jueves 21 entre la calle 26 y la Plaza de Bolívar de Bogotá. En el recorrido encontré haciendo el camino juntos al vendedor ambulante, el profesor universitario, el estudiante, el parlamentario, el sindicalista, el abogado, el contador, el médico, el columnista, el comunal, el caricaturista, el empresario medio y chico, el integrante de ONG, la monja, el cura, el poeta, la empleada doméstica, el cantante, el director o directora de teatro, el joven y la joven, el pensionado, el fotógrafo, el cineasta, las mujeres vestidas y pintados sus labios de lila… Unos eran marchantes sueltos, otros, otras, eran agrupamientos de muy distinta índole. Una inmensa pancarta de fondo negro sobresalía, sostenida por una hilera apretada de destacados líderes de opinión: ¡Defendamos la Paz ¡
Desde que participo en marchas (comienzos de los 60) no había visto un conjunto tan policlasista y variopinto desfilando, conversando, saludando, leyendo grafitis y pancartas, escuchando y gritando consignas, en medio de tambores y flautas, mimos, danzas y alegorías de personajes y situaciones… Inmensa muchedumbre animada de un sentimiento común: no más retroceso, no más muertes de líderes, no más masacres de indígenas, no más incumplimiento de acuerdos, no más reformas regresivas, no más imposición, no más glifosato, no más corrupción, no más torpeza en la relación con los vecinos, no más obsecuencia con la potencia decadente del norte, no más el mal gobierno. ¡No más! ¡No más!
Pero esto que vi y palpé en calles centrales de la capital y en su emblemática Plaza de Bolívar se estaba dando en tiempo real -lo mostraban las redes- en más de la mitad de los 1123 municipios del país, en ciudades grandes, medianas y pequeñas, en muchas ciudades del exterior donde residen compatriotas víctimas de exilio económico o político. Millones se movilizaron este 21N, muchos más de los previstos por el Comando Nacional de Paro que congrega a los convocantes: centrales sindicales y otras organizaciones sociales de campesinos, indígenas, estudiantes, pensionados, maestros, víctimas… Muchos más de los que los analistas pudimos avizorar en nuestras apreciaciones. Muchos más de los que el gobierno visualizó y quiso intimidar.
El gobierno, en apuros de favorabilidad, con su paranoia de violencia y caos resultó haciendo una propaganda inesperada al paro y exageró tanto que la gente se sintió movida a vencer el miedo y salir alegre a marchar. El presidente mismo trató de explicar que Chile es una cosa y Colombia otra cosa muy distinta, que allá seguramente tenían razón para protestar pero que aquí todo está bien, muy bien, y que los motivos del paro son solo mentiras. ¡Contraevidente! Por supuesto en lo ocurrido aquí operó un efecto reflejo de lo que viene pasando, como ola que avanza, en muchos países de América Latina y del mundo.
Lúcidamente se ha hecho notar que no se puede confundir el contenido del regalo con el empaque en que viene. La genuina expresión de inconformidad y de protesta suele estar precedida, acompañada o seguida de episodios violentos. Aquí, como en Santiago, Quito, París, Hong Kong…, se presentaron acciones de vándalos y saboteadores a los cuales los propios marchantes rechazaron y trataron de controlar, lográndolo en algunos casos. La esencia y estrategia de las marchas fue claramente pacífica y pacifista. Todo este gran movimiento, de conjunto, es una formidable acción colectiva por un cambio serio sin violencia.
Lo grave es que en este caso de las marchas y cacerolazo persistentes del 21, 22 y 23 de noviembre en el país quedó claro, yo pude verlo, el uso desmedido de la fuerza por la policía y muchas fotografías y videos de incidentes lamentables hacen barruntar que actuaba en connivencia y coordinación con los vándalos. Tema para investigar a fondo porque no puede ser que las autoridades hablen de la legitimidad de la protesta y al mismo tiempo traten de desacreditarla montando estrategias perversas de pánico moral.
Una atinada observación de John Locke, siglo XVII, se hizo patente en esta oportunidad: “Mas si el pueblo en general llega a persuadirse, basándose en evidencias manifiestas, de que se está maquinando contra sus libertades y de que las cosas tienden a corroborar la sospecha de que sus gobernantes tienen malas intenciones, ¿a quién podrá censurarse por ello?... ¿Es que el pueblo es censurable por tener el sentido de criaturas racionales y por tener la capacidad de pensar las cosas tal como las ve y las siente? ¿No será más bien la culpa de quienes han puesto las cosas de una manera, queriendo al mismo tiempo que la gente no repare cómo están?” (Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, párrafo 230).
