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Para nadie es una novedad decir que estamos atravesando un momento histórico que nos ha hecho reflexionar sobre la fragilidad humana. Lo que sí es novedoso es ver cómo nuestra especie, a fuerza de golpes, está entendiendo la importancia de agradecer y valorar la sencillez frente a los platos de comida. Cosas simples como que esté caliente, o más complejas, como que existan las posibilidades de tener en casa alimento, de tener salud, de poder saborear, sentir y disfrutar del simple acto de comer. El privilegio de la simplicidad a la que nos ha llevado lo efímero de estos tiempos.
Ya se avecina diciembre, porque octubre y noviembre poca vida propia tendrán, y empieza uno a barajar eventos, novenas, reuniones y todas nuestras anchetas de regalos. En especial esos regalos cargados de amor hecho comida. Comenzamos con los balances, apretamos la dieta (aunque en estos días una amiga me decía que ya será hacer dieta en enero je je je) y dar rienda suelta a lo que es importante: la familia, el reencuentro y la dicha de compartir los espacios sencillos de la vida, de sentirnos sanos, superando las dificultades, junto a los nuestros.
No sé si será la nostalgia, quizás, o más aún las ganas de que se acabe este año, lo que nos lleva a pensar en lo sencillo, lo titánico y lo más humano que tenemos todos: cómo ser felices en temas tan mundanos como el buñuelo, la natilla y el sancocho de fin de año. No estoy hablando de manera fatalista. Por el contrario, entré a un almacén esta semana y vi todos los artículos de navidad expuestos para la venta. Sentí una dicha que no me cabía en el cuerpo al saber que no tengo excusa para decirle no a la comida, ni a disfrutar desde ya la alegría de esas festividades, que nos hacen estar plenos y vivos.
Podemos volver a la calle sin la angustia del año pasado, pero sin dejar de tomar medidas responsables, para darnos la oportunidad de ir a ferias, mercadillos, hornear en casa y armar regalos llenos de sentido y ayuda. Lo sencillo está en dar y compartir bocados que dejan claro lo fantástico que es tener una excusa para poder ver la sonrisa de la gente cuando nos alimentamos con amor; en escuchar las historias familiares, sentir de nuevo lo simple y llano que puede suceder alrededor de una mesa. Ese compartir que tal vez no apreciábamos tanto, y que ahora es una joya de espacio, un privilegio.
Compartir desde canastas de frutas, pasando por panes, tortas y dulces artesanales, hasta organizar una novena con los amigos y vecinos, es la forma más sencilla de seguir entregando, con amor, la bendita papita en los platos de todos. Y como faltan muchas semanas para la Navidad, les propongo que desde ya hagamos de la vida una fiesta diaria. Que vengan los niños con su día de disfraces, que venga el agradecimiento de una festividad que tanto disfruto, como acción de gracias, y que vengan los preparativos de cualquier motivo que nos una, nos congregue frente a un plato, y nos recuerde la importancia de lo simple.