¿No están mamados de quejarse? Qué cansancio esta mala nota que hay por estos días en el ambiente, escudados en temas políticos, elecciones que ya fueron hace meses y, sobre todo, con unas cábalas ridículas y fatalistas. De verdad, las cosas no pasan por generación espontánea ni cambian invocando a todos los santos. Es lamentable todo lo que uno lee del pobre Frailejón Ernesto Pérez (por si acaso, nuestro más reciente héroe nacional). Esa mala onda me hizo pensar en todo lo que últimamente hemos satanizado dentro de la cocina por pura falta de información.
Empecemos por los frailejones, recordando que son fuente de vida, mantienen el ecosistema de los páramos y, por ende, los nacimientos de agua. ¿No es tan difícil, verdad? ¿Dónde está lo perverso o lo malévolo? Sé que estamos en Halloween, pero tampoco hay que exagerar. Mi abuela, con mucha sabiduría, decía que “la ignorancia es la fuente de todos los males”, y la verdad sí. No hay derecho a tanta pendejada.
Sigamos con más pendejadas. Qué tal los desconcertantes movimientos de insólitas e inútiles dietas extremistas, en las que comer uno o máximo dos alimentos por único oficio ha llevado al borde de la locura a más de uno. Yo confieso, sin pena y con algo de arrepentimiento, que pasé por la piña y el atún en un momento de mi vida, cuando encajar socialmente era fundamental. Resultado: un importante problema a largo plazo para mi sistema digestivo. El extremismo parece a ratos el inequívoco punto conector de esta sociedad moderna y nos deja al Frailejón Ernesto Pérez y a mí en el mismo nivel (de pendejada).
Y si hablamos de cosas satanizadas sin sentido, una que me ha rondado por años en la cocina es el tema de las preparaciones con hoja de coca. Gracias a Dios y contra todo pronóstico, varios cocineros colombianos se han puesto en la tarea de demostrarnos que es un producto extraordinario y tremendamente versátil. De esta forma la están poniendo “de moda” y de paso educan a sus comensales sobre el múltiple uso de sus hojas.
Varios hemos comprobado el efecto maravilloso del té de coca, de los dulces y hasta una que otra salsa. Por eso, viene siendo hora de poner el tema de frente sobre la mesa y sobre todas las mesas. Los invito a darle una mirada al recetario del Reto Coca 2020 y llevemos esta conversación al punto en donde salimos de la ignorancia y comenzamos a revivir recetas que han acompañado a nuestros pueblos por siglos.
Otro selecto producto que tiene más detractores que la misma política es el cannabis. Finalmente, hoy Colombia está abriendo el camino para definir en el Congreso qué va a pasar con algunos de sus usos. Sea esta la oportunidad para ilustrarnos sobre sus beneficios en productos médicos, alimenticios, cosméticos, entre mil más. No podemos seguir en esta vergonzosa fiesta de la ignorancia, que parece, de verdad, propia del oscurantismo. El cannabis, y seguro me regañarán los más entendidos por ser tan imprecisa, es una fuente inmensa de beneficios. Mientras seguimos en que solo se lo fuman y que es otro enviado del mal, yo defiendo acérrimamente su uso médico: hoy mi mamá tiene una calidad de vida envidiable gracias a su uso. Corriendo el riesgo de sonar como vendedora de productos específicos, les confieso que amo las cremas de CBD y reconozco que hago aceite para algunas preparaciones en la casa. Sin el menor asomo de duda y sin temor a que me lapiden, les digo que el café de @kannavico es bien particular, sabroso y energizante. Y que mis perros también son fieles usuarios de las gotas de cannabis para sus dolores crónicos.
Finalmente, tengo que hablar del mal trato, la persecución y el desconocimiento que tenemos del viche. Es un tema que me indigna. Al particular viche lo conocí en Guapi hace unos años. Es un poderoso licor del Pacífico colombiano, y gracias a la explicación que me dio la mujer que nos lo ofrecía, entendí que el error no era tomarlo y saborearlo, sino la gran cantidad de restricciones y preconceptos que manos invisibles le ponían a su comercialización.
Actualmente, más allá de que tenemos la Ley del Viche, este producto sigue sufriendo de una persecución en su comercialización, que hace que en muchos casos no se comprendan la totalidad de sus bondades. Tenemos, además, la necesidad de reconocerlo como patrimonio inmaterial de la nación, de nuestras comunidades afros y de nuestra gastronomía. Nariño, Cauca, Chocó y el Valle sacan pecho por esta bebida ancestral y tienen toda la razón de hacerlo.
Cierro anunciándoles que esto apenas está empezando y que seguiré recorriendo estos productos en un par de columnas más. Hay muchísimo trabajo por hacer por nuestros productores. Arriésguense y úsenlos para cocinar y para sanarse, pues no hay nada de malo en los frutos de la Madre Tierra, sino en sus malos usos y, lo peor, en la desinformación que mata lo bueno, lo propio, les niega a muchas personas las posibilidades de ser felices y sanas, y atenta contra una economía que le haría un gran bien al país. Cómo se ha dicho tantas veces ya: las matas no matan.