Sin duda se está formando un nuevo sentido común en amplios e importantes sectores de la sociedad colombiana. Ello es lo que permite hablar del “rugido del constituyente primario” (Héctor Peña)
o, como yo lo hago aquí, de “la jubilosa insurgencia de los subalternos”. Solo que aún no salimos del estado de “alarma defensiva” y no asumimos que estamos viviendo un proceso de “victoria permanente” (expresiones de Antonio Gramsci): ocho millones de votos en segunda vuelta presidencial, once millones largos en consulta anticorrupción, avance indiscutible en elecciones territoriales del 27 de octubre, grandes y frecuentes movilizaciones como la del 25 de abril, la del 26 de julio y ahora la del 21 de noviembre. Amén de la extraordinaria cosecha cultural expresada en el intenso artivismo que toca las más sensibles fibras de hombres y mujeres por doquier.
Este movimiento ascensional y la potencialidad que él expresa, solo explicables por la estructura de oportunidad política surgida del acuerdo de paz (24 noviembre, 2016), es preciso asumirlos conscientemente y direccionarlos responsablemente, primero, hacia la realización de un diálogo verdadero que permita encuadernar el país logrando en corto tiempo un acuerdo básico, político y social, y, segundo, hacia una contundente victoria en el primer semestre de 2022. Los subalternos estamos en condiciones de asumir la direccionalidad incluyente (hegemonía) del conjunto de la nación colombiana. Se aproxima, por senda difícil, una luminosa primavera democrática. Los tiempos son de optimismo trágico.
@luisisandoval, lucho_sando@yahoo.es
A pesar del postre amargo de los disturbios al final de las marchas del 21N, el país asiste hoy a un hecho asombroso: se está dando un despertar de la gente del común, estamos ante una jubilosa insurgencia de los subalternos, ante un rugido del constituyente primario. Subalternos son, en las categorías de los politólogos, las clases medias y bajas con las cuales se mezclan algunos desprendimientos de las élites dominantes sensibles a la injusticia y el mal gobierno.
Esto no se había visto en varias décadas, quizá nunca, y se expresó de manera espléndida el 21N y días siguientes. Yo marché el jueves 21 entre la calle 26 y la Plaza de Bolívar de Bogotá. En el recorrido encontré haciendo el camino juntos al vendedor ambulante, el profesor universitario, el estudiante, el parlamentario, el sindicalista, el abogado, el contador, el médico, el columnista, el comunal, el caricaturista, el empresario medio y chico, el integrante de ONG, la monja, el cura, el poeta, la empleada doméstica, el cantante, el director o directora de teatro, el joven y la joven, el pensionado, el fotógrafo, el cineasta, las mujeres vestidas y pintados sus labios de lila… Unos eran marchantes sueltos, otros, otras, eran agrupamientos de muy distinta índole. Una inmensa pancarta de fondo negro sobresalía, sostenida por una hilera apretada de destacados líderes de opinión: ¡Defendamos la Paz ¡
Desde que participo en marchas (comienzos de los 60) no había visto un conjunto tan policlasista y variopinto desfilando, conversando, saludando, leyendo grafitis y pancartas, escuchando y gritando consignas, en medio de tambores y flautas, mimos, danzas y alegorías de personajes y situaciones… Inmensa muchedumbre animada de un sentimiento común: no más retroceso, no más muertes de líderes, no más masacres de indígenas, no más incumplimiento de acuerdos, no más reformas regresivas, no más imposición, no más glifosato, no más corrupción, no más torpeza en la relación con los vecinos, no más obsecuencia con la potencia decadente del norte, no más el mal gobierno. ¡No más! ¡No más!
Pero esto que vi y palpé en calles centrales de la capital y en su emblemática Plaza de Bolívar se estaba dando en tiempo real -lo mostraban las redes- en más de la mitad de los 1123 municipios del país, en ciudades grandes, medianas y pequeñas, en muchas ciudades del exterior donde residen compatriotas víctimas de exilio económico o político. Millones se movilizaron este 21N, muchos más de los previstos por el Comando Nacional de Paro que congrega a los convocantes: centrales sindicales y otras organizaciones sociales de campesinos, indígenas, estudiantes, pensionados, maestros, víctimas… Muchos más de los que los analistas pudimos avizorar en nuestras apreciaciones. Muchos más de los que el gobierno visualizó y quiso intimidar.
