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Ricardo Lara Parada: ¡la paz le costó la vida!

Luis I. Sandoval M.
24 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.
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A Ricardo Lara Parada literalmente la paz le costó la vida. Pero no a manos de fuerzas del establecimiento, legales o ilegales, sino a manos de antiguos camaradas revolucionarios en el Ejército de Liberación Nacional ELN.

El 14 de noviembre de 1985, en medio de las tragedias del Palacio de Justicia (6 de noviembre) y de Armero (13 de noviembre), recibí el golpe de esta otra tragedia: el asesinato de Ricardo Lara en la puerta de su casa, la de su madre, cuando llegaba a descansar de sus labores como concejal de Barranca.

Allí, en la capital petrolera de Colombia, había nacido el 12 de octubre de 1939. Tuvo influencia gaitanista a través del abuelo paterno. Militó en las Juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal MRL. Estudiante de Ingeniería Química en la Universidad Industrial de Santander UIS, muy joven se fue a la naciente guerrilla del ELN. Dejó la guerrilla y fue capturado a fines de 1973, tras 9 años de lucha armada. Condenado en el llamado “juicio del siglo” contra el ELN, estuvo en prisión hasta octubre de 1978. Se vinculó al proceso sandinista de Nicaragua en 1979 y, de regreso al país, se acogió, en marzo de 1983, a la amnistía ofrecida por el gobierno de Belisario Betancourt.

Muy corta pero intensa y entrañable mi amistad con Ricardo. Mi esposa Amanda y mis hijos, aún pequeños, lo tuvimos como invitado a una frijolada, unas semanas antes del mortal atentado, en nuestra vieja casa de El Prado, en Cajicá.

El interés del encuentro estaba en explorar posibilidades de convergencia de movimientos civilistas, regionales y nacionales, de transformación. Él era fundador y dirigente del Frente Amplio del Magdalena Medio FAM junto con Jimmy Corena; yo, integrante del Movimiento Camilo Torres, innovadora propuesta civilista, a cuya coordinación nacional pertenecía.

Sentí entonces, y vuelvo a sentir ahora, un enorme dolor por esa muerte. Ricardo era un símbolo de renuncia razonada, serena, vivencial, a las armas pero no al compromiso con la transformación de una realidad inaceptable. Atentar contra su vida era un sinsentido, un absurdo absoluto, quienquiera que fuera el victimario. En este caso lo fueron sus propios excompañeros de causa, los Elenos, lo cual exaltaba el absurdo y acrecentaba el dolor.

Ello afianzó mi convicción, la de siempre, de que la lucha armada no era el camino. Una guerrilla que asesina al que legítimamente deja sus filas socava y arriesga su credibilidad, es una guerrilla divorciada del pueblo. Ricardo Lara no se pasó al campo del enemigo, ni fue delator de nadie, ni se dedicó a denigrar de la organización que con idealismo generoso y heroico, como el Padre Camilo Torres, había ayudado a poner en marcha.

La lección está quedando clara en la historia de Colombia. La decisión de crear las guerrillas, – las FARC y el ELN en 1964, el EPL en 1967-, la de empuñar las armas, la de apoyar la lucha armada por varias generaciones se explica como un ejercicio del derecho de rebelión ante una situación abrumadora de injusticia y de cerrazón política. Palpables aquí.

La opción por las armas era entendible quizá en ese momento, pero mantenerla hoy constituye un error de visión y estrategia en la búsqueda de la vía de la revolución. Ello está quedando plenamente demostrado ahora cuando las guerrillas,  ¡todas! -solo faltan el ELN, un frente del EPL y algunos grupos de las FARC en disidencia- han llegado a la conclusión de que, en las condiciones del país y del mundo actual, es más revolucionario hacer la paz que hacer la guerra.

Esta forma de pensar, que los hechos están comprobando válida, tuve la fortuna de escucharla, en largas horas de conversación, de labios de Ricardo Lara Parada y después la he escuchado de otros muchos excombatientes guerrilleros que siguen fieles a la causa de la emancipación social. ¡La Paz es ahora, carajo¡ testimonio y visión de Carlos Velandia Jagua (Felipe Torres), FICA, 2014.