¿No están mamados de quejarse? Qué cansancio esta mala nota que hay por estos días en el ambiente, escudados en temas políticos, elecciones que ya fueron hace meses y, sobre todo, con unas cábalas ridículas y fatalistas. De verdad, las cosas no pasan por generación espontánea ni cambian invocando a todos los santos. Es lamentable todo lo que uno lee del pobre Frailejón Ernesto Pérez (por si acaso, nuestro más reciente héroe nacional). Esa mala onda me hizo pensar en todo lo que últimamente hemos satanizado dentro de la cocina por pura falta de información.
Empecemos por los frailejones, recordando que son fuente de vida, mantienen el ecosistema de los páramos y, por ende, los nacimientos de agua. ¿No es tan difícil, verdad? ¿Dónde está lo perverso o lo malévolo? Sé que estamos en Halloween, pero tampoco hay que exagerar. Mi abuela, con mucha sabiduría, decía que “la ignorancia es la fuente de todos los males”, y la verdad sí. No hay derecho a tanta pendejada.
Sigamos con más pendejadas. Qué tal los desconcertantes movimientos de insólitas e inútiles dietas extremistas, en las que comer uno o máximo dos alimentos por único oficio ha llevado al borde de la locura a más de uno. Yo confieso, sin pena y con algo de arrepentimiento, que pasé por la piña y el atún en un momento de mi vida, cuando encajar socialmente era fundamental. Resultado: un importante problema a largo plazo para mi sistema digestivo. El extremismo parece a ratos el inequívoco punto conector de esta sociedad moderna y nos deja al Frailejón Ernesto Pérez y a mí en el mismo nivel (de pendejada).
Y si hablamos de cosas satanizadas sin sentido, una que me ha rondado por años en la cocina es el tema de las preparaciones con hoja de coca. Gracias a Dios y contra todo pronóstico, varios cocineros colombianos se han puesto en la tarea de demostrarnos que es un producto extraordinario y tremendamente versátil. De esta forma la están poniendo “de moda” y de paso educan a sus comensales sobre el múltiple uso de sus hojas.
Varios hemos comprobado el efecto maravilloso del té de coca, de los dulces y hasta una que otra salsa. Por eso, viene siendo hora de poner el tema de frente sobre la mesa y sobre todas las mesas. Los invito a darle una mirada al recetario del Reto Coca 2020 y llevemos esta conversación al punto en donde salimos de la ignorancia y comenzamos a revivir recetas que han acompañado a nuestros pueblos por siglos.
Otro selecto producto que tiene más detractores que la misma política es el cannabis. Finalmente, hoy Colombia está abriendo el camino para definir en el Congreso qué va a pasar con algunos de sus usos. Sea esta la oportunidad para ilustrarnos sobre sus beneficios en productos médicos, alimenticios, cosméticos, entre mil más. No podemos seguir en esta vergonzosa fiesta de la ignorancia, que parece, de verdad, propia del oscurantismo. El cannabis, y seguro me regañarán los más entendidos por ser tan imprecisa, es una fuente inmensa de beneficios. Mientras seguimos en que solo se lo fuman y que es otro enviado del mal, yo defiendo acérrimamente su uso médico: hoy mi mamá tiene una calidad de vida envidiable gracias a su uso. Corriendo el riesgo de sonar como vendedora de productos específicos, les confieso que amo las cremas de CBD y reconozco que hago aceite para algunas preparaciones en la casa. Sin el menor asomo de duda y sin temor a que me lapiden, les digo que el café de @kannavico es bien particular, sabroso y energizante. Y que mis perros también son fieles usuarios de las gotas de cannabis para sus dolores crónicos.
Finalmente, tengo que hablar del mal trato, la persecución y el desconocimiento que tenemos del viche. Es un tema que me indigna. Al particular viche lo conocí en Guapi hace unos años. Es un poderoso licor del Pacífico colombiano, y gracias a la explicación que me dio la mujer que nos lo ofrecía, entendí que el error no era tomarlo y saborearlo, sino la gran cantidad de restricciones y preconceptos que manos invisibles le ponían a su comercialización.
Actualmente, más allá de que tenemos la Ley del Viche, este producto sigue sufriendo de una persecución en su comercialización, que hace que en muchos casos no se comprendan la totalidad de sus bondades. Tenemos, además, la necesidad de reconocerlo como patrimonio inmaterial de la nación, de nuestras comunidades afros y de nuestra gastronomía. Nariño, Cauca, Chocó y el Valle sacan pecho por esta bebida ancestral y tienen toda la razón de hacerlo.
Cierro anunciándoles que esto apenas está empezando y que seguiré recorriendo estos productos en un par de columnas más. Hay muchísimo trabajo por hacer por nuestros productores. Arriésguense y úsenlos para cocinar y para sanarse, pues no hay nada de malo en los frutos de la Madre Tierra, sino en sus malos usos y, lo peor, en la desinformación que mata lo bueno, lo propio, les niega a muchas personas las posibilidades de ser felices y sanas, y atenta contra una economía que le haría un gran bien al país. Cómo se ha dicho tantas veces ya: las matas no matan.