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Un año sin promesas imposibles de cumplir, así debería ser el 2022 de todos. Vivir con la dicha de levantarnos y sorprendernos con cada salida del sol, con la posibilidad de brindar un desayuno y de poder construir un pedazo de la historia que nos corresponde. Dejar de lado la presión del deber ser perfecto, y disfrutar un poco más de lo sencillo, de la vida simple, con la mirada tranquila de la existencia.
Disfrutar de ese chocolate que se me chorrea y me amarga o me endulza la vida (cada cual elige como saborearlo), y también de la coca que cada día llevo con algo que está en la nevera. Disfrutar del tinto que nos ofrecen, de compartir a la media mañana con los compañeros, y de llegar al mediodía con algo más en la coca, para poder dar o cambiar con el que tenemos al lado.
En mi caso, 2022 será un año donde los deseos serán bien básicos. Comer mejor, disfrutar todo lo que pase por mi lado, fomentar sí o sí la compra directa y cuidar más mi huerta casera, pues por segundo año pude compartir con mis vecinos mi producción y hacer un poco de trueque, ¿Qué tal donde hubiera sido un poco más disciplinada?
No invertiré una sola uva en promesas de dietas, ejercicio ni nada que sea medianamente prohibitivo. Por el contrario, voy a trabajar mucho en ser más cuidadosa con lo que quiero, y comeré de todo pero con un poco más de responsabilidad. Esto no quiere decir que soltaré el cinturón y me dedicaré a engordar. En lo absoluto. Seré feliz con moderación, pero sin dolores de cabeza ni falsas expectativas o culpas que no lo dejan a uno ser feliz y fluir en la esencia de disfrutar la vida.
En este punto llevamos seis uvas ya, y estoy lista para saltar al próximo año con agradecimiento, con lecciones aprendidas y con cero ganas de repetir situaciones. Parezco una voz tipo Pepito Grillo, pero sería genial lograr salirme finalmente de las bolsas plásticas y de las compras en grandes cadenas y poder planear más mis comidas para comprarle a mis vecinos sus productos del campo. 2022, dame orden mental para olvidar el plástico, cargar una bolsa de tela y no vivir en el despiste. De la otras dos me encargo yo, pues voy bastante bien.
Un par de uvas por todos los que se arriesgaron a trabajar en su sueño de abrir un negocio, por los que hicieron hasta lo imposible por mantenerse a flote trabajando día a día, y por aquellos que cerraron sus puertas dándolo todo y un poco más. Cada uno merece todos los buenos deseos en medio de este mar de dudas que vivimos por estos días, de nuevo, frente a la reaparición del bicho con fuerza y con ganas de meterse por donde quepa. Ya es hora de aceptarlo: se quedó.
De las uvas que me quedan pongo una en el universo para que por favor no cambiemos el voto por tamales, lechonas ni nada del mercado. El voto, me enseñaron en mi casa, es sagrado y nos deja construir como colombianos. Échele cabeza, ponga cuidado cuando pueda para leer de qué van estas elecciones y, eso sí, después no se queje porque el que no vota no debería quejarse.
Gracias 2021 por todos los platos, las historias, los nuevos productos, por todo lo que me topé en el camino, que me enseñó lo berraco que es hacer patria desde el campo. Me faltó tiempo para visitar nuevos proyectos, pero entre el miedo propio de salir a la calle, las situaciones abruptas y la felicidad de volver donde me fue tan bien se me quedaron unos cuantos para el 2022.
Finalmente, pero no menos importante, gracias a todos ustedes, que dedican un tiempo a leerme, a escribirme, a recomendarme lugares o productos. Este 2022 será un año desafiante para todos, lleno de historias pero, sobre todo, de mucho trabajo para construir. Con todo mi corazón y mi barriga contenta les deseo el mejor año que quieran construir, sin promesas y sin expectativas, pero echándole todas las ganas.