Unos de los mayores placeres de la vida, sin lugar a duda, son esos momentos que inmortalizamos en la mesa. Sabores, recuerdos, risas y, en muchos casos, recetas que son tesoros de la vida en las familias. La mesa viene ocupando un lugar fundamental las historias personales y familiares, como un lugar estratégico en la geopolítica, las finanzas, las fiestas y los reconocimientos de las civilizaciones. Es, en algunos casos, el camino más corto a la dicha y, en otros, el desafío de poder dar trámite a determinadas situaciones.
Es así como la mesa se convierte en aliado de encuentros mundanos y llenos de amor. Uno no se sienta a comer con un desconocido. Es que imagínese: si hasta ahora estamos aprendiendo a compartir la mesa en los restaurantes, calculen lo que es sentar a un extraño en la mesa de la casa. Se trata de una situación que se convierte, para muchos de nosotros, en un desafío constante pues, repito, compartir la mesa sería la forma más corta de solucionar una conversación, un pensamiento y, por qué no, un sentimiento.
No hay una festividad en Colombia –y me corrigen– que no termine en un buen almuerzo: un sancocho puesto en leña, un excelente asado y hasta en una olla común para todos los vecinos. Diciembre es sinónimo en eso: de la posibilidad de compartir, de ponerle más agua a la sopa y siempre poder sumar un puesto más sin tanto perendengue.
Ojalá fuéramos capaces de comer siempre mirándonos a los ojos, concentrados en quienes nos rodean y disfrutando el espacio como en esas celebraciones, donde la posibilidad de compartir es genuina. Para mí, hoy eso es un punto para regresar a lugares donde la mesa se comparte casi que como mesa franca, donde el vecino guarda su espacio y entiende que somos varios en el mismo espacio. Desde aquí, un reconocimiento a esos restaurantes donde el vecino cuenta. Obvio, no falta el desubicado gritón que aprende solo con mirarlo un par de veces.
El placer de comer es una experiencia que cada uno se lleva consigo, con ese espacio que invita a volver una y mil veces, y donde el servicio y la comida son el complemento perfecto del momento. Así fue como llegué y me enamoré de @selma_rest. Una casa de puerta amarilla, en pleno corazón de Chapinero, que me recomendaron para una celebración importante con amigas. Confieso que tenía un poco de dudas porque estaba recién abierto, y uno sabe que en ese momento todo puede pasar. Pero en líneas generales, todo estuvo maravilloso, sobre todo la calidez de la gente y la flexibilidad con la carta.
Pronto fueron más de una o dos visitas, y más bien se convirtió en un espacio de comida, trabajo y reuniones, pues su concepto de comida mediterránea para compartir es un punto de encuentro para los tragones, como yo, y las eternas personas en dieta. Para recomendar, la torta de queso en masa phylo y uvas: es una mezcla suave y crocante, donde cada uva aporta un sabor único a la mezcla. También el lomo de res con salsa de pimienta y papas fritas con salsa bernesa merece repetirse, sobre todo por la delicia de las dos salsas. Pero mi plato para comer y volver es un hummus verde goji berries, que sirve de plato único porque es realmente sano y sabroso (de sabrosura). Para compartir, a no ser que el caso sea de hambre, el Tomahawk al carbón, con habichuelines o milhoja de papas fritas.
La carta de vinos es amplia y de fácil elección, pues siempre hay alguien que lo guíe a uno con el maridaje sin tantos aspavientos. Es un comedor de casa, donde la confianza de los recomendados es real, sin ganas de enredarlo a uno con algo que no es. Este sería un plan ideal para comer, compartir y mirar a los ojos como uno de los mayores placeres de mis últimas semanas. Anímense, siempre hay con quién compartir.
Unos de los mayores placeres de la vida, sin lugar a duda, son esos momentos que inmortalizamos en la mesa. Sabores, recuerdos, risas y, en muchos casos, recetas que son tesoros de la vida en las familias. La mesa viene ocupando un lugar fundamental las historias personales y familiares, como un lugar estratégico en la geopolítica, las finanzas, las fiestas y los reconocimientos de las civilizaciones. Es, en algunos casos, el camino más corto a la dicha y, en otros, el desafío de poder dar trámite a determinadas situaciones.
Es así como la mesa se convierte en aliado de encuentros mundanos y llenos de amor. Uno no se sienta a comer con un desconocido. Es que imagínese: si hasta ahora estamos aprendiendo a compartir la mesa en los restaurantes, calculen lo que es sentar a un extraño en la mesa de la casa. Se trata de una situación que se convierte, para muchos de nosotros, en un desafío constante pues, repito, compartir la mesa sería la forma más corta de solucionar una conversación, un pensamiento y, por qué no, un sentimiento.
No hay una festividad en Colombia –y me corrigen– que no termine en un buen almuerzo: un sancocho puesto en leña, un excelente asado y hasta en una olla común para todos los vecinos. Diciembre es sinónimo en eso: de la posibilidad de compartir, de ponerle más agua a la sopa y siempre poder sumar un puesto más sin tanto perendengue.
Ojalá fuéramos capaces de comer siempre mirándonos a los ojos, concentrados en quienes nos rodean y disfrutando el espacio como en esas celebraciones, donde la posibilidad de compartir es genuina. Para mí, hoy eso es un punto para regresar a lugares donde la mesa se comparte casi que como mesa franca, donde el vecino guarda su espacio y entiende que somos varios en el mismo espacio. Desde aquí, un reconocimiento a esos restaurantes donde el vecino cuenta. Obvio, no falta el desubicado gritón que aprende solo con mirarlo un par de veces.
El placer de comer es una experiencia que cada uno se lleva consigo, con ese espacio que invita a volver una y mil veces, y donde el servicio y la comida son el complemento perfecto del momento. Así fue como llegué y me enamoré de @selma_rest. Una casa de puerta amarilla, en pleno corazón de Chapinero, que me recomendaron para una celebración importante con amigas. Confieso que tenía un poco de dudas porque estaba recién abierto, y uno sabe que en ese momento todo puede pasar. Pero en líneas generales, todo estuvo maravilloso, sobre todo la calidez de la gente y la flexibilidad con la carta.
Pronto fueron más de una o dos visitas, y más bien se convirtió en un espacio de comida, trabajo y reuniones, pues su concepto de comida mediterránea para compartir es un punto de encuentro para los tragones, como yo, y las eternas personas en dieta. Para recomendar, la torta de queso en masa phylo y uvas: es una mezcla suave y crocante, donde cada uva aporta un sabor único a la mezcla. También el lomo de res con salsa de pimienta y papas fritas con salsa bernesa merece repetirse, sobre todo por la delicia de las dos salsas. Pero mi plato para comer y volver es un hummus verde goji berries, que sirve de plato único porque es realmente sano y sabroso (de sabrosura). Para compartir, a no ser que el caso sea de hambre, el Tomahawk al carbón, con habichuelines o milhoja de papas fritas.
La carta de vinos es amplia y de fácil elección, pues siempre hay alguien que lo guíe a uno con el maridaje sin tantos aspavientos. Es un comedor de casa, donde la confianza de los recomendados es real, sin ganas de enredarlo a uno con algo que no es. Este sería un plan ideal para comer, compartir y mirar a los ojos como uno de los mayores placeres de mis últimas semanas. Anímense, siempre hay con quién compartir.