“Abril, lluvias mil”. Así llegó el cuarto mes del año a algunas regiones del país, dándonos un respiro para la producción de alimentos y algo de balance a la canasta familiar. Parece que el verano comienza a ceder, y con él, algunos precios. Sin embargo, hay que reconocer que el costo de la vida sigue por las nubes. Mal de muchos, consuelo de tontos, dicen en mi casa, siendo esta una frase muy apropiada para estos días.
Siendo así, las cosas nos siguen llevando a mi lugar favorito de la cocina: la anticipada, esa casi que reciclada, que estamos experimentando muchos, por no decir todos. Cocas más organizadas, mercados mejor empacados y preservados, y lo que nos queda de la cena sirve para el desayuno, o para llevar de almuerzo. Los supermercados siguen innovando: sacan productos a mejores precios en fruver porque está un poco sobremadurada, ofrecen mercancía seleccionada más barata, y algunos, más osados, le dicen a uno que lleve la factura y le mantienen el precio de la competencia.
Mientras los mercados se fortalecen con la competencia, los ganadores somos, en muchos casos, nosotros los compradores. Lo importante es no comer cuento de los supuestos megadescuentos, que son ilusiones en los papeles y no son sino los mismos precios maquillados con alzas momentáneas. Lo hemos visto gracias a varias quejas en redes sociales y algunos noticieros.
La oferta y la demanda van cambiando a lo largo de los ciclos de producción, así como el acceso a cárnicos, lácteos y demás productos frescos. Es ahí donde realmente los beneficios se ven en las plazas de mercados más que en las cadenas. Cuando uno hace el deber de comprar directo, no solo el bolsillo rinde más, sino que el productor, en muchos casos, logra un mejor margen en su producto. Así que, si seguimos en la campaña de dejar la pereza y comprar directo, la situación de todos mejoraría un poco más.
Jugar con la papita del vecino nunca sale bien. El mercado generalmente se autorregula, como decía Adam Smith, porque esto de seguir proponiendo controles, medidas y exclusiones, lo único que logra es que los productos se consigan de manera irregular, a precios superiores y, sobre todo, poniendo en riesgo a los consumidores que desconocen, en muchos casos, desde cómo fue la producción, su recolección, los procesos de sacrificio, en otros casos, y la cadena de frío. La comida es sagrada, los productores nuestros héroes, y los consumidores, últimamente, unos magos para lograr que la plata nos alcance.
Último hervor: Después de lo acontecido con los siete trabajadores humanitarios de “World Central Kitchen” esta semana en Gaza, hay un solo mensaje real y contundente: con la comida no se juega. Organizaciones como la creada por el chef español José Andrés, que viajan por el mundo entero atendiendo las necesidades básicas de algunas poblaciones en situaciones catastróficas, sin importar si la vida de sus voluntarios corre riesgo, no deben ser catalogadas como muertes de un “ataque involuntario” en medio de la guerra. Las poblaciones mueren de hambre y de sed, y este trabajo garantiza un mínimo vital.
“Abril, lluvias mil”. Así llegó el cuarto mes del año a algunas regiones del país, dándonos un respiro para la producción de alimentos y algo de balance a la canasta familiar. Parece que el verano comienza a ceder, y con él, algunos precios. Sin embargo, hay que reconocer que el costo de la vida sigue por las nubes. Mal de muchos, consuelo de tontos, dicen en mi casa, siendo esta una frase muy apropiada para estos días.
Siendo así, las cosas nos siguen llevando a mi lugar favorito de la cocina: la anticipada, esa casi que reciclada, que estamos experimentando muchos, por no decir todos. Cocas más organizadas, mercados mejor empacados y preservados, y lo que nos queda de la cena sirve para el desayuno, o para llevar de almuerzo. Los supermercados siguen innovando: sacan productos a mejores precios en fruver porque está un poco sobremadurada, ofrecen mercancía seleccionada más barata, y algunos, más osados, le dicen a uno que lleve la factura y le mantienen el precio de la competencia.
Mientras los mercados se fortalecen con la competencia, los ganadores somos, en muchos casos, nosotros los compradores. Lo importante es no comer cuento de los supuestos megadescuentos, que son ilusiones en los papeles y no son sino los mismos precios maquillados con alzas momentáneas. Lo hemos visto gracias a varias quejas en redes sociales y algunos noticieros.
La oferta y la demanda van cambiando a lo largo de los ciclos de producción, así como el acceso a cárnicos, lácteos y demás productos frescos. Es ahí donde realmente los beneficios se ven en las plazas de mercados más que en las cadenas. Cuando uno hace el deber de comprar directo, no solo el bolsillo rinde más, sino que el productor, en muchos casos, logra un mejor margen en su producto. Así que, si seguimos en la campaña de dejar la pereza y comprar directo, la situación de todos mejoraría un poco más.
Jugar con la papita del vecino nunca sale bien. El mercado generalmente se autorregula, como decía Adam Smith, porque esto de seguir proponiendo controles, medidas y exclusiones, lo único que logra es que los productos se consigan de manera irregular, a precios superiores y, sobre todo, poniendo en riesgo a los consumidores que desconocen, en muchos casos, desde cómo fue la producción, su recolección, los procesos de sacrificio, en otros casos, y la cadena de frío. La comida es sagrada, los productores nuestros héroes, y los consumidores, últimamente, unos magos para lograr que la plata nos alcance.
Último hervor: Después de lo acontecido con los siete trabajadores humanitarios de “World Central Kitchen” esta semana en Gaza, hay un solo mensaje real y contundente: con la comida no se juega. Organizaciones como la creada por el chef español José Andrés, que viajan por el mundo entero atendiendo las necesidades básicas de algunas poblaciones en situaciones catastróficas, sin importar si la vida de sus voluntarios corre riesgo, no deben ser catalogadas como muertes de un “ataque involuntario” en medio de la guerra. Las poblaciones mueren de hambre y de sed, y este trabajo garantiza un mínimo vital.