Comer con la mano es una actividad que les permitimos a los niños, pero que de adultos nos prohibimos. Perdemos esa relación sensorial de poder “agarrar” con la mano y sentir esas texturas maravillosas que vamos a consumir. En mi casa decían que “el pollo y el marrano se comen con la mano”, pero, en realidad, comer con la mano es una actividad placentera y mágica a la hora de pensar la comida como un ritual.
Empacamos nuestros alimentos a diario para irnos a trabajar, para las loncheras de los niños y hasta las comidas que nos quedan después de cada servicio. Con mucha pulcritud, empacamos en cajas, bolsas sellables y demás cocos que hacen nuestra vida más fácil. Sin embargo, rara vez pensamos en comer con la mano o servir así. ¿Cuándo nos desconectamos de una actividad sencilla y que de alguna forma nos hace felices?
Comunidades enteras preservaron esta actividad no solo como el rito de la alimentación, sino también como parte de los ritos sexuales y de conquista. El permitirse jugar con la comida, untarnos, embadurnarnos y hasta lamernos los dedos hacen que afloren las más profundas pasiones del ser humano. Yo soy una convencida absoluta de enamorarme así, desde lo fascinante de un beso apasionado lleno de chocolate hasta un picnic con un delicioso sánduche con servilleta.
Cada día es más complejo volver a lo sencillo por el tiempo, por los compromisos y por lo rígido en que se ha convertido el compartir una mesa. Sin embargo, apuesto que más de uno después de leer esto lo piensa. ¿Hace cuánto no sorprende a su pareja con un vino y unas fresas, una mesa diferente donde las manos sean lo fundamental y no una docena de cubiertos? Pensar pecaminosamente no es tan difícil y sí genera espacios maravillosos de creatividad.
Mi invitación es volver a conquistar con situaciones sencillas, donde comer con la mano sea válido, coqueto y sirva de antesala a nuevas experiencias que desde la cocina hagan parte de su vida y la de sus invitados.
Y para empezar, sumerjámonos en unas deliciosas hamburguesas que encontrarán en Bogotá́.
Anna (@annabogota): Un tesoro escondido a una cuadra de la Plaza de Bolívar. Un pequeño local con unas maravillosas hamburguesas y unos brownies de chocolate blanco y milo de infarto. Vale la pena hacer fila y esperar por Anna, o sea una hamburguesa fresca, perfectamente preparada y en su punto. Ideal con queso y papas fritas crocantes. Además de esa, les recomiendo a Frida, la hamburguesa vegetariana más coqueta que me he comido. Berenjena, pomodoro y queso, una mezcla exquisita para ser hamburguesa. Vayan de paseo turístico y de paso coman delicioso en el centro de Bogotá.
Voraz Hamburguesas (@vorazhamburguesas): Camino a mi casa en una de las últimas curvas subiendo a Patios, se encontrarán con un pecado mortal. ¡Lujuriosas hamburguesas llenas de sabor! Son la parada perfecta antes de seguir su paseo sabanero o su camino a casa. Una de “carne, carne”, como diría mi mamá, quizás una de pollo o la vegetariana los dejará chupándose los dedos de seguro.
Comer con la mano es una actividad que les permitimos a los niños, pero que de adultos nos prohibimos. Perdemos esa relación sensorial de poder “agarrar” con la mano y sentir esas texturas maravillosas que vamos a consumir. En mi casa decían que “el pollo y el marrano se comen con la mano”, pero, en realidad, comer con la mano es una actividad placentera y mágica a la hora de pensar la comida como un ritual.
Empacamos nuestros alimentos a diario para irnos a trabajar, para las loncheras de los niños y hasta las comidas que nos quedan después de cada servicio. Con mucha pulcritud, empacamos en cajas, bolsas sellables y demás cocos que hacen nuestra vida más fácil. Sin embargo, rara vez pensamos en comer con la mano o servir así. ¿Cuándo nos desconectamos de una actividad sencilla y que de alguna forma nos hace felices?
Comunidades enteras preservaron esta actividad no solo como el rito de la alimentación, sino también como parte de los ritos sexuales y de conquista. El permitirse jugar con la comida, untarnos, embadurnarnos y hasta lamernos los dedos hacen que afloren las más profundas pasiones del ser humano. Yo soy una convencida absoluta de enamorarme así, desde lo fascinante de un beso apasionado lleno de chocolate hasta un picnic con un delicioso sánduche con servilleta.
Cada día es más complejo volver a lo sencillo por el tiempo, por los compromisos y por lo rígido en que se ha convertido el compartir una mesa. Sin embargo, apuesto que más de uno después de leer esto lo piensa. ¿Hace cuánto no sorprende a su pareja con un vino y unas fresas, una mesa diferente donde las manos sean lo fundamental y no una docena de cubiertos? Pensar pecaminosamente no es tan difícil y sí genera espacios maravillosos de creatividad.
Mi invitación es volver a conquistar con situaciones sencillas, donde comer con la mano sea válido, coqueto y sirva de antesala a nuevas experiencias que desde la cocina hagan parte de su vida y la de sus invitados.
Y para empezar, sumerjámonos en unas deliciosas hamburguesas que encontrarán en Bogotá́.
Anna (@annabogota): Un tesoro escondido a una cuadra de la Plaza de Bolívar. Un pequeño local con unas maravillosas hamburguesas y unos brownies de chocolate blanco y milo de infarto. Vale la pena hacer fila y esperar por Anna, o sea una hamburguesa fresca, perfectamente preparada y en su punto. Ideal con queso y papas fritas crocantes. Además de esa, les recomiendo a Frida, la hamburguesa vegetariana más coqueta que me he comido. Berenjena, pomodoro y queso, una mezcla exquisita para ser hamburguesa. Vayan de paseo turístico y de paso coman delicioso en el centro de Bogotá.
Voraz Hamburguesas (@vorazhamburguesas): Camino a mi casa en una de las últimas curvas subiendo a Patios, se encontrarán con un pecado mortal. ¡Lujuriosas hamburguesas llenas de sabor! Son la parada perfecta antes de seguir su paseo sabanero o su camino a casa. Una de “carne, carne”, como diría mi mamá, quizás una de pollo o la vegetariana los dejará chupándose los dedos de seguro.