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Creo que todos estamos de acuerdo en que la comida, no importa si es la sofisticada del mejor restaurante o la de casita con la que crecimos, mejora cualquier situación. Piensen en un paseo, en una fiesta, en un momento romántico, en una tarde entre las cobijas viendo televisión. Todos esos momentos se vuelven casi que inolvidables si están acompañados por un plato que nos caliente el corazón.
Antes de seguir, tengo que pedir disculpas a todos los involucrados con las áreas administrativas y de servicios de las clínicas y los hospitales. Lo que viene no es una queja ni una crítica, pues no podría decir nada negativo de ustedes, héroes como lo fueron los médicos y enfermeras durante la pandemia. Es, si se quiere ver así, una “oportunidad de mejora”, como se dice ahora en el mundo empresarial.
Me imagino que ya saben hacia donde voy: la comida que reciben los pacientes que pasan días en clínicas y hospitales esperando recuperarse. Y esto lo digo entendiendo que no se puede pretender que sea gourmet, ni es lo que me imagino. He estado cerca al sector salud toda la vida, y conozco las implicaciones y dificultades que tiene preparar estos alimentos, donde se tiene que cuidar absolutamente todo, pues lo que se ponga, o deje de poner, impacta directamente al paciente. Pero esto no quiere decir que tenga que ser una actividad mecánica, hecha sin amor.
Y es que esa es mi preocupación. No creo que haya un lugar donde sea más necesario que la comida alimente, en todo el sentido de la palabra, que en una clínica. Y sinceramente, creo que ocurre todo lo contrario, pues lo que solemos encontrar son platos sin alma, sin corazón, sin sentimientos. Cuando uno espera algo que le nutra el alma, pues eso es lo que se necesita en una cama de enfermo, encuentra cualquier cosa salvo eso.
Repito, no tiene que ser comida de un restaurante de estrellas Michelín. No debe serlo. Pero un poquito de tomillo, de hierbas que nunca harán mal, incluso de temperatura (siempre que no sea contraproducente para los enfermos) no sobran. Son pequeñas muestras de cariño para con los pacientes, que deben sentirse realmente cercanos a los alimentos, pues estos, junto con los medicamentos y cuidados, con seguridad sanan.
Qué bonito sería que logremos superar el cliché de lo desabrida, lo poco llamativa, lo horrorosa, perdón por la palabra, que es la comida de hospital. Yo creo que es posible superar la depresión que es tener que comer esos alimentos como parte del tratamiento. No olvidemos que el amor es el mejor ingrediente, y ese se lo podemos agregar todos a todo lo que hacemos.