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Confieso públicamente que salir de mi casa cada vez me cuesta más, y no es que no me guste ir y echarme cual larga soy en las que yo felizmente llamo “vacaciones horizontales”, pero cuando el viaje es corto y por trabajo, otro es el cantar.
Llegar a un hotel y encontrar buena comida es siempre una ruleta; así como unos me dan en la vena del gusto y se siente la región visitada en cada plato de la carta, también hay otros que prefieren tener una comida más estándar, lo que llaman raramente “comida internacional” por aquello de un poco de aquí y otro de allá, menús donde, por ende, los platos suelen ser repetidos y poco apetitosos.
Cabe aclarar que los míos son los primeros, para mí llegar a Medellín es saborearme desde que abro el ojo con lo que será una arepa recién hecha con quesillo, no con un canastado de pan francés y mermelada de cajita plástica; ¿y qué tal los pandebonos y unos huevos pericos con vista al río en Cali? O esas arepas de huevo en un hotel en Cartagena, con mucho suero y ají, me puedo comer dos y bajármelas con una carimañola de pura yuca... manjares de la tierra que me alegran el alma y la barriga.
Sin embargo, hay otra categoría que me encanta, y con la cual he descubierto restaurantes que con su comida hacen que el extranjero o las personas en general que los visitan tengan una muy buena experiencia en el país, en nuestras ciudades y de nuestros cocineros. Estos lugares enmarcan la esencia y originalidad de muchos creadores que hoy en día hacen patria enseñando y deleitando desde sus sartenes con comida local o inspiraciones de otras culturas.
En Cartagena he descubierto muchos, y son para mí un mordisco al corazón y un regreso a mi infancia, pero estoy segura de que en cada rincón de Colombia hay muchos hoteles donde el amor por la gastronomía prima por encima de todo.
Hoy quiero recomendarles precisamente el restaurante de un hotel: Ushin, del Grand Hyatt de Bogotá. Visitarlo se me ha convertido en una experiencia fantástica pues tiene una excelente carta japonesa, combinada con una decoración de muy buen gusto y una de las mejores vistas del occidente de la ciudad. Deleite del paladar y del ojo, mejor dicho: ¡no hay quien se sobre!