Por eso, desde mis 20 años, a comienzos de los 60, cuando estos debates ya agitaban la imaginación y movían voluntades, a raíz del impacto de la revolución sui generis en la bella y maltratada isla de Cuba, estoy dedicado a discrepar de la opción armada, no a estigmatizarla, ni a tratarla con un sentido contrainsurgente como se hace desde el establecimiento, sino a desarrollar el necesario debate sobre las vías de la revolución colombiana que tan seriamente se dio en los años 70.

Quizá soy atípico a mi generación. Mi entusiasmo juvenil, acrecentado en la adultez y ahora en la edad provecta, se ha dirigido a impulsar iniciativas de lucha social (sindicalismo, otros movimientos), de acción ciudadana (Redepaz), de acción política (Partido Socialista Revolucionario PSR, Movimiento Camilo Torres MCT, Polo Democrático Alternativo PDA, coaliciones alternativas…), a contribuir con reflexión y sistematización (10 libros y varios centenares de columnas), al impulso de la formación de conciencia social (Instituto María Cano ISMAC), con miras a que el cambio real, el tránsito de una semidemocracia poblada de violencias a una democracia creciente sin violencia, efectivamente se dé en Colombia.

Considero que el ajusticiamiento de Ricardo Lara, decisión tomada en la comandancia de Fabio Vásquez y nunca revertida ni confirmada, y otros crímenes similares resultantes de la extrema intolerancia interna del ELN en una época, constituyen enorme deuda ética por saldar. Sin embargo, preciso es consignar aquí que en el V Congreso del grupo insurgente, finales de 2014, se planteó la necesidad de reivindicar el nombre de Ricardo Lara Parada para sacarlo de la categoría de traidor y reconocer el valor de su trabajo político a nivel popular por transformaciones sustantivas, pero no tengo confirmación de si tan justa propuesta fue aprobada o no.

El testimonio de Lara, hace 35 años, y hoy el de sus hijos, Mónica y Fernando (textos y videos en circulación), me sigue dando aliento intelectual y moral para persistir en la lucha civilista por una nueva hegemonía con el protagonismo del pueblo, esto es, del conjunto de las clases subalternas, hacia una auténtica república no patriarcal, no depredadora, no violenta, no corrupta, no patrimonialista…

Que la extrema derecha colombiana quiera seguir en guerra no justifica dejar de buscar la paz política, al contrario, obliga a insurgentes y sociedad a ser más imaginativos y audaces en el empeño de conseguirla. ¡La paz, nunca más, a nadie, debe costarle la vida¡   luis.sandoval.1843@gmail.com

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John(30701)25 de noviembre de 2020 - 01:38 a. m.
Las guerrillas, no pasan de ser una banda de dinosaurios, sin ninguna perspectiva pero causan un enorme daño a la sociedad civil, pues son el combustible que impide que los movimientos social demócratas avancen. Pues son el caballo de batalla de la godarría , para satanizar a quien se oponga a su proyecto tildándolo de guerrillero. Ojalá esos ancianos que dirigen el ELN, firmen la paz
Atenas(06773)24 de noviembre de 2020 - 12:48 p. m.
¡Y de qué se extraña este iluso camarada!, q' en esas ha pasado su vida y sin hacer más nada, ¡viviendo del cuento! A su conmilitón de frijolada, R. Lara Parada, y a Chucho Bejarano les aplicaron la pena capital sus mismos camaradas. Y Lucho, en el colmo de su ingenuidad, o maldad, fácil puede concluir q' por nada luchó. E, igual, q' muchos, millones, no comemos de su cuento.
Gordo Villegas(22835)24 de noviembre de 2020 - 11:18 a. m.
A RLP le costó la vida su libérrima decisión de hacer la guerra religiosa-política a la sociedad colombiana desde las filas del ELN. Es sabido que el ingreso a esas organizaciones político militares, como a la mafia, es hasta la muerte y no hay forma de salir de ellas si no es con la muerte en combate, o a manos de sus propios conmilitones.
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