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Codos fuera de la mesa, comer con la boca cerrada, coger bien los cubiertos, tomar algo sin que el vaso suene… son algunos de esos buenos modales básicos, los que todos hemos aprendido en casa desde que somos muy pequeños pero que, tristemente, por estos días parecen ir desapareciendo poco a poco de las mesas.
Suena odioso, lo sé, pero son normas de mínima cortesía no solo con uno mismo, sino con la persona o personas que se sientan al lado o con quienes compartimos la mesa. Para mí, el tema de los pitillos es insoportable: ese sonido de vacío que no llena y que, al final, es sorber sin contemplación lo que quede en el vaso. Y mejor ni hablemos del manejo de los cubiertos a la hora de pasar por encima del amigo para probar algo de su almuerzo.
Todo parece indicar que ese famoso libro que nos recomendaban las abuelas, El Manual de Carreño, perdió vigencia para las nuevas generaciones, y para la mía, como que algunas abuelas no fueron tan acuciosas como debían. No es sentarse a la mesa con un sinfín de cubiertos, vasos y demás, sino sentir algo de clemencia por quienes están en la mesa con ustedes y no son intolerantes a la mala educación.
Esas pequeñas lecciones en la mesa, que ojalá todos recibieran de pequeños, son muy valoradas de adultos, cuando pueden llegar a ser el salvavidas en un almuerzo de trabajo, o lo que cambie el destino de una noche de conquista, pues son, como diría mi abuela, detalles de fina coquetería. Pero cuidado, que no se restrinjan ahora a espacios sofisticados, pues estas reglas básicas aplican también para un buen piquete, un cuchuco con espinazo o un simple caldo de papa.
Cada día es más difícil debatir y explicarles a los más jóvenes la necesidad de algo de educación, pero es una realidad: en la mesa nos conocemos cómo somos, y hacia dónde vamos. No tiene que ver con estratos, colores ni sabores. Convivencia, respeto y algo básico en la vida, disfrutar lo que comemos con cada bocado que saboreamos.
Miremos el contraste: una buena parte de lo que reconocemos como culturas gastronómicas ceremoniales, como la japonesa, es que siempre nos introduce una gran solemnidad y respeto por lo que comemos, lo que bebemos y el espacio que compartimos. Algo similar hemos aprendido de nuestras comunidades indígenas, donde las ceremonias en torno a productos como el maíz, se destacan por su respeto, entendimiento, y reconocimiento.
Y es que cada cultura tiene hasta reinados de alimentos: panela, naranja, café, entre muchos otros. Aquí el juego social, el consumo y la celebración de la importancia del producto hacen que las comunidades busquen diferentes maneras de protegerlos y pasarlos de generación en generación. No es lo mismo una buena chicha en una totuma que en un vaso plástico con pitillo, no solo por el efecto del alcohol, sino porque pierde su relación social del origen. Entonces, nunca dará lo mismo tomarla en un recipiente lo más cercano al original, y cumpliendo las pautas esperadas para cada momento. Lo que nos trae, nuevamente, al cuidado que debemos tener con los modales, pues ellos también se evidencian en estas prácticas.
Los modales no se aprenden con pellizcos ni miradas inquisidoras: deben hacer parte de nuestro día a día, estar interiorizados en las dinámicas de la comida y de la relación social que podemos tener tanto a nivel familia como con nuestra comunidad. Es ese pequeño momento donde podemos disfrutar, reír y compartir, sin el sonido enloquecedor del vecino de turno.
¡Un brindis por los buenos modales por favor!