El gobierno, en apuros de favorabilidad, con su paranoia de violencia y caos resultó haciendo una propaganda inesperada al paro y exageró tanto que la gente se sintió movida a vencer el miedo y salir alegre a marchar. El presidente mismo trató de explicar que Chile es una cosa y Colombia otra cosa muy distinta, que allá seguramente tenían razón para protestar pero que aquí todo está bien, muy bien, y que los motivos del paro son solo mentiras. ¡Contraevidente! Por supuesto en lo ocurrido aquí operó un efecto reflejo de lo que viene pasando, como ola que avanza, en muchos países de América Latina y del mundo.
Lúcidamente se ha hecho notar que no se puede confundir el contenido del regalo con el empaque en que viene. La genuina expresión de inconformidad y de protesta suele estar precedida, acompañada o seguida de episodios violentos. Aquí, como en Santiago, Quito, París, Hong Kong…, se presentaron acciones de vándalos y saboteadores a los cuales los propios marchantes rechazaron y trataron de controlar, lográndolo en algunos casos. La esencia y estrategia de las marchas fue claramente pacífica y pacifista. Todo este gran movimiento, de conjunto, es una formidable acción colectiva por un cambio serio sin violencia.
Lo grave es que en este caso de las marchas y cacerolazo persistentes del 21, 22 y 23 de noviembre en el país quedó claro, yo pude verlo, el uso desmedido de la fuerza por la policía y muchas fotografías y videos de incidentes lamentables hacen barruntar que actuaba en connivencia y coordinación con los vándalos. Tema para investigar a fondo porque no puede ser que las autoridades hablen de la legitimidad de la protesta y al mismo tiempo traten de desacreditarla montando estrategias perversas de pánico moral.
Una atinada observación de John Locke, siglo XVII, se hizo patente en esta oportunidad: “Mas si el pueblo en general llega a persuadirse, basándose en evidencias manifiestas, de que se está maquinando contra sus libertades y de que las cosas tienden a corroborar la sospecha de que sus gobernantes tienen malas intenciones, ¿a quién podrá censurarse por ello?... ¿Es que el pueblo es censurable por tener el sentido de criaturas racionales y por tener la capacidad de pensar las cosas tal como las ve y las siente? ¿No será más bien la culpa de quienes han puesto las cosas de una manera, queriendo al mismo tiempo que la gente no repare cómo están?” (Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, párrafo 230).
Sin duda se está formando un nuevo sentido común en amplios e importantes sectores de la sociedad colombiana. Ello es lo que permite hablar del “rugido del constituyente primario” (Héctor Peña)
o, como yo lo hago aquí, de “la jubilosa insurgencia de los subalternos”. Solo que aún no salimos del estado de “alarma defensiva” y no asumimos que estamos viviendo un proceso de “victoria permanente” (expresiones de Antonio Gramsci): ocho millones de votos en segunda vuelta presidencial, once millones largos en consulta anticorrupción, avance indiscutible en elecciones territoriales del 27 de octubre, grandes y frecuentes movilizaciones como la del 25 de abril, la del 26 de julio y ahora la del 21 de noviembre. Amén de la extraordinaria cosecha cultural expresada en el intenso artivismo que toca las más sensibles fibras de hombres y mujeres por doquier.
Este movimiento ascensional y la potencialidad que él expresa, solo explicables por la estructura de oportunidad política surgida del acuerdo de paz (24 noviembre, 2016), es preciso asumirlos conscientemente y direccionarlos responsablemente, primero, hacia la realización de un diálogo verdadero que permita encuadernar el país logrando en corto tiempo un acuerdo básico, político y social, y, segundo, hacia una contundente victoria en el primer semestre de 2022. Los subalternos estamos en condiciones de asumir la direccionalidad incluyente (hegemonía) del conjunto de la nación colombiana. Se aproxima, por senda difícil, una luminosa primavera democrática. Los tiempos son de optimismo trágico.
@luisisandoval, lucho_sando@yahoo.es