“La buena pinta” es una frase muy común en conversaciones de amigos: “mira la buena pinta que tiene el día”, “la buena pinta del vecino”, “la buena pinta con la que sale cada uno de su casa”. Y existimos otros que pensamos en la buena pinta del pan recién salido del horno, de los aguacates para la ensalada, del color de los bananos y así. Somos, porque obviamente me incluyo, a los que siempre hay algo que nos llama la atención a la hora de comer.
Una parte esencial del ejercicio que hacemos a diario cuando elegimos qué vamos a comer es llamar a nuestra memoria de una manera aparentemente espontánea. Es eso que en la calle llamarían “un antojo”. A veces viene de la nada, pero en la mayoría de los casos es el resultado de una conversación, un comercial en la televisión, radio o en redes sociales, algo que se vio al caminar. Ese vínculo, necesario entre todos los sentidos, es la magia que nos deja elegir y saborearnos.
En medio de la sobreexposición a pantallas que vivimos, lo más normal es que sean las avalanchas de fotos y videos que consumimos las que nos sirvan de guía o conectores no solo con ese gusto, sino con lo que nos lleva a la cocina a tratar de replicar esa receta, a probar cosas nuevas y, en muchos casos, a armar un grupo de amigos que se le mida a empezar a cocinar.
La buena pinta de lo que nos venden es lo que nos lleva, también, a darnos permisos en la dieta, y a hacer un ahorro programado para comprar un equipo de cocina, o para organizar plan en algún restaurante que quisiéramos conocer. La imagen es ese gancho que, sin lugar a duda, nos lleva derecho a eso que luego es una memoria gustativa, un recuerdo gastronómico que tenemos, o que vamos a crear.
Cada día es más común comprar cursos de cocina virtuales, que terminan siendo verdaderos salvavidas para muchos a los que el agua hervida se les quema. Aparecen opciones como contactar profesores en Instagram, que ofrecen clases puntuales en cocinas del mundo, panadería o lo que uno quiera aprender, o comprar planes de recetas listas que llegan en cajas cada semana, con todos los productos dispuestos para cocinar. Las facilidades que tenemos hoy son una oportunidad para meter las manos en la cocina, pues la diferencia con nuestras abuelas es sencilla: del cuaderno lleno de chorreones de antaño a una pantalla llena de información.
No podemos seguir satanizando la información ni los productos, ni mucho menos seguir pensando que comer lechuga, agua y similares como único oficio, es el camino corto para tener un cuerpo sano. No desconozco que hay multiplicidad de dietas sanas que seguro son alimenticias, pero los extremos que también vemos a diario en esa misma oferta mediática, llena de pastillas milagrosas, elíxires y recomendaciones absurdas también lo son, y por eso deberían estar fuera.
Las abuelas dirían que la buena pinta en la mesa es un plato variado, sabroso y con un poco de todo, que brinde la opción de cocinar y preparar, para que conocer los procesos sea una ventana a un nuevo mundo y, claro está, sea la oportunidad de pescar una que otra nueva receta para conquistar.
Último hervor: Llegó por fin el gran fin de semana: el Carnaval de Barranquilla está listo para recibir a todos los colombianos que decidan vivirlo, gozarlo y, por supuesto, comerse cada bocado de esta fiesta. Un ejemplo de un carnaval que une a la ciudad, que ha preservado historia, moda, gastronomía y todas las demás tradiciones. Ojalá sean muchos los que puedan viajar, pues ¡quien lo vive es quien lo goza! @carnavalbaq.
“La buena pinta” es una frase muy común en conversaciones de amigos: “mira la buena pinta que tiene el día”, “la buena pinta del vecino”, “la buena pinta con la que sale cada uno de su casa”. Y existimos otros que pensamos en la buena pinta del pan recién salido del horno, de los aguacates para la ensalada, del color de los bananos y así. Somos, porque obviamente me incluyo, a los que siempre hay algo que nos llama la atención a la hora de comer.
Una parte esencial del ejercicio que hacemos a diario cuando elegimos qué vamos a comer es llamar a nuestra memoria de una manera aparentemente espontánea. Es eso que en la calle llamarían “un antojo”. A veces viene de la nada, pero en la mayoría de los casos es el resultado de una conversación, un comercial en la televisión, radio o en redes sociales, algo que se vio al caminar. Ese vínculo, necesario entre todos los sentidos, es la magia que nos deja elegir y saborearnos.
En medio de la sobreexposición a pantallas que vivimos, lo más normal es que sean las avalanchas de fotos y videos que consumimos las que nos sirvan de guía o conectores no solo con ese gusto, sino con lo que nos lleva a la cocina a tratar de replicar esa receta, a probar cosas nuevas y, en muchos casos, a armar un grupo de amigos que se le mida a empezar a cocinar.
La buena pinta de lo que nos venden es lo que nos lleva, también, a darnos permisos en la dieta, y a hacer un ahorro programado para comprar un equipo de cocina, o para organizar plan en algún restaurante que quisiéramos conocer. La imagen es ese gancho que, sin lugar a duda, nos lleva derecho a eso que luego es una memoria gustativa, un recuerdo gastronómico que tenemos, o que vamos a crear.
Cada día es más común comprar cursos de cocina virtuales, que terminan siendo verdaderos salvavidas para muchos a los que el agua hervida se les quema. Aparecen opciones como contactar profesores en Instagram, que ofrecen clases puntuales en cocinas del mundo, panadería o lo que uno quiera aprender, o comprar planes de recetas listas que llegan en cajas cada semana, con todos los productos dispuestos para cocinar. Las facilidades que tenemos hoy son una oportunidad para meter las manos en la cocina, pues la diferencia con nuestras abuelas es sencilla: del cuaderno lleno de chorreones de antaño a una pantalla llena de información.
No podemos seguir satanizando la información ni los productos, ni mucho menos seguir pensando que comer lechuga, agua y similares como único oficio, es el camino corto para tener un cuerpo sano. No desconozco que hay multiplicidad de dietas sanas que seguro son alimenticias, pero los extremos que también vemos a diario en esa misma oferta mediática, llena de pastillas milagrosas, elíxires y recomendaciones absurdas también lo son, y por eso deberían estar fuera.
Las abuelas dirían que la buena pinta en la mesa es un plato variado, sabroso y con un poco de todo, que brinde la opción de cocinar y preparar, para que conocer los procesos sea una ventana a un nuevo mundo y, claro está, sea la oportunidad de pescar una que otra nueva receta para conquistar.
Último hervor: Llegó por fin el gran fin de semana: el Carnaval de Barranquilla está listo para recibir a todos los colombianos que decidan vivirlo, gozarlo y, por supuesto, comerse cada bocado de esta fiesta. Un ejemplo de un carnaval que une a la ciudad, que ha preservado historia, moda, gastronomía y todas las demás tradiciones. Ojalá sean muchos los que puedan viajar, pues ¡quien lo vive es quien lo goza! @carnavalbaq.