En mi casa, el 99% de mi familia es intolerante a la lactosa, y siempre repiten que la leche es para los terneros. A esto, yo les contesto “ni muuuu”. En este hogar la democracia existe, y cada cual tiene lo que más le gusta comer y tomar, sin que haya polémicas bajo las teorías locas de cada uno. Para mí, la leche entera de vaca es fundamental con el café, en salsas, y para uno que otro Milo de premio. En cambio, el resto de la casa la prefiere descremada, deslactosada y hasta las bebidas de origen vegetal que conocemos como “leche” de soya o de almendras que son, para fines prácticos, productos que los hacen felices y con los que cada estómago está en paz.
En contraste, polémicas es lo que hay por estos días, y siempre al desayuno, pues muchos de nuestros campesinos han tenido que perder lo producido en sus ordeños por los bloqueos. Muchos otros, los que pudieron sacarla, reconocían que su valor no era el mismo. Y como resultado de esto, por varios días muchos de nosotros no conseguíamos sino lo que ha bien tenía el tendero a la mano. Esto muestra que es cordura lo que necesitamos tener los colombianos, para entender que el daño de unos pocos afecta hasta la tranquilidad de las vacas.
Polémico también es llamar leche a las bebidas vegetales, y en esa trifulca siempre sale alguien más bravo, pues es una disputa que ya ha llegado a la Real Academia de la Lengua Española, a tribunales internacionales y no sé a cuántas vainas más. Pensar que al final del día, como todo, sería fácil solucionarlo con un poco de tolerancia, pues la palabra leche básicamente significa “líquido que dan las glándulas mamarias de los animales mamíferos que sirve para nutrir a sus crías”, o sea a nosotros, los terneros (je, je, je). Por eso, y para zanjar por lo básico, lo correcto es llamar “bebida vegetal” a todos estos productos, bien sean de almendras, soya, coco, arroz y otras muy sabrosas y nutritivas, pero que, seamos realistas, no son técnicamente leches.
La leche para mí es un ingrediente fundamental en la cocina, que jamás debería perderse. Su utilidad va desde el ser base para bebidas calientes como un buen chocolate o mi amado capuchino, y pasa por la polémica changua o mis infaltables arvejas en leche. Y que no le vengan tampoco a echar la culpa de las intolerancias a los productos lácteos, que esos son más digeribles y son la base fundamental de la alimentación. Además, son un deleite para millones de hogares con sus yogures, mantequillas y quesos llenos de sabor, elaborados por siglos para todos los gustos.
Entera, descremada, deslactosada, fortificada… lo cierto es que la leche agrega felicidad a la vida. Un batido de moras o de curuba no es lo mismo sin leche, o que me dicen de una deliciosa malteada de chocolate, un jugo de guanábana fresca o un Milo espumoso. Como ven, hay que preguntarse qué haríamos sin una fresca leche en todas estas preparaciones y en el día a día de nuestras vidas. Así que no sea mala leche, y déjenos disfrutar de las delicias de la buena leche.
En mi casa, el 99% de mi familia es intolerante a la lactosa, y siempre repiten que la leche es para los terneros. A esto, yo les contesto “ni muuuu”. En este hogar la democracia existe, y cada cual tiene lo que más le gusta comer y tomar, sin que haya polémicas bajo las teorías locas de cada uno. Para mí, la leche entera de vaca es fundamental con el café, en salsas, y para uno que otro Milo de premio. En cambio, el resto de la casa la prefiere descremada, deslactosada y hasta las bebidas de origen vegetal que conocemos como “leche” de soya o de almendras que son, para fines prácticos, productos que los hacen felices y con los que cada estómago está en paz.
En contraste, polémicas es lo que hay por estos días, y siempre al desayuno, pues muchos de nuestros campesinos han tenido que perder lo producido en sus ordeños por los bloqueos. Muchos otros, los que pudieron sacarla, reconocían que su valor no era el mismo. Y como resultado de esto, por varios días muchos de nosotros no conseguíamos sino lo que ha bien tenía el tendero a la mano. Esto muestra que es cordura lo que necesitamos tener los colombianos, para entender que el daño de unos pocos afecta hasta la tranquilidad de las vacas.
Polémico también es llamar leche a las bebidas vegetales, y en esa trifulca siempre sale alguien más bravo, pues es una disputa que ya ha llegado a la Real Academia de la Lengua Española, a tribunales internacionales y no sé a cuántas vainas más. Pensar que al final del día, como todo, sería fácil solucionarlo con un poco de tolerancia, pues la palabra leche básicamente significa “líquido que dan las glándulas mamarias de los animales mamíferos que sirve para nutrir a sus crías”, o sea a nosotros, los terneros (je, je, je). Por eso, y para zanjar por lo básico, lo correcto es llamar “bebida vegetal” a todos estos productos, bien sean de almendras, soya, coco, arroz y otras muy sabrosas y nutritivas, pero que, seamos realistas, no son técnicamente leches.
La leche para mí es un ingrediente fundamental en la cocina, que jamás debería perderse. Su utilidad va desde el ser base para bebidas calientes como un buen chocolate o mi amado capuchino, y pasa por la polémica changua o mis infaltables arvejas en leche. Y que no le vengan tampoco a echar la culpa de las intolerancias a los productos lácteos, que esos son más digeribles y son la base fundamental de la alimentación. Además, son un deleite para millones de hogares con sus yogures, mantequillas y quesos llenos de sabor, elaborados por siglos para todos los gustos.
Entera, descremada, deslactosada, fortificada… lo cierto es que la leche agrega felicidad a la vida. Un batido de moras o de curuba no es lo mismo sin leche, o que me dicen de una deliciosa malteada de chocolate, un jugo de guanábana fresca o un Milo espumoso. Como ven, hay que preguntarse qué haríamos sin una fresca leche en todas estas preparaciones y en el día a día de nuestras vidas. Así que no sea mala leche, y déjenos disfrutar de las delicias de la buena leche.