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Maquiavelo 500 años

Luis I. Sandoval M.
30 de septiembre de 2013 - 11:00 p. m.
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Este año se cumplen cinco siglos de la composición de El Príncipe (1513) por Nicolás Maquiavelo.

Parece exótico ocuparse de un personaje tan desacreditado en la historia contemporánea cuando lo que se requiere al presente es acreditar la teoría y, sobre todo, la práctica de la política, en particular la ética política. 

Pues lo que se ha visto en Seminario Internacional realizado en días pasados por la Facultad de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá es que Maquiavelo no era tan maquiavélico como superficialmente se hace creer. Sin comprometer a la facultad convocante, como simple  asistente al Seminario, considero pertinente destacar algunos de los aportes de Maquiavelo (1569 – 1527) a la política moderna, quizá benéficos para el quehacer político de hoy.   

Consolidar la separación de teología y política. Esta separación la inicia Marsilio de Padua (1290-1342) con su célebre obra El Defensor de la Paz, la completa Maquiavelo y se asume como conquista universal cuando se acepta que es absolutamente normal la separación de la Iglesia y el Estado. Con alusiones a Aristóteles y Cicerón, fundan la soberanía de la ciudad-reino-imperio sobre bases humanas y racionales y excluyen de ella a la Iglesia como fuente, mediación o legitimación del poder. Sin embargo, más adelante se clarificará que en el seno del Estado laico se garantiza plenamente la libertad religiosa y el derecho de los creyentes como ciudadanos a incidir en la vida pública.  

Avanzar en el diseño de un régimen republicano. Para entender a Maquiavelo no basta leer El Príncipe, es necesario ver también los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio. Esta obra más extensa y mejor diseñada, no escrita de prisa, presenta el republicanismo civil de Maquiavelo. “El pueblo es menos ingrato…, más prudente, más estable y tiene mejor juicio que un príncipe” (Disc. I, 58). “Se ve por experiencia que las ciudades nunca aumentan su dominio ni su riqueza sino cuando viven en libertad” (Disc. II,2). Jordi Solé Tura resume así la idea central de Maquiavelo: “Hay que apoyarse en los sectores urbanos más dinámicos, en un campesinado liberado de la tiranía de los nobles…, hay que combinar el monopolio de la fuerza con la organización del consentimiento de los gobernados”. 

Considerar la paz un objetivo central de la política. Agudamente se ha observado que tanto Marsilio como Nicolás, cada uno en su tiempo, se fijan en las consecuencias desastrosas de que no haya paz. “Lo más significativo, anota Bernardo Bayona Aznar, del llamado a liberar a Italia de los bárbaros no es la nostalgia del pasado romano, sino la apelación al Defensor, al que los dos escritores dedican sendas obras: al muy ínclito Luis de Baviera y al Magnífico Lorenzo de Medicis. Les exhortan a que acometan la  empresa justa de imponer, de una vez por todas, la tan esperada paz, frente a los usurpadores, opresores o barbaros”. La usencia de paz es la gran motivación de Marsilio y Nicolás que para hacerla posible consideran que es preciso superar la “doctrina de las dos espadas” y centralizar la vida civil. El paduano piensa en la paz hacia adentro, el florentino en la paz hacia afuera.  

No quiere decir que las cosas en Colombia sean hoy iguales a los siglos XIV y XVI. Lo que es rescatable de estos referentes históricos es cómo la política, independizada de la teología y vertida a la forma republicana de gobernar, tiene una misión central irrenunciable e impostergable: lograr el monopolio de la fuerza en instituciones legítimas, sobre la base del más amplio consenso y un mínimo de coerción. lucho_sando@yahoo.es

 

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